Finalmente está concluyendo la larga campaña presidencial con sus tres etapas inexplicables de precampaña, intercampaña y campaña. La tensión de la gran mayoría se volcará en el desarrollo y resultados del futbol, por lo que la última oportunidad de los candidatos de ser escuchados fue el tercer debate, el que —habrá que decirlo— fue de mejor calidad, conducción y organización que los anteriores.

En efecto, la conducción —siendo sólida— no permitió el protagonismo exagerado y los candidatos pudieron expresar algunas ideas concretas.

Una vez más José Antonio Meade fue el ganador, por la solidez de su argumentación y su cómodo manejo de cifras y ejemplos que reflejan su conocimiento de los temas; también pudo clavar alguna estocada en sus contrincantes: en Anaya, subrayando que era el único indiciado de quienes ahí estaban; y en López Obrador, vinculándolo con el tema del caso Odebrecht al referirse a la relación de esa desprestigiada empresa con el ingeniero Javier Jiménez Espriú propuesto por Andrés Manuel a la Secretaría de Comunicaciones.

López Obrador se refugió en su clara ventaja que reflejan los sondeos de opinión, repitió, una y otra vez, que la causa de los males nacionales está en la corrupción; rechazó la reforma educativa y, cuando lo cuestionó Anaya sobre algunos contratos que había otorgado, no supo cómo responder, solo dijo que él era honesto. No se preparó pero tampoco le importó, porque su actitud —desde hace algún tiempo— es la de creerse presidente electo, olvidando el viejo refrán que “del plato a la boca se cae la sopa”.

Anaya fue el que salió peor librado, se vio rígido, muy nervioso, molesto y, una y otra vez, se victimizó del supuesto pacto entre Peña Nieto y López Obrador; repitió reiteradamente que meterá en la cárcel al presidente Enrique Peña y también a José Antonio Meade; esta vez el “joven maravilla” se desplomó en una caída que parece no tener remedio.

Por su parte, Jaime Rodríguez, el Bronco, mantuvo su estrategia de llamar la atención, culpando a la partidocracia de todos los males; trata de obtener simpatizantes, con la plena tranquilidad de que, una vez concluida la jornada, él volverá a su nicho de poder desde la gubernatura de Nuevo León, regresará a esta posición con mayor popularidad y tendrá posibilidades de insertarse —desde una oposición regional— con el nuevo presidente de la república. No menospreciemos al Bronco como un personaje menor, él es el único que tiene un juego claro a su favor hacia el futuro inmediato, sabiendo, desde luego, que su participación en esta contienda es testimonial.

Los pocos días que faltan para las votaciones, dífícilmente influirán, salvo que sucedieran hechos extraordinarios que algunos esperan ansiosamente, cambios que le dieran un giro de 180 grados al panorama que hoy vemos. Esto no sucederá, lo que sí es muy probable que veamos es un crecimiento exponencial del candidato Meade y que recibirá gran parte de los votos de los indecisos y de los que han ocultado su voto en las encuestas.

Faltan muy pocos días y no olvidemos que del plato a la boca se puede caer la sopa.