Las democracias llamadas liberales nacieron como una esperanza de que la humanidad alcanzaría sus viejos anhelos de libertad y de igualdad, y se desarrollaron con mayor intensidad a partir de que el mundo perdió su bipolaridad; sin embargo, existe un clima de descomposición y de indignación popular, ya que no han logrado un avance significativo en la distribución de la riqueza, particularmente para los millones de seres humanos que se encuentran en pobreza.

Por otra parte, la partidocracia que preveía Maurice Duverger se consolidó en cúpulas pragmáticas y ajenas a cualquier ideología, que se han repartido el poder político.

No es suficiente para la democracia que se cuenten los votos y se cuenten bien, es necesario que un régimen político alcance una mejor distribución del ingreso. La economía del neoliberalismo globalizador nos condujo —como señala Thomas Piketty— a una desigualdad y a una desestabilización social, que se vincula con el hecho de que “la tasa de rendimiento privado del capital es significativa y duraderamente más alta que la tasa de crecimiento del ingreso y la producción”, a  mayor abundamiento, los capitales y las empresas crean un enriquecimiento enorme, mientras que el poder adquisitivo de los salarios disminuye, por tanto, los ricos cada días son más ricos y los pobres son más pobres, por lo que el círculo vicioso de este esquema es prácticamente imposible de evadir.

Bajo estos parámetros, asistimos a los comicios que se celebran en México este domingo 1 de julio, con una enorme herida social, generada por la pobreza, por la violencia y por un desencanto hacia el sistema democrático que, en otras latitudes, está regresando a regímenes autoritarios.

El horizonte después de la elección puede tener un ominoso destino, si no sabemos leer la historia enfrentándonos unos a otros en una absurda polarización. Gane quien gane, no podemos perder de vista la grave amenaza que representa la posición xenofóbica e imperial del presidente Donald Trump, que no debe encontrarnos divididos frente a las agresiones que nos esperan en el futuro inmediato.

 Al día siguiente de la elección, no podemos continuar en un clima de ira colectiva y de enfrentamiento, porque la reconstrucción del país y la consolidación de sus fines constitucionales sólo se podrán lograr en un clima de paz que nos unifique en la lucha contra el crimen organizado, contra la inseguridad en la que estamos viviendo y contra la corrupción.

El escenario puede variar, dependiendo de quién sea el ganador; lo que no debemos permitir es que se destape la violencia política y la lucha intestina, que ha sido el factor histórico del que se han aprovechado quienes nos han despojado de soberanía y territorio.