Una foto distribuida por la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos y luego puesta a circular por las agencias informativas muestra, sin disfraz y sin perdón, a niños prisioneros en una jaula, menores que fueron separados violentamente de sus padres por el gobierno de Donald Trump.

Los progenitores de esos muchachos son mexicanos unos y centroamericanos otros, pero todos son seres humanos. Están en cárceles, como delincuentes, o ya fueron deportados del territorio estadounidense al que supuestamente entraron en forma ilegal. Desde luego, no se dice que allá trabajaron duro, crearon riqueza para aquella sociedad, se enamoraron y tuvieron hijos.

Como esos hijos nacieron en la llamada Unión Americana, el gobierno de ese país se considera autorizado para arrancar a los menores de los brazos de sus padres y madres, lo que equivale a un secuestro “legal”, sin importar el dolor que eso pueda causar ni las consecuencias que tenga para quienes han de crecer sin hogar y sin la guía de quienes los trajeron al mundo.

La medida adoptada por Donald Trump es un paso más en el proceso de fascistización a que está sometida la sociedad estadounidense y confirma que la nueva política exterior de la gran potencia, que ni siquiera respeta a sus aliados, se corresponde con la xenofobia que se alienta y justifica desde Washington.

Por fortuna, la sociedad estadounidense es el más rico crisol que se haya producido en la historia de la humanidad. Lo es porque durante mucho tiempo, el país vecino ha sido lugar de esperanza y de refugio para millones de personas llegadas de todo el mundo. Por supuesto, el racismo siempre ha estado presente en los sectores más atrasados y se ha manifestado contra irlandeses, italianos, africanos, chinos y latinoamericanos.

Sin embargo, por encima de las inevitables mezquindades, los inmigrantes han sido un invencible ejército de trabajo, una fuerza moral y solidaria, una fenomenal fuente de creatividad e innovación, un factor clave para hacer de Estados Unidos la gran potencia del siglo XX que hoy, en declive, tiene a un mandatario que mucho daño le está haciendo a su país.

La persecución de indocumentados ha llegado a extremos de crueldad sin precedente, pero, otra vez, lo mejor del pueblo estadounidense levanta su voz para condenar esa política impía. En México, el gobierno, los partidos y los candidatos deben condenar sin rodeos la cacería de indocumentados y el secuestro de los niños a los que urge proteger. Quien no lo haga aparecerá como cómplice.