Pedro Palou

Para Juan Ignacio, por supuesto, por todo

 

Esas tardes (las tardes a las tardes son iguales) bebemos un poco de ron y él empieza a hablar. Se torna filósofo, se trastoca aforístico y las verdades salen de su boca como axiomas de lo trágico, lapidarias construcciones de la vida. Tener un hermano portero profesional de futbol es raro (lo admito) pero intenso. Te puede poner a temblar cada semana con la seguridad de la incertidumbre pero también te permite pláticas como éstas. Él habla solo, yo no contesto: escucho. Y sus palabras amueblan el mundo:

un penalty es como una mujer dormida. Distante y deseable. Inalcanzable pero frágil

un penalty es la cita impostergable a tu muerte, tu anunciado funeral, una ruleta rusa con más de un tiro en el revólver, un juego de póquer que nunca podrás ganar

un penalty es un niño rebelde, una novia despechada y solitaria frente al altar, un amigo que te ha traicionado, un exilio obligado en un país caluroso y lejano,

un penalty es la mujer que siempre has amado y que siempre se ha resistido, la mujer que siempre has deseado y con la que te has quedado varado antes del último paso, el decisivo, el final, el satisfactorio. Es la mujer a la que siempre le has escrito poemas y ella ha tirado sin leerlos. Porque claro

un penalty es el amor. Es la guerra peligrosa de los sexos, la batalla despiadada del deseo, el combate postrero con el cuerpo.

En un penalty no hay enemigo. Ni siquiera contrincante. Nadie tira contra ti. Nadie te horada, te penetra, te humilla. Tú mismo eres tu carcelero, tú te infliges la vejación, tú atentas contra ti mismo

un penalty es un suicidio al que has asistido varias veces sin poder morir del todo. Por eso un penalty es doloroso: siempre lastima morir un poco

un penalty también es el pecado cayéndote en la espalda como una ráfaga de culpa, como una carretada siniestra de olvido. Es la noche, la oscuridad, el miedo.

Es la nada, el vacío: el rostro de dios mirándote perplejo. Aquí mi hermano hace una pausa que congela el gesto último y pide una copa que apura con igual fruición. El alcohol golpea su garganta y tambalea su cerebro. Pero lo hace continuar como si nunca se hubiera detenido:

un penalty es una fiera esperándote agazapada en un claro. Pero también un asalto nocturno a mansalva. Una violación, una golpiza. El tiempo veloz desde el silbatazo no te permite pensar sentir reflexionar. Sólo el balón entrando irremediablemente, perforando tu cuerpo, torturando tus entrañas y no hay forma de engañarse no. Nunca puedes detener un penalty, como tampoco puedes decirle a la vida para stop no hay paso prohibida la entrada. No. Si el que va a tirar falla es porque sí porque no es porque no te tocaba. Nadie (ni el suicida, ni el portero) decide el momento de su muerte.

Por eso un penalty es la película que nunca viste, el libro que nunca hojeaste, la mujer que no te amó y si lo paras (digo, es un decir), si eres uno de los afortunados que logra detener la bola, quedársela en la mano no puedes sentirte feliz, sabes que has modificado algo en el universo. Y tampoco eres un héroe, porque has asesinado al azar y sabes también que eso no puede quedar impune.

Un penalty es una canción de Bronco desgañitándose nostálgica hasta el infinito: se fue se fue un penalty es un águila enjaulada, una serpiente emplumada, es un dolor, un dolor irremediable.

Se aclara la voz y toma otro trago. Dice sus últimos aforismos y se queda dormido:

un penalty es como la vida, es como la muerte: provocador e inalcanzable como una minifalda

un penalty es inútil como una corbata y absurdo como una boda

un penalty es nuestra sexta cerveza cuando, solos, contemplamos el absoluto en un bar

un penalty es un penalty es un penalty.

Pedro Palou (Puebla, 1966) es un prolífico narrador mexicano que enseña en Middlebury los veranos y en Tufts el demás tiempo del año. Premio Xavier Villaurrutia por su novela de box, Con la muerte en los puños en 2003. Este cuento hecho de aforismos está dedicado a su hermano que fue portero profesional de futbol y ahora es el director deportivo de los Xoloscuintles de Tijuana, de Primera División.