Por Tomas Perrin

 

[su_dropcap style=”flat” size=”5″]M[/su_dropcap]éxico fue escenario del más hermoso de los encuentros.

En los hogares, en las calles, en los estadios y en los templos personas provenientes de todos los países se saludaban con alegría, se abrazaban con auténtica cordialidad.

En un acto público, un salvadoreño hizo una fraterna alusión a Honduras y los hondureños todos vitorearon a El Salvador. Instantes después salvadoreños y hondureños se estrecharon cordialmente con alegre y entrañable hermandad, entre el aplauso unánime de todos los países.

Todos los pueblos, supuestamente enemigos, demostraron aquí el torpe y criminal artificio de quienes los lanzan a las guerras y la verdad indiscutible de sus genuino amor a la paz.

No hubo un grito “¡Muera!” ni un grito de “¡Fuera!” para nadie. Los “¡Vivas!” en cambio florecieron y se multiplicaron y fueron bienvenidos como auténticos hermanos  todos los que —según los certeros conceptos de Pedro Martín, un hombre excepcionalmente inteligente y generoso—, “en muchedumbre incontable atravesaron océanos y surcaron espacios corriendo al alcance de un sol que se hizo suyo, todos cuantos llegaron con la rosa de los vientos trayendo polvo de mil caminos en las sandalias y en los ojos el brillo de innúmeras constelaciones y de desconocidos hemisferios; todos los que trajeron el encanto de lenguas no conocidas, la riqueza inmensa de costumbres nuevas y el recuento de las maravillas que, por doquier, hace la Gracia de Dios”. México, sin distinción de razas, lenguas o ideológicas les brindó a todos su corazón y su hogar. México fue, en fin, el escenario y la plataforma que mostró al mundo la verdad jubilosa del hombre cunado descubre no ser el lobo sino el hermano del hombre. Y en los hogares, en las calles, en los estadios y en los templos surgieron nuevos y alegres cantos que eran ejemplo y fórmula y augurio también de un mundo posible. Algo insólito y conmovedor de estos tiempos en los que —glosando los hondos y bellos conceptos de Pedro Marín— los hombres no saben cantar. Necesitan conciertos, radios, tocadiscos… y hasta han hecho del canto un oficio, un espectáculo. En estos tiempo en que no se sabe cantar en el mundo, porque no se ama, porque no se tiene el alma limpia, ni el cuerpo trabajando en el servicio de los demás.

¡Sí! En nuestro pensamiento y en nuestro corazón ha quedado la imagen de más de cuarenta mil personas, venidas de las naciones y entrelazadas con nuestro pueblo cantando conjuntamente y dando un conmovedor testimonio de su arduo pero jubiloso empeño por forjar un mundo así, como el que aquí presenciamos, un mundo sin discriminaciones, un mundo sin castas, un mundo en donde… (Hechos, 2, 12) todos hablan y entienden un único e idéntico lenguaje: el lenguaje del amor.

Y ante el éxito de este evento permanente, junto es que ahora disfrutemos de otro evento transitorio , sin darle una importancia desmedida a que México gane o no gane una copa de futbol.

>Texto publicado en el número 885 de Siempre! el 10 de junio de 1970<<