Por Alfonso Morcillo
La razón más profunda de buscar el peligro es que en cualquier caso es imposible rehuirlo.
O lo buscas o él te buscará.
El teatro de Sabbath
[su_dropcap style=”flat” size=”5″]C[/su_dropcap]omencé tarde a leer a Philip Roth. Rebasaba ya los 30 años y no sabía de sus libros. Quizá fue mejor no leerlo en mi temprana juventud. Quién sabe si lo hubiera valorado igual. Llegó en el momento justo, gracias a una reseña de Patrimonio que publicó Guillermo Fadanelli.
Y desde ese libro me seguí con los otros: Pastoral americana, El teatro de Sabbath, El lamento de Portnoy, etc. Con cada libro que terminaba, con cada página leída, encontraba muchas más preguntas que certezas en su literatura.
Inicié la búsqueda de sus libros y durante cerca de 10 años adquirí todas sus novelas, dos libros de ensayos y uno autobiográfico, Los hechos.
Ahora que ha muerto he sentido unas tremendas ganas de llorar por su partida. Y cualquiera dirá “qué exageración”, como si hubiera sido familiar mío. No, no lo fue, pero me acompañaron sus lecturas y él mismo en un periodo de vida. Y ya no me dejó. Sus libros están ahí para ser releídos.
Ahora que ha muerto he regresado a algunos tomos y he encontrado las marcas que dejé con esos banderines de colores que se adhieren y despegan de las hojas sin maltratarlas.
“Mi madre y los demás muertos se hallaban en el cementerio como consecuencia de la fuerza impulsora de un accidente aún más improbable: haber vivido”.
“La vejez no es ningún jolgorio”.
“Uno limpia la mierda de su padre porque no hay más remedio que limpiarla, pero después de haberla limpiado, todo lo que hay que sentir se siente como jamás antes se había sentido. Éste era mi patrimonio: ni el dinero, ni los tefilines, ni el cuenco de afeitar, sino la mierda”.
Estas tres citas, de Patrimonio, me convencieron de que Roth era un grande. Curiosamente hace algunos años, más de 10, me encontré esta obra en rebaja a un precio irrisorio. Compré algunos que regalé a varios amigos. Sólo en una pude encontrar una cómplice de lecturas de Roth. Lamentamos su muerte por igual, con un par de doloridos mensajes.
“– Pero siempre un poco extraño lo convertías todo en una farsa.
– ¿Todo?
– ¿Tú? Pues claro. Mira ahora. Conviertes en una farsa a la misma muerte. ¿Existe algo más serio que morirse? No, pero tú quieres convertirlo en una farsa. Ni siquiera te suicidarás con dignidad”. El teatro de Sabbath
La muerte, siempre presente en muchas de sus obras. Pero el erotismo también:
“Me encontraba solo en un coche aparcado en una carretera a oscuras, una mano moviéndose dentro de la blusa de una muchacha cuya lengua se movía en el interior de mi boca, la misma lengua que vivía sola en la oscuridad de su boca y que ahora parecía el más promiscuo de los órganos. Hasta entonces la única lengua que había estado en mi boca era la mía, y esa idea casi va a estar va para que me corriera. Eso sólo sería más que suficiente. Pero la rapidez con la que ella me había permitido actuar (y aquella lengua que se proyectaba, se restregaba, se deslizaba, me lamía los dientes, la lengua, que es como el cuerpo desprovisto de su piel) me impulsó a tratar de poner delicadamente su mano en la entrepierna de mis pantalones. Y, una vez más, no encontré la menor resistencia. No hubo batalla alguna”. Indignación
“Él trató repetidas veces de impedir que su mirada se posara en la protuberancia de sus senos que subían y bajaban al respirar. Aquel era un tormento que debía alejar. La idea era una afrenta al sentido común y una amenaza a su cordura. Su excitación era desproporcionada en relación con cualquier cosa que hubiera sucedido o que pudiera suceder. No solo tenía que ocultar su apetito sino que, a fin de no enloquecer, debía aniquilarlo. Pero siguió adelante con tenacidad, tal como había planeado, creyendo a medias todavía en la posibilidad de que existiera una combinación de palabras que de alguna manera le salvaran de la derrota”. Elegía
Y las reflexiones que me dejaron más preguntas que respuestas:
“¿Será este el fin de la eternidad, rumiar una y otra vez sobre las nimiedades de toda una vida? ¿Quién podría haber imaginado que uno tendría que recordar constantemente cada momento de la vida hasta en su más minúsculo componente? ¿O acaso éste más allá sea tan sólo el mío y, de la misma manera que cada vida es única, así también lo es la otra vida, cada una de ellas una huella dactilar imperecedera de un más allá distinto al de cualquier otro? No tengo manera de saberlo. Como en la vida, sólo sé lo que es, y en la muerte lo que es resulta ser lo que fue. No sólo estás encadenado a tu vida mientras la vives, sino que sigues atado a ella cuando te has ido”. Indignación
Y la vejez, el eje temático de sus últimas tres o cuatro obras.
“Sin embargo, lo que había sabido no era nada comparado con el ataque inevitable que es el final de la vida.
La vejez no es una batalla; la vejez es una masacre”. Elegía
– Te serviré una copa.
– Sí, me apetece. Tengo la sensación de que floto entre dos cosas.
– ¿Qué cosas?
– Tú y el abismo.
Sobre el oficio de escritor:
“El capricho es lo que hay en el fondo de la naturaleza de un escritor, exploraciones, fijaciones, aislamiento, malignidad, fetichismo, austeridad, frivolidad, perplejidad, infantilismo, etcétera. La nariz en la costura de la prenda interior… ésa es la naturaleza de la vida del escritor. Impureza”. Engaño
Y sobre la soledad.
“Puede que abandonara Nueva York porque tenía miedo, pero al ir prescindiendo cada vez de más y más cosas, encontré en mi soledad una especie de libertad que era casi siempre de mi agrado.
Me desprendí de la tiranía de mi intensidad emocional… o, tal vez, al vivir aislado durante más d una década, tan sólo me deleité en su aspecto más austero y riguroso”. Sale el espectro
Philip Roth dijo en alguna entrevista que solía tener ataques creativos, es decir, que sus acometidas ante la hoja en blanco eran ataques creativos y que tenía la necesidad de, para poder escribir, atacar, atacar y atacar.
Celebro que nunca le dieran el Premio Nobel. Eso lo hubiera convertido en un escritor de moda pasajera. Sus ventas habrían crecido, sí, pero ya era bastante leído y admirado. Ignoro si la vida me dará el tiempo para atacar y releer toda su obra. Por lo pronto, me encuentro releyendo estos párrafos que marqué, reflexiono sobre la vida y el erotismo, pero sobre todo pienso en la vejez y la muerte. Porque al final leemos para no estar solos.