Desde hace algunos años se da en el mundo un recurrente voto antisistémico. Este fenómeno se da incluso en un buen número de países desarrollados. Los ejemplos más frecuentemente citados son el triunfo del brexit en Gran Bretaña y la elección de Donald Trump en Estados Unidos, pero es posible citar numerosos ejemplos.

El voto antisistémico tiene, desde luego, las características de la situación del país y el momento específico en el que se da. Por ejemplo, en varios países europeos ha estado influido por el nacionalismo y contra la migración, pero comúnmente se trata de una expresión contra el modelo económico neoliberal que caracteriza la globalización contemporánea.

Después del colapso de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría, el mundo pareció encaminarse al auge de la economía de mercado y la democracia liberal. Esto es, un mundo de libertades individuales en el que gracias a la innovación científica y tecnológica, un sistema financiero globalizado y la apertura comercial se generaría una época de crecimiento y bienestar general.

Sin embargo, los resultados han sido dispares. Ha habido claros ganadores y perdedores, estos últimos en un número muy elevado no solo en algunos países con economías emergentes, sino incluso en varias de las naciones más desarrolladas.

Actualmente se viven contradicciones crecientes. El mundo vive sin duda el momento de mayor progreso científico y tecnológico en la historia. A pesar del muy acelerado crecimiento demográfico global nunca antes tanta gente había salido de la pobreza en algunas regiones del mundo.

Las clases medias han crecido en varios países, en particular en el área de Asia Pacífico. Sin embargo, hay un profundo malestar con la globalización a lo largo y ancho del planeta. Esto se debe a la persistencia de la pobreza en muchas regiones en el mundo y sobre todo al disparo de la desigualdad. Por un lado, una parte de la población mundial ha progresado en forma muy sensible, y por el otro la desigualdad se ha incrementado en el contexto de la mayor concentración del ingreso y de la riqueza en la historia.

Ha habido para algunos un importante progreso material en el contexto de un sistema económico depredador y destructor de la naturaleza, también como nunca antes. Es probable que el malestar con la globalización persista en buena parte de la población en el marco de la sobreexplotación de los recursos naturales, en un contexto global de creciente incertidumbre.

Uno de los problemas comunes que contribuyen a la generación de esta situación es la ausencia de visión de largo plazo. Con frecuencia los gobiernos y las empresas están sometidos a criterios de corto plazo.

En esa situación es común que obtengan triunfos electorales gobiernos populistas que lejos de contribuir a la solución de los problemas que pretenden solucionar, terminen agravándolos. En el caso de América Latina los esquemas de solución de la problemática social de Venezuela no solo no funcionaron, sino que causaron una crisis humanitaria y una dictadura sin precedentes. Lo mismo ha sucedido con el régimen de Ortega en Nicaragua, el pasado gobierno de Rafael Correa en Ecuador, de Evo Morales en Bolivia, de Lula da Silva en Brasil, así como de Néstor Kirchner y Cristina Fernández en Argentina.

Por eso es sorprendente en América Latina el enfrentamiento entre los neoliberales de la primera generación con el dogmatismo que les caracterizó al inicio de los años noventa del siglo pasado, con el nuevo estatismo que sueña con la social democracia de los años sesenta del siglo XX. Me parece importante entender que ambos esquemas están totalmente rebasados. Ahora debemos pensar en nuevos planteamientos. No podemos seguir tratando de aplicar teorías concebidas para un mundo vacío en uno que está saturado. Es necesario un mucho mayor esfuerzo intelectual para la solución de la creciente problemática de la humanidad.

En México, además de lograr mayores tasas de crecimiento económico en forma sostenida, es determinante que el Estado preserve el interés general. A las importantes reformas económicas estructurales, deben seguir una segunda generación de cambios de carácter social. Pero todo esto debe lograrse en un contexto de preservación de la naturaleza y el ambiente, ante los riesgos de una catástrofe global. Esto exige un cambio no solo en las políticas públicas, sino en toda la forma de organización social y económica. Concluyo reiterando que todo esto debe lograrse a través del Estado de derecho, con pleno respeto de las libertades individuales. Debemos, como señaló recientemente José Narro “Encontrar la combinación virtuosa de tres elementos esenciales: la libertad individual, la justicia social y la eficiencia económica. Todos ellos armonizados por un entorno democrático”.