Cuando se publiquen estas líneas faltará aproximadamente poco más de dos semanas para que concluyan las campañas.

El próximo debate del 12 de junio tiene gran importancia, sobre todo el análisis de las capacidades y las propuestas de quiEnes aspiran a la presidencia de la república.

Lo primero que habrá que destacar es el difícil momento histórico por el que atraviesa nuestra nación que, a pesar de haber establecido alianzas aparentemente indisolubles con los Estados Unidos, hoy recibe una andanada inexplicable, perversa y tortuosa en todos los frentes; la xenofobia que ha resurgido en la nación blanca, golpea inmisericordemente a nuestros migrantes, con una actitud de feroz discriminación y persecución.

El Tratado de Libre Comercio de América del Norte está naufragando y no se le ve salida a la ya iniciada guerra comercial, que comienza con los absurdos aranceles al acero y al aluminio, que han sido aplicados a México, Canadá y la Unión Europea.

La estabilidad de nuestra moneda ha sufrido cambios drásticos y la huida de capitales foráneos y nacionales ya empezó bajo el vendaval de la cobardía que suele tener el dinero.

Por eso, en el análisis de los próximos comicios, se tiene que ponderar las luces y sombras de los candidatos, para manejar una mejor estrategia frente a esta calamidad que inexorablemente se avecina.

López Obrador es un hombre nacionalista que cree en la corriente histórica del proyecto que en México surgió contra la desigualdad y en búsqueda de un Estado benefactor; sin duda muchas de sus propuestas son válidas y valientes, sin embargo, su propia personalidad causaría un efecto que podría ser negativo hacia el futuro. Probablemente su tiempo ya pasó, frente a lo que hoy estamos viviendo. No obstante, más allá de su soberbia, habrá que reconocer una enorme terquedad con profundas raíces sociales.

Ricardo Anaya no ha podido consolidar una propuesta que la sociedad recoja en forma convincente y, esto se debe, no sólo a la poca claridad de su vida personal —que ha sido en corto tiempo hombre de negocios y servidor público— sino también a una ideología totalmente contradictoria que representa su coalición, donde —quieran o no— chocan de manera irreversible el Partido de la Revolución Democrática que nació reivindicando la política cardenista y el Partido Acción Nacional que surgió para combatir la reforma agraria y la expropiación petrolera.

José Antonio Meade es poseedor del mejor arsenal de política económica y política internacional, que pudiera enfrentar el tsunami que se viene desde el norte; sus méritos personales como servidor público y como hombre de clara honestidad son indiscutibles; sin embargo, las contradicciones internas de su campaña y la novatez e inexperiencia de muchos de sus colaboradores ha impedido su crecimiento en las encuestas, pero no han detenido la percepción de tirios y troyanos, de que es el mejor.

Este arroz no se ha cocido, falta poco tiempo, ¡pero falta! Las encuestas no han considerado ni a los indecisos ni a los que —por una u otra razón— ocultan su voto, lo que representa un porcentaje suficientemente grande para cambiar el resultado final.