A Soledad Flores.

Hace décadas surgió la metáfora de la lectura como una imagen de uso corriente; de ese modo se leen comportamientos, gestos, discusiones, ceremonias, escenas (sobre todo crípticas de escenas en una película o en el teatro). Y en los días que corren encontramos un fenómeno revelador, entre nosotros, al referirse al sentido del discurso o de la respuesta de un político, ya no escuchamos que se hable de retórica, discurso; lecturas; descripción o explicación (de procesos). Ahora se habla de narrativa o narrativas. Significa que en el imaginario colectivo la presencia de la literatura, aún más, una intención de sumergir los análisis con los registros de realidad concebida desde la ficción.

Chartier, por su parte, señala que “contra la textulización de toda la cultura, debemos mantener la especificidad de la lectura como una práctica que se ejerce frente a textos y analizar sus formas propias. Respecto a otras formas de lectura, debemos ver cómo se desarrolla la práctica de apropiación del paisaje, del texto o del ritual”.

Construcción social

La lectura es el centro de la actividad del mundo pensante; de las sociedades rodeadas de información: sobreinformadas, lo cual no significa, ya lo sabemos, que los textos leídos contengan coherencia (sintáctica), profundidad (de ideas) o revelación (en las conclusiones).

La lectura es, sobre todo, un acto usufructuario: que solo es medio para conseguir informaciones, discursos (entendidos como la realización de la lengua en el proceso de comunicación); en indagaciones perentorias o en la disertación de conjeturas que con frecuencia no rebasan los terrenos de las expectativas o la transitoriedad fugaz.

¿Pero de qué estamos hablando, en verdad, cuando hablamos de lectura que tantas reflexiones han ocupado a los estudiosos de la antropología, la lingüística, la pedagogía, los académicos, los promotores de lectura, los críticos literarios y, claro, los propios escritores que cuando al ejercer su profesión la cimientan y la articulan con la lectura?

Aceptémoslo, la lectura no es “una cualidad natural del cuerpo y mente para realizar una lectura lúdica” (dixit, I. R. García Palacios) como lo pregonan impulsores profesionales de esta actividad.

La lectura es una construcción social cuya mitos solo se disipan ante los textos en diálogo con ellos, pero ese diálogo no se alcanza con cualquier texto; los medios de comunicación masivos nos apabullan con información con la que se pretende reacción inmediata, volátil.

La literatura es un desafío en sí misma, en cambio, se encamina a un público que indaga en muchos más elementos: exigen atención y un bagaje mínimo previo; señala —como Terry Eagleton— “requieren ser leídos poniendo una atención especial en aspectos como el tono, el estado de ánimo, la cadencia, el género, la sintaxis, la gramática, la textura, el ritmo, la estructura narrativa, la puntuación y, en definitiva, todo lo que podríamos considerar forma”.

Es cierto, aunque en suma, la literatura, la gran literatura, es subversiva sin necesidad de arengas radicalizantes ni de panfletos que buscan adeptos incondicionales y fanatizables.

Referencias y apologías de la lectura.

 

Deconstrucción, de la frase a la idea

Leer contra la nada de Antonio Basanta nos recuerda usos y abusos; referencias y apologías alrededor del acto de la lectura; el seguimiento de tópicos y apartados como “La pasión de leer”, “El ADN de la lectura”, “El cerebro lector”, “En el principio era el verbo”, “La sociedad lectora”, es tan desmelenado como incisivo; estimulante como fragmentario. Logra su propósito de redignificar las implicaciones de la lectura y sus componentes que conducen a la conciencia de ahondar en esta actividad fundamental en las sociedades civilizadas que, debido a los sistemas económicos y manipulaciones políticas, han banalizado ese proceso que exige inevitablemente una decodificación, una deconstrucción para encontrar el sentido de las frases que al unirse forman párrafos y nos dejan ideas.

Aunque un propósito ideal de la integración de sentido sea utopía, “ilusorio”, como señala Ricardo Piglia al disertar qué, quién es un lector en El último lector (2014), el autor argentino, recientemente fallecido, define la lectura: “un arte de microscopía, de la perspectiva y del espacio (no solo los pintores se ocupan de esas cosas […]; la lectura es un asunto de óptica, de luz, una dimensión de la física”. Y al esbozar sus propios horizontes de la lectura precisa que “el texto es un río, un torrente múltiple, siempre en expansión”.

Basanta apela a la lectura como antídoto a la nadería, más que a la nada, porque la nada, en el título de su libro, es el vacío, dependiendo del enfoque es un abismo o es silencio, para el pedagogo y divulgador español se vincula con el silencio. Y en extremo al abstraer, la sustancia abstracta contenida en la literatura, se avanza hacia la nada. El texto de Basanta gozable en su digresión; disperso en su fragmentación. No pretende agotar los temas propuestas sino reflexionar con cierto tono hiperbólico que por un lado establece elementos de la lectura y algunos de sus componentes para abarcarla.

Basanta se propone, por otro lado, instar al lector a que se abandone a las líneas cubiertas de palabras y espacios: quiere aprehender el misterio y, también, la racionalidad del proceso “decodificador”: sitúa la lectura como la máxima actividad intelectual, aunque se sobreentiende que se refiere a la lectura que incesante indaga desde la curiosidad y vuelve lo complejo un reto; su camino un hábito y su consecución un logro arduo, no pocas veces proceloso.

Grado afectivo de la lectura

Significa alcanzar la “competencia literaria”: la solvencia cognitiva del lector, traducible en su eficacia para comprender cualquier texto y, precisamente, conformar su sentido. Hay que reiterarlo, este logro no es una habilidad innata de las personas; será un producto de un largo proceso que ha reflexionado y han investigado estudiosos, entre tantos, como tantos Rosenblatt, Steiner, Bloome, Cassany, Ferreiro, Chartier, Darton, Manguel, Grijelmo, Marina o Petit. Y entre nosotros Juan Domingo Argüelles o Felipe Garrido.

Basanta apela al grado afectivo de la lectura cuando este puede ser compartido. Y este es, en esencia, el propósito de Leer contra la nada; por ende, la lectura, en su opinión, se profundiza cuando pasa de la conciencia individual a la trasmisión; implícita su posición es pedagógica aunque manteniendo la libertad y rumbos ensayísticos de la oralidad a la escritura.

 Antonio Basanta, Leer contra la nada, Madrid, Siruela, 2017.