Lo único que tenemos que agradecer al último y aburrido debate presidencial es que la estatura intelectual de cada uno de los candidatos quedó clara. La ignorancia de Andrés Manuel López Obrador y la audaz e inescrupulosa verborragia de Ricardo Anaya contrastaron con la preparación y sobriedad de José Antonio Meade.

El telespectador, es decir, el electorado, pudo constatar que López Obrador no sabe nada de nada. En un aula de escuela habría salido reprobado. También fue evidente que poco le importa ser un ignorante. El señor no se sonrojaba ni tartamudeaba cuando con absoluto desdén trataba de hilvanar una respuesta sobre crecimiento económico, o combate a la pobreza que, se supone, es su tema. Fue notorio que la ciencia y tecnología le son totalmente ajenas.

Para evitar dejar al desnudo su ignorancia, López Obrador mejor se fue por los reflectores. Anunció que la doctora María Elena Álvarez-Buylla Roce, Premio Nacional de Ciencias, será la directora del Conacyt, lo cual puede significar mucho y nada al mismo tiempo.

¿Y sobre cambio climático? Ni se diga. Solo atinó a decir que va a plantar árboles frutales en el sureste, seguramente porque le vino a la mente su rancho.

Su ignorancia era tan supina, por no decir escandalosa, que los conductores se vieron obligados a preguntarle por qué cada vez que se le hacía una pregunta atribuía todo a la corrupción.

Valdría la pena saber por qué el mejor posicionado en las encuestas es un ignorante. ¿Por qué los mexicanos tenemos alergia a la inteligencia?

Los alemanes se sintieron extasiados por un farsante y llevaron a Hitler al poder.

Los venezolanos creyeron en la retórica ampulosa de Hugo Chávez y no pueden deshacerse de una dictadura.

Los norteamericanos se sintieron identificados con un racista orate y ahora tienen que aguantarlo.

Cuando un pueblo escoge el suicidio, hay que preocuparse.

Los mismos que criticaron a Enrique Peña Nieto por confundir a Carlos Fuentes con Enrique Krauze; los mismos que echan a andar las redes cuando el presidente utiliza mal el lenguaje; los mismos que lo han tildado una y otra vez de ignorante son ahora los que colocan en la cima de las encuestas a un… ignorante.

Algo similar ocurre con los seguidores del “indiciado”, como lo llamó Meade. Identificarse con Ricardo Anaya, con un “joven” que ha construido su vida y carrera política a partir de la traición, que dividió e hizo añicos su partido, que ha hecho del hurto y el engaño un modus vivendi, que carga en su corta existencia con un pesado equipaje de relaciones oscuras, contradice todas las críticas hechas  —por la oposición y la sociedad— a los personajes más desprestigiados del sistema.

¿No que los mexicanos estamos hartos de los políticos corruptos? Entonces, ¿cómo entender que no se quiera ver lo evidente?

El nerviosismo, la notoria hiperquinesia de Anaya en el debate, el dar golpes a diestra y siniestra, dejaba ver su inminente salida de la contienda. El único futuro que tiene el candidato de la coalición Por México al Frente es la renuncia o la cárcel.

En la pista van a quedar dos. El Bronco pasará a la memoria electoral como una anécdota.

Para decirlo claro: el electorado tendrá que decidir entre la ignorancia de López Obrador y la capacidad de Meade.

¿En qué espejo nos vemos?