Por Jorge Alonso Espíritu

 

[su_dropcap style=”flat” size=”5″]L[/su_dropcap]os organismos de salud calculan que en México alrededor del 20% de la población padece insomnio. Esa imposibilidad de conciliar el sueño suele estar acompañada de trastornos psicológicos y psiquiátricos, pero también, hay que agradecerlo, de numerosas historias.

En su ópera prima, Joseduardo Giordano y Sergio Goyri Jr. cuentan la historia de una amistad fundada en torno a la noche y la falta de sueño, y reunida en el interior de una tiendita de autoservicio: Danny, interpretada de manera convincente por Cassandra Ciangherotti, es la cajera del turno nocturno del establecimiento, aspirante a fotógrafa, que con cámara instantánea retrata la vida nocturna en su microcosmos; ella se reúne a diario con Leonardo (Leonardo Ortizgris), un oficinista que tienen una pesadilla recurrente que pone en riesgo su trabajo, su relación y su estabilidad mental, a observar la gente, beber y jugar scrabble con sopa de letras hasta que irrumpe la tercera insomne: Estela (Alejandra Ambrossi), una veterinaria que se debate entre interrumpir o no un embarazo no deseado.

En la noche florecen las sensibilidades y los chicos depositarán en la tienda sus temores, sus conflictos, incluso los que no saben bien a bien que existen. Todo amortiguado con un buen humor que siempre resulta natural, pero también melancólico.

Este relato, en apariencia sencillo, permite asomarnos a temas realmente importantes para una generación encasillada, criticada y pocas veces retratada en su cotidianidad: los trastornos físicos y mentales, la interrupción del embarazo, el mundo laboral, la dificultad de acceder a la educación y de establecer conexiones sociales efectivas y duraderas, entre otros.

En suma, se trata de una cinta amable y empática, en la que se agradecen, además, las excelentes actuaciones. Una muy buena opción para apostar por el cine mexicano en estos tiempos de confrontación e indiferencia.

Permanencia voluntaria: El ángel en el reloj

A pesar de los avances en materia de animación digital, que facilita y abarata los costos de productos audiovisuales, el cine animado en México carece de representantes dignos de ser mencionados. Las cintas en este formato son pocas, y aunque algunas de ellas lideran los ingresos de las carteleras nacionales, se cuentan con los dedos las que son aptas para el público infantil. El panorama se complica más cuando se comparan las producciones nacionales con las de los gigantes extranjeros.

Por eso es bienvenida El ángel en el reloj, cinta de Miguel Ángel Uriegas que cuenta la historia de Amelia, una niña con cáncer que desea detener el tiempo. Su deseo puede ser cumplido después de ser visitada por un ángel que la conduce a los mecanismos de su castillo del tiempo: un mundo de relojes donde correrá el riesgo de desvanecerse del mundo real.

La premisa presenta muchos atractivos y también muchos riesgos. La producción encabezada por Uriegas lo aprovecha, pero hay que mencionar que cae también en muchos errores. Sin embargo, lo primero que debe destacarse es que a pesar de que la motivación del cáncer es explícita desde los créditos, la enfermedad no ocupa el espacio central de la narrativa. Amalia tiene una personalidad propia más allá del padecimiento, e incluso la palabra “cáncer” no aparece en el guión. Por otra parte, y como un discurso importante, los planes de vida están presentes: la enfermedad no limita los sueños, pero es realista en los pronósticos.

En los Campos del Tiempo, Amalia se encontrará con “No tiempo”, un espíritu que le roba una gema vital, dándole 24 horas para recuperarla. Para ello, la pequeña conocerá  a un grupo de amigos que la acompañarán en su viaje: dos pequeñas hadas con nombres reveladores, Aquí y Ahora; el capitán Manecillas y su marinero.

El problema es que la acción se vuelve predecible. Para los más pequeños esa claridad puede servir para comprender el mensaje, sin embargo a algunos adultos puede resultarle aburrida. Los diálogos tienen, también, momentos brillantes y frases desatinadas cercanas a la literatura de autoayuda.

Por último, la animación es simple, muy lejos de los detalles de las grandes casas animadoras, pero también lejos de su presupuesto. El espectador debe entender eso y pactar para poder disfrutarla.

Sin embargo, a pesar de los defectos mencionados, la historia sale adelante. La moraleja no es exclusiva de los pacientes con cáncer, ni de sus allegados. La enfermedad nunca es lacrimosa, no hay lástima, pero sí hay cariño y reflexión.