Los debates entre los candidatos presidenciales, especialmente los dos primeros, han contribuido eficazmente a combatir el insomnio de la población mexicana aunque, justo es decirlo, la tercera confrontación, sin dejar de invitar al sueño, resultó menos soporífera por un formato más ágil y por los chistoretes conscientes e inconscientes de ese extraordinario comediante conocido por el remoquete de el Bronco.
Andrés Manuel López Obrador, quien encabeza las encuestas, por momentos pudo articular algunas frases y se repitió menos que en las ocasiones anteriores, aunque deberá tomar un buen curso de oratoria para ganar fluidez y corrección, pues sigue empleando una gramática bizarra y sus silencios y titubeos le restan contundencia. Tampoco es muy ducho en el manejo de datos y cifras, pero todo indica que seguirá arriba.
Como en las ocasiones anteriores, Ricardo Anaya resultó ganador en expresión oral, pero poco favor le hizo la tiesura de su rostro, tan acartonado como sus ideas. La bravata de meter en la cárcel a Peña Nieto la cambió por fórmulas menos agresivas, aunque en cierto momento, para responder a José Antonio Meade soltó la amenaza de llevarlo a él y a su jefe ante la justicia. Los ataques a López Obrador fueron los esperados y los acompañó del recurso infantil de las cartulinas. Su efectismo resulto gastado y poco productivo.
José Antonio Meade incurrió en varios errores gramaticales, los que no deslucieron un empleo de las cifras mucho más eficiente que el de sus contrincantes. Desde luego, también ocupó buena parte de su tiempo en escaramuzas contra López Obrador, pero nuevamente le faltó fuerza. Sus intervenciones eran en el mismo tono que se emplea para explicar los misterios de la Santa Misa, y eso es poco útil en una campaña política. Seguirá en el sótano.
Por su parte, Jaime Rodríguez, alias el Bronco, fue nuevamente el payasito de la fiesta. Torpe para expresar cualquier idea, primitivo en sus concepciones —insistió en cortar la mano a los ladrones— e incapaz de explicar lo que se propone, mostró para qué lo metieron en la fiesta: para hacerle sombra al tabasqueño, sí, pero también a los otros dos, sin que sus chanzas lleguen a trascender. Un individuo fuera de lugar.
En suma, si un debate es estéril, tres son una verdadera agresión a los ciudadanos, pues no sirven para maldita la cosa: no ilustran, no politizan, no resultan útiles al votante, que ha de conformarse con palabrería, promesas generales, acusaciones sin comprobación y payasadas. Mejor veamos el futbol.