Lejos, muy lejos de la realidad está la balandronada de Trump de que las guerras comerciales son buenas y fáciles de ganar. Lo anterior, quizás, y solo quizás, pudiera ser cierto en el ámbito empresarial o comercial para el actor preponderante,  pero finalmente pierden los consumidores. En contra y a pesar de sus asesores comerciales, que mejor renunciaron, el presidente estadounidense inició una guerra que nadie ganará y posiblemente termine perdiéndola y con él la economía norteamericana y desde luego los consumidores de su país.

En estos escasos 18 meses de su mandato, la hegemonía geopolítica global de los Estados Unidos ha disminuido por erráticas decisiones incomprensibles que parecen empeñadas en destruir un liderazgo militar, político y comercial, que costó décadas, dólares y vidas de soldados estadounidenses y hoy sin ninguna estructura que la sustituya parece derrumbarse, por un voluntarismo propio de alguien ajeno al ejercicio del poder político.

En este contexto se han iniciado conflictos de toda índole en casi cualquier parte del mundo. En esta colaboración, solo me referiré a diversos aspectos de la guerra comercial sin sentido, que busca terminar con el libre comercio, buscando el espejismo del proteccionismo y “volver a hacer grande a América”, que aúna a un patriotismo trasnochado, de racismo y xenofobia.

Lo difícil de entender es el afán de pelear con todos al mismo tiempo. Es un hecho incontrovertible que la economía china le disputa la hegemonía comercial o ya la rebasó, y Trump tiene abierto un flanco que no termina de dimensionar por el poderío financiero global de la nación asiática, que cuenta con herramientas para dañar el sistema de pagos estadounidense, que no lo vaya a hacer, porque atentaría contra sus propios intereses, eso es otra cosa.

Al mismo tiempo, inicia un conflicto con la Unión Europea con motivo de la aplicación de barreras arancelarias al acero y sus derivados y no fue lejos por la respuesta, en el seno del G-7, sus aliados tradicionales expresaron su inconformidad, incluyendo Japón.

En paralelo se conflictúa  con Canadá y México, por el mismo motivo del acero y en represalia ambas naciones determinaron la imposición de aranceles a una serie de productos estadounidenses, hasta por un monto similar al daño que les ocasiona la medida.

Hemos dicho antes —y lo sigo sosteniendo— que no conviene un conflicto abierto con los Estados Unidos, por muchos motivos, entre ellos, nuestros migrantes, la asimetría y codependencia de nuestra economía, la balanza de pagos, la monstruosa cuantía de nuestra deuda externa, el valor de la moneda y muchos etcéteras.

¿Qué podemos esperar? Una segunda ronda de represalias en nuestras exportaciones de electrónica, maquila en general y por supuesto en el sector agroalimentario: cerveza, tequila, aguacate, tomate, frutas, hortalizas y otros.

La integración de las cadenas productivas, ha generado una mutua codependencia bajo el esquema de ventajas comparativas. Esperemos que alguien se lo explique a Trump y que éste entienda.