Las campañas se encuentran en su fase terminal, enfrentaron a una sociedad irritada y molesta que acusa, reclama y cuestiona a la clase política y en particular a los candidatos a la Presidencia de la República sobre sus desventuras: corrupción, inseguridad e impunidad.

 El rencor y afanes de venganza se apoderaron en un profundo sentimiento en la colectividad, lectura aprovechada por los contendientes, quienes brindaron mensajes justicieros utilizando vocabularios y acusaciones poco comunes en una campaña presidencial, señalamientos directos y concretos convertidos en compromisos para llevar ante la justicia a importantes personajes de gobierno o, por el contrario, enviar cartas públicas de amnistía.

Poco acostumbrados estamos a contiendas de esta naturaleza, nos resultan atípicas y raras, máxime el transfuguismo de líderes de todos los partidos políticos que emigraron según el candidato de sus preferencias o, bien, derivado de diferencias intestinas irreconciliables con quien hace cabeza representando al instituto político al que pertenecían, el hecho es notable y significativo, un simple reflejo de la crisis institucional.

Pues bien, se acabaron las campañas, ahora solo resta la jornada electoral, esperar con ansias los resultados, y de lo más importante: el día después: las reacciones. Lo predecible en el corto plazo se remite a dos cuestiones obvias, la primera cantada desde el inicio del proceso electoral es la salida del PRI de Los Pinos, se configura como el gran perdedor; la segunda, implica una mayor complejidad, pues la fragmentación social provocada por una contienda nutrida con grandes dosis de pasión contiene ingredientes suficientes para resistirse a aceptar los números a quien no le favorezcan.

Ante tal panorama va a resultar difícil resanar las heridas, máxime que entre los dos principales adversarios han manifestado propuestas completamente divergentes, lo que implica proyectos contrarios y alejados uno del otro, lo que en un futuro, dadas las condiciones, se pueden prever distanciamientos y confrontación, etapa que ya conocemos bien y lamentablemente con resultados predecibles y poco alentadores.

Por otra parte, las campañas han sido de gran utilidad en el sentido de hacer un alto en el camino e invitarnos a un proceso de reflexión, sobre todo en momentos donde la continuidad según la expresión mayoritaria de los electores, a la cual me sumo, no tiene cabida. La premisa de un anhelado cambio es el punto de preocupación que nos ocupa, seguir en etapas de transición es abrir nuevamente las puertas a la incertidumbre; francamente espero un destino consensuado, tolerante, plural, con visión de Estado y respetando los cauces democráticos.