Jacquelin Ramos y Javier Vieyra

“El niño que no juega no es niño…” nos dice Pablo Neruda. ¿Hay acaso algún objeto que marque la infancia como un juguete? A lo largo del tiempo el juguete ha sido una de las mejores expresiones de lo maravilloso que es el mundo de nuestras tradiciones y costumbres; en él se conjugan testimonios que representan valores, actitudes y creencias de una cultura, y al mismo tiempo es una expresión artística, por lo cual los juegos y juguetes populares simbolizan la vida y época de los grupos que los practican. Con el avance de la tecnología y la digitalización de la vida, no es casual que la manera de jugar haya cambiado también, por lo que los juguetes artesanales, hechos de diferentes materiales, formas y colores, luchan día a día por no desaparecer y seguir haciendo no solo felices a los infantes, sino además seguir contribuyendo a la identidad comunitaria de los seres humanos.

México ocupa una posición de honor en cuanto a la creación de estos peculiares compañeros de aventuras y diversión.  El infinito repertorio en que se fusionan el ingenio, el imaginario y el folclor nacional es considerado un patrimonio no solo de la nostalgia, sino también de los usos y costumbres en las muy diversas regiones mexicanas. En la actualidad, lugares como Juventino Rosas en Guanajuato y Temalacatzingo en Olinalá, Guerrero, ocupan una suerte de santuario para la manufactura de juguetes; pero existe un artista plástico que recorriendo estos y muchos más sitios representativos ha dedicado su labor a la creación y difusión del juguete popular en la Ciudad de México: Miguel Ángel Estévez , “Migual”.

Egresado de la Escuela Nacional de Artes Plásticas, recuerda, en entrevista exclusiva para Siempre! que comenzó su labor profesional en la pintura mural para después pasar al grabado bidimensional en madera; una vez dominada la técnica, dio el gran salto a la proyección escultórica, a las tres dimensiones.

“Inicié haciendo juguetes porque me gustaba la idea de interactuar con el arte de manera completa, no solo observándolo detrás de una línea. Me inspiraron piezas excepcionalmente trabajadas con las que podías jugar: los boxeadores, las tablitas mágicas, el trompo, los voladores de Papantla, por ejemplo. Antes de empezar a fabricarlos, primero reuní una colección de juguetes populares de diferentes estados de la república:  hoy asciende a más de 500 piezas”.

 

Fomentar el juguete popular

En el viaje donde emprendió su exploración de la geografía del juguete en México, “Migual”, seudónimo de Estévez, pudo aprender de los más connotados maestros jugueteros como Gumersindo Olivares, “Don Sshinda”,  cuyo trabajo fue reconocido a escala internacional,  pero también descubrió los problemas de logística para que estas obras de arte hechas juguetes puedan conocerse en el centro del país, pues la distancia y los costos no resultan nada favorecedores a las personas interesadas en ellos: “Si algunos juguetes llegan a la Ciudad de México, normalmente arriban rotos por las distancias que tienen que recorrer; en caso de llegar enteros resultan ser carísimos en el aeropuerto, en boutiques o ciertos mercados”.

La dificultad para que estas piezas estén en los hogares mexicanos fue también uno de los alicientes que Estévez encontró para comenzar a trabajar en el fomento y realización del juguete popular. Para ello, no existe ningún límite para la creatividad, cualquier idea puede ser convertida en un objeto recreativo. El único requisito es enamorar desde el primer momento en que alguien lo vea.

“Existen diferentes materiales para crear un juguete, pero para poder ser maniobrado sin romperse, es ideal la madera, en diferentes grosores. De ese punto en adelante, no existe forma, mecanismo o color que marque algún estándar para hacer estas creaciones. Sin embargo, existen ciertos elementos estéticos que se han vuelto imprescindibles en los juguetes mexicanos, como las tonalidades vivas, las grecas e incluso algunos íconos de moda, como las calaveras que con la película Coco se volvieron muy populares”. 

Pero, no se trata de una actividad de mera esencia comercial o económica, “Migual” dedica una gran parte de su labor a enseñar a niños y adultos a construir sus propios juguetes en diferentes cursos de temáticas variadas: barcos, camioncitos, alebrijes, etc. Esto representa una manera más de estimular la propia creatividad y la sobrevivencia de los juguetes artesanales en la ciudad.

Potencial pedagógico

Y es que para Miguel Ángel Estévez los juguetes van más allá de la diversión superficial; para él estos instrumentos de la imaginación tienen un extraordinario potencial pedagógico. Uno de sus proyectos más recientes, por ejemplo, se enfoca en apoyar una campaña de concienciación para salvar de la extinción al ajolote, por lo que diseñó un ingenioso mecanismo que hace brincar un modelo de esta especie endémica al hacer girar una pequeña manivela. Al igual que con el amenazado habitante de Xochimilco, constantemente monta novedosos sistemas de juegos con personajes como tortugas, conejos y aves con el fin de acercar a cualquier persona a la belleza e importancia de la fauna en la naturaleza.  Cabe mencionar que este es solo uno de los tópicos que se pueden transmitir a través de los juguetes.

“Un juguete también puede narrarnos algún acontecimiento importante en nuestra cultura, por ejemplo, tengo entre mi colección una especie de cocinita con utensilios de barro en miniatura, puede recrearse, por ejemplo, la invención del mole, sobre la que giran muchas y muy diferentes leyendas de Puebla. Entonces, cuando enseño cómo hacer estas curiosas cocinas las cuento para darle mayor trascendencia y simbolismo a ese juguete. Lo mismo ocurre cuando se trata de escenificar una leyenda rural con brujas o santos, como ex votos; tradiciones como el Día de Muertos; o profundizar en conocer a algún personaje histórico, para eso sirven los móviles en que pueden verse girando a Frida Kahlo y Sor Juana Inés de la Cruz“.

Anecdóticamente, el artista comenta el origen de su seudónimo, que proviene de realizar una conjunción de las primeras letras de su nombre (Mig), con los últimos dos caracteres de nahual, el mitológico personaje originario del bestiario mesoamericano y que ha recobrado importancia en múltiples expresiones culturales. Al hacerlo, como un mago en pleno éxtasis va haciendo vivir, uno por uno, a todos los integrantes que hacen de su taller un país de ensueño, la autentica tierra de los juguetes. Pueden verse navíos piratas, a maestros de circo enfrentándose con fieras, calaveritas tocando marimbas o asomándose de sus tumbas, carruseles que pareciesen de caramelos brillantes y aviones nacidos de pequeños guajes; detrás, siempre hay una evocación de la inocencia, la infancia, a nuestras tradiciones.

Aunque no pasa mucho tiempo antes de darse cuenta de que parte del encantamiento se sostiene en lo poco que ya es posible apreciar estos prodigios en el mundo. El juguete popular mexicano se encuentra inmerso en una desigual y compleja competencia frente a las gigantes compañías de producción en masa que inundan el mercado con plástico y campañas publicitarias enormes. Incluso, la dominación de las pantallas y los mundos de pixeles ponen al borde de la desaparición estos artilugios. “Migual” explica: “en todos los acontecimientos y tiendas es posible encontrar un Xbox, pero en muy pocos se encuentran caballitos, títeres, baleros o canicas”.

La producción de bajo costo proveniente de China, los celulares, tabletas y vertiginosidad social ponen en una seria disyuntiva a todos los artesanos encargados de hacer juguetes a la vieja usanza. Se ven en desventaja en cuanto a los precios de sus productos, aún cuando siguen manteniendo un envidiable estándar de calidad y frente a los padres que ya no buscan dar a conocer a sus hijos estos juguetes tradicionales, sino muchas veces mantenerlos la mayoría del tiempo inmóviles y entretenidos. Rescatar y valorar nuevamente el juguete popular mexicano es un uno de los objetivos del trabajo de Estévez, y aunque pareciese perdida la batalla, un factor de poderosa esencia lo acompaña en su empresa.

“Estos juguetes tienen una gran ventaja: no necesitan electricidad, ni Internet, únicamente la imaginación, el movimiento y la creatividad. Mientras los humanos no nos volvamos robots, el juguete popular tiene una luz que alcanzar”.

“Migual” termina la entrevista; toma un trozo de madera y comienza a tallarlo; al cerrar la puerta los juguetes volverán a dormir a la espera de un niño, de pocos o muchos años, que quiera acordarse de cuando a una muñeca o un carrito le cabía todo el universo: “Volvamos a jugar, volvamos a nuestras raíces, a vivir”.