Día 6 y 7

 

Por Efraín Salinas

 

[su_dropcap style=”flat” size=”5″]N[/su_dropcap]os despedimos de Moscú por la tarde y con el mismo clima de contrastes: un sol abrazador que me ha dejado color Jorge Campos, y cuando llega a pasar un cúmulo de nubes, el aire helado te recuerda que no estamos muy lejos de Siberia. Estos pequeños cambios climáticos, más mi festejo desmesurado por la victoria del Tri contra Alemania, no me podía dejar otra cosa que una gripe que me pide que pare la fiesta y descanse un poco. Creo que por primera vez en mi vida no quise ver los partidos y preferí un caldo de pollo bien caliente.

Mi esposa salió en busca de medicinas y de nuevo el reto de la comunicación. Google al rescate (otra vez). Aprendimos que “apteka” es farmacia, y la señal de mocos y tos es universal. Y no pasamos medio día sin futbol o cerveza desde que pisamos Rusia. A las 6:42 PM salió nuestro tren de 17 horas, por supuesto, lleno de mexicanos con o sin boleto que iban a Rostov. Conocimos otro par de chicos con los que compartimos el vagón. Sus caras me dijeron que acababan de llegar a Moscú con el jet lag aún a cuestas. Yo iba bajo los efectos de los antigripales ex soviéticos y el miedo a un viaje que de ser en avión, me podría hacer aterrizar en China.

Quisimos pasar al vagón del restaurante a cenar algo, pero poco a poco el barullo aumentó con una música de fondo muy familiar. “Cuando calienta el sol, aquí en la playa”… abrimos la puerta y parecía  que las fuerzas armadas del General Villa habían tomado el tren. Sólo que estos tenía una cerveza por carabina y la playera verde en lugar de cartuchos. Al menos las caras del personal debieron de ser muy parecidas a las de los gringos en la frontera cuando vieron cruzar las tropas de los Dorados.

Gritos, carcajadas y cervezas corrieron por el piso, y nos hicieron dar la vuelta inmediatamente a la cabina. “¡Ya no hay chela, güey!”, escuchamos varias veces mientras sentíamos algo de pena ajena con los pocos rusos que había en el tren. Para nuestra sorpresa, y luego de varios tés y líquidos no alcohólicos, pudimos descansar bastante bien. Los vagones eran de segunda, pero la única diferencia es que van dos en vez de cuatro. Lo demás, lo mismo: camas, sábanas, almohadas, mesa, clima, pantuflas y hasta cepillo de dientes con pasta; baños con regadera y el ya mencionado restaurante hecho cantina. Llegamos Rostov a las 11:55 AM del día siguiente y con una noche de hotel ahorrada. Supongo que hubo pocos mexicanos antes de 2018. Espero que dejemos mejor impresión que mi general a los americanos.