Hemos oído a muchos “intelectuales” e incluso políticos de alto nivel pregonar a los cuatro vientos el “fracaso” de las ideologías, la “crisis” de las ideologías y también su inutilidad apelando a los “hechos”, a los “actos”, a lo “práctico”. Estos juicios precipitados implican un desconocimiento absoluto de lo que es una ideología. Cuando se tiene conflicto con un concepto o palabra, lo mejor es investigar un poco para salir de dudas y no emitir juicios tan desafortunados. En primer lugar, postular que hay fracaso o crisis de las ideologías no es otra cosa que aceptar de modo tácito la preeminencia de una. En la Edad Media europea había prácticamente una, y era incuestionable; por lo tanto, invisible. ¿Para qué referirse a algo que no se ve, aunque afecte a toda una sociedad? En los países fundamentalistas o teocráticos hay una sola. He ahí el peligro de afirmar que no las hay: en el fondo se está diciendo que predomina una configuración, un modelo de pensamiento y ya. Decir que no hay ideologías o que fracasaron es, a mi juicio, una trampa ideológica.

¿Pero qué son las ideologías? Chatelet las define como configuraciones de ideas que son, ante todo, “legitimaciones que funcionan como instrumentos de persuasión, convencimiento o coerción, y que, autónomas en su economía discursiva, están por completo inmersas en las prácticas sociales”. Todo modelo de pensamiento, toda configuración de ideas se adhiere, lo quiera o no, a su presente histórico, de ahí lo descontextualizado u obsoleto de ciertas ideas de comunidades muy conservadoras o en exceso tradicionales, o por lo menos lo obsoleto para el grueso de la sociedad, que se rige por normas y leyes, más que por valores en común. Esto último ocurre más bien en las comunidades. Una fuerza política que pretende regir a una sociedad entera puede apoderarse de una ideología, o alguna ideología puede apoyar una fuerza política. Es raro que haya habido una sola en las modernas sociedades plurales y democráticas. Más bien hay muchas, en la medida en que hay diferentes sistemas de ideas, y unos se acoplan más que otros a las distintas realidades sociales. Ha habido ideologías que han padecido de insuficiencia conceptual; ha habido otras que fracasan por sus efectos nocivos en lo social, económico o político, aunque no hayan padecido de tal insuficiencia; ha habido también ideologías que se han alterado o han sido sustituidas por nuevas configuraciones; otras han intentado conciliarse con ideologías distintas para producir una nueva.

Dicho lo anterior, ¿de verdad desaparecieron o fracasaron o simplemente estamos ante la hegemonía de una sola ideología, como ocurría en la Edad Media? Y si es esto último, ¿cuál es esa ideología? La respuesta es inmediata: nuestra nueva sociedad fundamentalista y “teocrática” se rige por el neoliberalismo, ideología diseñada para beneficiar al Dios Capital, a las grandes corporaciones multinacionales y trasnacionales, las que pretenden ser ya dueñas del planeta: dueñas de la tierra, del agua, de los ríos y mares; incluso del aire. Se justifican porque afirman que les dan trabajo a millones de personas, pero históricamente ha sido al revés: la mano de obra de los trabajadores es la que ha creado esas corporaciones, la que las ha fortalecido. A base de esclavitud y explotación ya acaparan toda la naturaleza, destruyéndola poco a poco, aunque a la vez intentando curarla: paradoja de nuestro tiempo mecanizado en que sólo quien posee tarjetas de crédito y capital puede sobrevivir. Los Estados y políticos se han convertido en empleados de estas inmensas y multifacéticas corporaciones, que son los nuevos señores feudales. En general, es irrelevante que las fuerzas políticas conozcan de ideologías, pues hay una, y estas fuerzas se venden al mejor postor a menudo con un doble discurso: se dirigen a la sociedad que vota por ellas y también a sus amos, de diferente modo. Todo esto, invisible para la mayoría (como el poder invisible en las narraciones de Kafka) ha burocratizado el mundo, que se ha convertido en un gran negocio, en algo con precio, es decir, en una abstracción.