Por Efraín Salinas

Día 3

 

[su_dropcap style=”flat” size=”5″]L[/su_dropcap]as chamarras y la ropa térmica no han salido de la maleta. El sol es intenso y el verano de los rusos no le pide nada al de la Ciudad de México. Mi esposa y yo desayunamos un par de falafels y un refresco color verde brillante que parece radioactivo. Acá hay sabores que se perciben por primera vez y que no existen en otras partes del mundo.

Luego de tres días de caminar la ciudad, decidimos parar un poco y guardar fuerza para el juego de la tarde. El metro es gratis los días de partido y a pesar del miedo que presupone entrar a un transporte donde difícilmente hablan otro idioma, resultó ser bastante cómodo y sencillo llegar al estadio Krestovski. El trayecto también nos ayudó a entender porqué le llaman al subterráneo el “Palacio del Pueblo”. Parece que lo hubieran inaugurado para la copa del mundo. La salida queda a los pies del estadio pero la caminata es larga antes de llegar a las taquillas.

Irán-Marruecos no es precisamente el partido del año, aunque eso no importa a quienes pudimos conseguir entradas. Un mundial es un mundial. Otra vez, los sombreros de charro entre la multitud. Todos quieren fotos con los mexicanos y ellos se dejan querer.

Del partido se puede rescatar poco más que autogol de último minuto que los iraníes festejaron como si se llevaran el título a su casa. Salimos luego de un rato para esperar a que bajara el caudal de asiáticos en frenesí. Encontramos un pub camino al hotel para ver el show de Cristiano contra España y el resumen de los apuros que tuvo Uruguay para ganarle a Egipto. Luego, un par de cervezas para el cuarto. A procesar la jornada y alistarnos para el viaje en tren a Moscú mañana por la noche.