Por Efraín Salinas

 

Día 2

 

[su_dropcap style=”flat” size=”5″]S[/su_dropcap]an Petersburgo está convertido en una suerte de Babel en donde todos caben. Aunque aquí la selección mexicana no tendrá ni un juego, los sombreros de charro y las máscaras se ven por todos lados y causan una enorme sensación. Tanto locales como gente de otros países aprovechan para tomarse fotos con los paisanos. Ayer comenzó el Mundial y el Fan Fest es el lugar perfecto para ver la inauguración. El marco es la Plaza Konyushennaya, detrás de la Iglesia de Salvador sobre la Sangre Derramada. Llegué con mi esposa cuatro horas antes del partido y el lugar estaba a mitad de su capacidad. No faltan cosas que hacer entre patrocinadores, comida y las tiendas oficiales de productos. Iraníes y marroquíes compiten en número con los rusos que se vuelven casi latinos cuando ven jugar a su selección.

En la plaza se pueden ver “conversaciones” con señas en donde el futbol es el lenguaje que todos entienden. Poco antes de las seis de la tarde comienza la inauguración y ya no cabe nadie. Aparece Putin en la pantalla y me sorprenden los aplausos de la mayoría de los rusos, que parecen querer a su Presidente. El sol de San Petersburgo no da tregua. La percepción de la ciudad nevada queda sólo en eso. Comienza el partido y con él la lluvia de goles que enloquecen a los rusos. La cerveza se agota en los puestos y todo el mundo hace amigos de diferentes países. Y es que el Mundial es sólo el pretexto para conocernos.

Me detiene un chico con playera amarilla y señala mi playera: “¡Chivas, México!” Y de pronto ya tenemos un amigo australiano. Viene con un alemán que es más optimista que los mexicanos respecto al partido del domingo. “Es el partido más difícil del grupo para nosotros”. “No, es el partido menos fácil para ustedes”, le respondo.

James y Lennard resultan ser grandes tipos y entre los gritos de los rusos por la goleada de su selección, nos vamos a un bar sobre Nevsky Prospect, algo así como Paseo de la Reforma de la CDMX. Las calles están a reventar y embriagadas de felicidad por el 5-0. Conocemos también a un grupo de finlandeses que nos cuentan que hay cierto recelo con sus vecinos rusos, pero todo se deja del lado por el Mundial. El tiempo se pasa rápido y si tomamos en cuenta que en esta época del año el sol prácticamente no se oculta, terminar la fiesta se vuelve un problema feliz. Mañana vamos a ver a Irán contra Marruecos en el estadio Krestovski, que se parece al Sputnik cortado a la mitad. Ahora entiendo a esas personas que se vuelvan adictas a viajar a los mundiales. Por unas cuantas semanas se calma el hastío de la vida y lo único que importa es conocer gente y ver cómo rueda la pelota.