En la amistad es donde únicamente existe la paz.
Eugenia Marlitt
El lunes 10 de junio de 1968, hace cinco décadas, en el Palacio de Bellas Artes se reveló uno de los secretos mejor guardados de los actos conmemorativos de la Olimpiada Cultural que distinguió a la capital de la república como sede de los XIX Juegos Olímpicos de la era moderna.
Ese día se inauguró la exhibición de las maquetas correspondientes a la Ruta de la Amistad, el corredor escultórico más extenso del orbe, consistente en 19 esculturas ubicadas a lo largo de 17 kilómetros del llamado Anillo Periférico de una metrópoli que apostaba a su crecimiento.
La idea fue concebida por el genial Matthias Goeritz, artista conceptual alemán afincado en México desde 1949, quien convenció al arquitecto Pedro Ramírez Vázquez de un audaz proyecto que escultóricamente integraría a artistas de los cinco continentes, quienes, utilizando el concreto como elemento fundamental, recrearían su visión sobre México y sus símbolos.
Originalmente pensada como espacio de contraste entre el agreste paisaje del Pedregal, esta intervención arquitectónica hubiera debido permitir recrear el paisaje chinampero que dio origen a México-Tenochtitlan, pero esta última fase del proyecto tuvo que ser abandonada por los altos costos que representaba.
Suiza, Checoeslovaquia, Japón, Hungría, Uruguay, Italia, Bélgica, Estados Unidos, Polonia, España, Australia, Austria, Holanda, Israel, Francia y Marruecos aportaron esculturas para dicho proyecto, a las que se sumaron las obras de Ángela Gurría, Helen Escobedo y Jorge Durón en la propia Ruta y la participación de las obras del mismísimo Goeritz, en el Palacio de los Deportes; de Germán Cueto, en el Estadio Universitario; y del estadunidense Alexander Calder, frente al Estadio Azteca.
De Señales de Gurría a Puerta al viento de Escobedo, la estatua del belga Jacques Moeschal, Disco Solar, destaca por su aportación a la zona arqueológica de Cuicuilco. Los capitalinos entendimos y disfrutamos de todo el proceso constructivo de una ruta de amistad entre seres humanos de otras latitudes, cuya impronta provocó que en 1994 Luis Javier de la Torre y el Arq. Javier Ramírez Campuzano crearan una asociación y el fideicomiso que ha permitido su restauración y mantenimiento.
Gracias a ello, El ancla, Las tres gracias, Esferas, Sol bípedo, Torre de viento, Hombre de paz, Rueda mágica, Reloj solar, Jano, Muro articulado, Tertulia de gigantes, Puerta de paz y Charamusca africana siguen patentizando una amistad que ha sobrevivido al tiempo y a hecatombes, y que hoy se integra al paisaje cotidiano de una ciudad tan desbordada que poco repara en su mensaje.
A cinco décadas de habernos sorprendido, hoy estas huellas escultóricas deben convocar nuestra reflexión, recuperando el acertado epígrafe de la escritora alemana Eugenia Marlitt, para quien la amistad es la expresión de la paz que de ella emana.


