Por Rafael Solana*

 

[su_dropcap style=”flat” size=”5″]L[/su_dropcap]as organización de las Naciones Unidas, que agrupa a casi todas las que existen, podría estudiar y tomar en serio esta proposición que aquí hacemos: la de crear un mes sabático, que sería no uno de cada siete (como el año sabático de las universidades, y como la semana de las religiones judía, cristiana y mahometana, y de la legislación obrera de muchos países), sino apenas uno de cada veinticuatro, lo que no es mucho, pero podría servir para empezar: ya luego podría ir haciéndose mas frecuente.

Todo el mundo reconoce la necesidad de descansar; Dios, se dice, descansó el séptimo día, después de que durante seis acometió el esfuerzo de crear todo lo creado, desde la luz hasta la mujer, que fueron la primera y la última de sus obras; creó así la medida de la semana; los judíos el sábado ni lumbre prenden; les está prohibido hasta fumar, y comer caliente; los musulmanes reposan los viernes, y los cristianos, excepto los toreros y los monosabios descansamos, o debiéramos descansar, los domingos; en ese día hay quienes ni se rasuran, ni se ponen corbata; se van al campo, o a la Alameda, o al cine, o a los toros, se olvidan de sus problemas, de los líos de su trabajo; es clásico el cuento del inglés que al cerrar su oficina el viernes recibe un telegrama, lo lee, lo devuelve a meter en el sobre y lo deja sobre su escritorio, y mientras cierra su despacho para irse de fin de semana al club de golf se dice: “Qué disgusto tan grande me voy a llevar el lunes próximo!”.

Pero no solamente el individuo necesita para la conservación de su salud ese breve descanso, de un día, o día medio, o dos días si su semana es inglesa, y además algún período más o menos prolongado de vacaciones (en algunos países de Europa, como Francia, se usan de dos meses enteros, que son julio y agosto), sino también debiera prescribirse esa regla higiénica a las naciones. También las naciones como entidades, y no como sumas de individuales, tienen sus problemas, sus fatigas, sus conflictos, sus arduos trabajos, sus penalidades o sus preocupaciones, y también ellas debieran alguna vez olvidarse de todo eso por un poco de tiempo. Se habla de “tregua navideña” hasta en algunas guerras, aunque no necesariamente se trate de ejércitos cristianos, que tengan la tradición de conmemorar el nacimiento de Jesús; a veces la tregua de Navidad es propuesta en luchas en que intervienen budistas, o discípulos de Confucio, o personas que no tienen ninguna religión. Y fuera de los frentes de guerra, en realidad la tregua pascual se observa en un gran número de naciones, en que hay vacaciones por esa época y en que priva el “espíritu navideño”, que supuestamente consiste en ser amable, benévolo y sonriente con todo el mundo, aunque los comerciantes más bien interpretan esa época como la de apretar las tuercas a los consumidores, recargarles los precios y despojarlos concienzudamente de sus recién obtenidos aguinaldos o gratificaciones.

Pero el mes entero de descanso, de olvido, o por lo menos de relegación a un segundo término de toda clase de preocupaciones, se da ya de hecho, y sólo le falta ser oficialmente reconocido, cada dos años, al celebrarse alternadamente cada cuatro una vez los Juegos Olímpicos y otra el Campeonato Mundial de Futbol Asociación. Todos los años pares traen una de estas dos celebraciones, y durante el mes o poco menos que duran esos juegos, no se habla de otra cosa, ni se piensa en nada más, ni a ningún otro asunto se da importancia. Nosotros los mexicanos, que hemos tenido hace dos años los Juegos Olímpicos y en este momento tenemos el Campeonato de Futbol, podemos darnos cuenta, mejor que nadie, de la psicosis que esos acontecimientos desatan, de la importancia que sumen; pero aun en los países en que no están celebrándose esos actos su resonancia es enorme; la prensa no parece tener cabezas ni columnas para otra cosa; todo crece y se agiganta hasta alcanzar proporciones colosales si tienen relación con esos actos; por ejemplo, por lo que hace a la Copa Jules Rimet, acabamos de pasar nosotros por secuencias apasionantes: si cabrán o no cabrán Borja e Isidoro en la selección mexicana, si habrá o no robado un brazalete en Colombia el capitán del equipo británico, si se rompió un par de huesos uno de los mejores jugadores de nuestra escuadra, si hay o no boletos, y si la reventa los tienen o no los tiene, si las transmisiones por televisión serán gratuitas o de paga, si funcionará el Metro o no funcionará el día de la inauguración, y si ganarán o no ganarán tales o cuales equipos; en estas discusiones ha empleado la prensa el ochenta por ciento de su papel y de su tinta; todo lo demás que en esos mismos días haya sucedido, pasa a un término secundario. Como ocurrió, exactamente, hace dos años cuando tuvimos aquí los Juegos Olímpicos; que si vendría Sudáfrica o no vendría, que si la altura, que si la alimentación, que si el sexo de los atletas, que si la protesta de los negros… un terremoto que hubiese habido en esos días, o una declaración de guerra, o un crack de la Bolsa, habrían ido a planas interiores, con cabeza a una columna.

Pues bien: si esto ocurre, como es evidente que ocurre, y no sólo en México, o en el país en que se celebren estos encuentros deportivos, sino en todos los que en ellos están interesados (a los Juegos Olímpicos vinieron equipos de más de cien naciones, y si a la copa Rimet vienen sólo dieciséis, muchas otras, que fueron eliminadas, mantienen interés vivísimo en el desarrollo de la justa), sería ya ahora de francamente reconocerlo, y de cerrar todos los negocios internacionales, y dar vacaciones al mundo, por un mes entero cada dos años, para que nada se haga ni de nada se hable que no sean los juegos, olímpicos o futbolísticos; ese respiro, ese descanso, haría bien al mundo, sería saludable, sería higiénico; un mes sin pensar en nada serio, en nada grave, en nada trascendente; ni guerras ni guerrillas, ni invasiones económicas, ni alzas ni bajas de bolsa, ni manifestaciones políticas, ni campañas; que todo el mundo se siente ante su televisión a ver los juegos, o se enfrasque en la lectura de la prensa, y sólo discuta, con la familia, con los vecinos, con los amigos, las probabilidades de triunfo de cada equipo, y se dedique a hacer pronósticos, a lamentaciones por las bajas o por los encuentros perdidos, o a entonar himnos y loas por los ganados.

Lo único que falta es el reconocimiento oficial, en la ONU, de estos días feriados, más universales que la Navidad o que el año nuevo, o que la Semana Santa, puesto que no corresponden a una sola religión, ni a un grupo de ellas, sino extienden su influencia por todo el mundo; es decir, el único régimen que falta es el de derecho, pues de hecho ya ocurre que todo se afloja y se distiende en estos meses, uno cada veinticuatro, en que sólo el deporte importa. ¿De qué se ocupa el Primer Ministro del Reino Unido de la Gran Bretaña? Del caso Bobby Moore, principalmente.  ¿Y el gobernador de Jalisco, de qué? De la fractura de Onofre, más que de ninguna otra cosa. ¿Y don Fidel Velázquez, qué declaraciones hace? La de que “renunciar a Borja sería renunciar a los goles”, y no ninguna otra, aunque esté calientita la nueva Ley Federal del Trabajo, que bien merecería algunos comentarios de ese jerarca de las fuerzas obreras. ¿Y qué hace el cardenal obispo? Bendice a la Selección Nacional. ¿Y cuál es el más importante de los actos del propio señor Presidente de la República en estos días? El abanderamiento del equipo, y su discurso de mayor resonancia es el que en esa ocasión dirige a los jugadores, pidiéndoles que no se limiten a competir, sino se esfuercen por ganar; toda una lección de civismo que habrá de resonar en la lucha electoral y en otras actividades nacionales.

Sólo falta presentar la proposición en la ONU, discutirla, votarla… y aprobarla: que cada dos años el mundo entero tenga un mes de vacaciones, para no pensar en otra cosa que en los deportes . Ya verán ustedes que medida tan sana, tan higiénica, va a ser esa.

*Texto publicado el 10 de junio de 1970, en la Revista Siempre! Número 885