Día 9 y 10

(Alguien tiene que regresar otra vez)   

 

Por Efraín Salinas

 

[su_dropcap style=”flat” size=”5″]L[/su_dropcap]legamos a Moscú sólo para tomar el avión a Ekaterimburgo. Eran las dos de la mañana cuando aterrizamos, pero había una luz de atardecer en el cielo. Resulta que acá las noches duran aún menos que en San Petersburgo. Apenas un par de horas se pone el sol. A las tres de la mañana está tan claro como el medio día y puede ser la peor pesadilla de quien tiene el sueño sensible. Para nuestra desgracia, el departamento que rentamos no tenía una sola persiana, cortina o algo que se le pareciera. Dormimos con camisas amarradas a los ojos como antifaces improvisados, pero no fue fácil alcanzar el sueño profundo. Por si fuera poco, las dos horas de más que hay respecto a Moscú, hizo que nos despertáramos a las dos de la tarde.

El primer día todo estaba en calma. Pocos mexicanos rondaban la Iglesia sobre la Sangre y las calles tenían relativa calma. Las cosas cambiaron para el día antes del partido. De nuevo el secuestro de cualquier bocina pública para poner desde música de banda hasta reguetón, con el detalle de que los paisanos “boteaban” para agradecer a quien se las había prestado.

Para la noche, la ciudad había sido tomada y reclamada como el estado 33 de la República Mexicana. “Nunca se ha visto esto en Ekaterimburgo, muchas gracias por venir”, nos decían chicos locales en un pobre inglés. Todos eran bienvenidos, y supongo que las leyes locales no vieron nada de malo en que Burguer King vendiera cerveza y estuviera abierto hasta las 6 de la mañana. Grave error si tienes 30 mil mexicanos en las calles.

Llegamos sin boleto para el partido pensando en que probablemente pudiéramos conseguir algo a buen precio, pero no duró mucho tiempo nuestra fe. Desde 500 hasta 1000 dólares una sola entrada según la categoría. Platicábamos de ese tema en el autobús y un señor alcanzó a escucharnos. “Yo les puedo regalar dos boletos, mi amigo no consiguió vuelo y me dijo que los regalara”. Yo no lo podía creer… e hice bien. Minutos antes, su esposa los acababa de dar a un par de desconocidos en el Fan Fest. Nunca he tenido ese tipo de suerte.

Terminamos en el mencionado Festival, que esta vez no gobernaban los paisanos. Había un ambiente local y familiar, y aunque no había las porras o la demanda de cervezas de siempre, era visible que los rusos se habían enamorado del Tri y de su gente, porque abundaban las playeras nacionales y las mejillas pintadas de verde, blanco y rojo. Puedo decir que vivieron y sufrieron el partido como nosotros, y también estuvieron pendientes del Alemania-Corea.

Tuvimos que correr de nuevo al aeropuerto con un sabor agridulce, felicitados por los rusos y goleados por los suecos. Así ha sido este viaje y creo que así es la vida para casi todos nosotros.

https://youtu.be/BQwcUgIPUSM