El poder es así. Dura poco y cuando se pierde amarga. Unos saben retirarse en el momento justo. La mayoría no. Mariano Rajoy Brey (Santiago de Compostela, 1955), acaba de demostrarlo. Con más ambición que capacidad, Pedro Sánchez Pérez-Castrejón (Madrid, 1972), lo ganó, por el momento, ¿hasta cuándo?

Por mera coincidencia o por las sinrazones del destino, en los días que España vive su más reciente drama nacional (la política y el fútbol casi están al mismo nivel en la antigua metrópoli), mientras el triunfador Zinedine Zidane, popularmente llamado Zizou –el famoso futbolista francés de ascendencia argelina, que se desempeñaba como entrenador del Real Madrid al que llevó al tricampeonato europeo en 2016, 2017 y 2018 consecutivamente–, poco después de obtener el último galardón dijo: “este equipo debe sufrir un cambio para seguir ganando” en alusión a su renuncia al cargo, en plena gloria, antes de empezar a perder. No esperó que un mal día lo echaran.

Rajoy, presidente del gobierno, pese a los numerosos avisos para que saliera del puesto (con muchas advertencias de por medio), se negó a abandonar el alto puesto. Sucedió lo que tenía que suceder: los diputados españoles, excepto los de su partido, agrupados por el líder del PSOE, lo corrieron. Cuestiones de personalidad. Zinedine, pese a la fama, mantiene los pies sobre la tierra. El gallego casi levitaba y así le fue. Además, tuvo que tragar gordo y presenció la jura de su sucesor, que lo hizo, por cierto, sin Biblia ni Crucifijo de por medio, como acostumbra el rey Felipe VI. Cosas del poder.

Así las cosas, el secretario general del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), Pedro Sánchez, el sábado 2 de junio juró el cargo de presidente del gobierno del reino de España, ante Felipe VI, que el propio viernes 1 de junio, firmó el decreto del nombramiento después del triunfo de la “moción de censura” presentada por los socialistas contra Rajoy Brey. El líder del partido socialista es el primer ganador de una propuesta de este tipo en España –tres anteriores fracasaron–, y obtuvo 180 votos (cuatro más de los necesarios: el 51.4% del Congreso de los Diputados), a continuación de un debate en el que Rajoy se negó a presentar su renuncia, posibilidad que le ofreció Sánchez Pérez-Castrejón para no presentar la “moción de censura”.

La votación del jueves 31 de mayo en el Congreso de los Diputados de España ante la moción de censura propuesta por el PSOE con sus 84 curules pasará a la historia: a favor 180 –solo se requerían 176 votos, la mayoría absoluta–, sumando los socialistas con Podemos, ERC, PDeCAT, PNV (cinco votos que vascos fueron decisivos), Compromis, EH Bildu y Nueva Canarias. En contra 169, con los 134 del Partido Popular, de Rajoy, Ciudadanos, UPN, y Foro Asturias. Abstención: un voto, de C. Canaria. Así se hizo historia en España.

No es fácil ahondar en este capítulo de la vida política española. El espacio es corto. Del mar de tinta que ha corrido en estos días sobre el particular, me llamó la atención el artículo de Daniel Gascón –editor de Letras Libres España, autor del reciente libro El golpe posmoderno, Editorial Debate–, “La fragilidad de Sánchez”, del que tomamos algunos párrafos: “Es difícil lamentar la marcha de Mariano Rajoy. Hemos visto cómo una sentencia judicial por corrupción ha provocado la caída de un Gobierno, siguiendo un procedimiento constitucional. El rechazo no solo obedece a la corrupción  en la formación conservadora, sino también a su actitud displicente y patrimonialista. Durante su tiempo en el Gobierno, el Partido  Popular de Rajoy, ha contribuido a degradar la imagen de unas instituciones que ha tratado como propias y que debía haber defendido.

“Nuestras mayores virtudes son muchas veces nuestros peores defectos, y si ha menudo se ha elogiado el manejo de los tiempos de Rajoy y su capacidad para beneficiarse de la fragmentación del adversario, en esta ocasión los juegos temporales han sido insuficientes y sus rivales se han puesto de acuerdo en una cosa: echarle.

“Tampoco es sencillo celebrar sin matices la victoria de Pedro Sánchez. La idea del imperativo ético para la moción de censura se debilita un poco cuando pensamos en algunas de sus compañías: representantes de Bildu que han dicho que quieren debilitar al Estado o independentistas que han apoyado una deriva ilegal y han puesto a un político supremacista al frente de la Generalitat de Cataluña, por no hablar del apoyo recibido de CDC, un partido extinto y embargado con mayor grado de corrupción sistémica incluso que el PP. Varias de las fuerzas que han sostenido la moción apoyan un derecho a decidir que es un eufemismo del derecho de autodeterminación y no tiene cabida en nuestro orden constitucional.

“El Gobierno –de Sánchez–, será frágil y afrontaremos situaciones de inestabilidad, es unas condiciones complejas y novedosas. Seguramente el Partido Popular ejercerá una oposición dura. Más de una vez el PP ha sido desleal cuando no ocupa el poder: desde la votación de la OTAN al no a los recortes de Zapatero. Sánchez también afrontará divergencias internas y algunos de los apoyos recibidos distancian a sus votantes. Tampoco sabemos cuál será la posición de Ciudadanos, que ha salido trastabillado de la moción.

“Sánchez ha obtenido el poder, pero no está claro que llegue a gobernar. Aunque las circunstancias van a ser distintas, y probablemente más tensas, en cierto sentido podría no haber una gran diferencia: hemos vivido unos meses de letargo legislativo. Su gesto de audacia ha tenido éxito, pero una de las incógnitas es saber qué piensa en realidad. Ha transitado del socioliberalismo a la vehemencia contra el sistema, de criticar la xenofobia de Qim Torra en Europa y reclamar el endurecimiento del delito de rebelión a adular a los independentistas. No sabemos bien lo que opina, pero sí conocemos su resistencia, su determinación y una útil falta de escrúpulos a la hora de reinventarse. Y, como dicen que quería Napoleón de sus generales, tiene suerte”.

 Todo ha sucedido tan rápido que España vive una situación inédita.  Una vez consumada la votación en el Congreso el jueves 31 de mayo, el desasosiego irrumpió en los despachos de La Moncloa. Mariano Rajoy no se iría solo. Al dejar la presidencia, muchos colaboradores buscarían la puerta de salida: aproximadamente 1,304 personas; entre ellas 457 altos cargos y 847 empleados de confianza en ministerios, entidades públicas, secretarías y en organismos autónomos. La debacle. Así son las reglas del juego.

Bien lo explica Víctor Lapuente en “La hora de los estoicos”: “…En una democracia madura, las reglas –leyes o tradiciones–, se adaptan a las nuevas realidades. La estabilidad democrática no se basa en convenciones inalterables, sino dúctiles…Toda alteración de las rutinas irrita a quienes creen que están perdiendo el poder injustamente. Pero, como señalan los expertos, la democracia es la institucionalización de la desconfianza. Una forma de contener y canalizar el descontento hacia los ocupantes de unas instituciones concretas del Estado, las que poseen naturaleza política, y no hacia el todo”.

Continúa Lapuente: “España no es una excepción. El PP se ha financiado ilegalmente, pero lo ha pagado con la pérdida de votos y del Gobierno. Y quizás con su propia extinción al no haber reaccionado a tiempo. Pues ese ha sido el problema, no la corrupción per se. A finales de los años noventa, cuando operaba la caja b en el PP, un escándalo de financiación ilegal sacudió a la CDU alemana. Las donaciones ilegales forzaron la jubilación definitiva de uno de los políticos europeos más decisivos de la segunda mitad del siglo pasado, Helmut Kohl, así como el retiro temporal de uno de los más importantes de lo que llevamos de este, Wolfang Schäuble. Un precio altísimo. Pero menos oneroso que la desaparición de las siglas, que es lo que puede sufrir el PP”.

Y finaliza Víctor Lapuente: “Ni en componendas parlamentarias ni en corrupción los españoles somos diferentes. Lo que nos distingue es la sobrerreacción emocional –acompañada no casualmente, de inacción política fruto del miedo a la hecatombe–. En otras democracias no hay necesariamente más consenso ni más limpieza, pero sí una aceptación más estoica del diseño y la suciedad”.

Todo esto debería ser una lección para México, que en cuestiones de corrupción no podemos, indudablemente, tirar la primera piedra, ni la última. El 1 de julio próximo demostraremos de qué estamos hechos los mexicanos y entonces podremos alzar o bajar la voz. España, mientras tanto, enfrenta muchos problemas a corto y mediano plazo. Y nadie tiene a la mano otro sistema que sustituya a la democracia. Bien lo dijo Winston Churchill. VALE.