El laberinto de la soledad no nació solo. Como lo ha escrito su autor, tres experiencias de su infancia fueron decisivas, pero también la vieja discusión en torno a México y a lo mexicano. Este laberinto es hijo de una tradición obsesionada por su auténtico yo, y se convirtió en un vientre que ha engendrado polémicas, disentimientos, aplausos, críticas, revisiones: otros laberintos. Por su estilo penetrante y seductor, es el que quizá mayor influencia ha tenido en México sobre este tema. A diferencia de Samuel Ramos, Octavio Paz propone que es la soledad lo que caracteriza a nuestro pueblo, pero Paz advierte que su libro no es una filosofía de lo mexicano ni una búsqueda de nuestro ser, como afirma en Postdata: “El mexicano no es una esencia sino una historia”, es decir, cambio, desarrollo, sin olvidar que los factores económicos y culturales son partes del motor de la historia.

La postura de Paz, por un lado antiesencialista y por otro definitoria de las circunstancias históricas, nos lleva a otro laberinto, ya que el problema de definir al mexicano como tiempo y cambio es justo su pluralidad histórica, racial, geográfica y, en definitiva, cultural, elementos que rehúyen toda definición o limitación. México es una nación culturalmente plural, mestiza, sin importar las muchas razas que han entrado en juego para conformarla. ¿Dónde empieza y dónde termina la moda de descubrir la unidad concreta en la pluralidad? Si dejamos a un lado el concepto de “genio de los pueblos”, fue Paul Bourget quien intentó en 1883 y 1885, definir a los franceses. Samuel Ramos, discípulo de Adler, influye en Paz, quien con lenguaje poético y persuasivo ha convencido a más de una generación de que su crítica moral, social, política y sicológica corresponde a ese ser histórico que es el mexicano. No es culpa de Paz, sino de las malas lecturas de esta obra.

Aunque haya sido cuestionada la visión histórica y su enfoque y metodología, El laberinto de la soledad, por su gran lirismo, pero también por ciertas generalizaciones, ha aportado una serie de ideas que, como ocurrió con el libro de Ramos, se han convertido en lugares comunes. Ciertamente, posee valiosas apreciaciones sobre los albures como competencias verbales y desenmascara otros rasgos del mexicano del centro y de cierto nivel social. Además, no debe olvidarse que, como todo gran ensayo literario, el carácter subjetivo es fundamental, de lo cual el mismo poeta está consciente, al afirmar que pretende aclararse a sí mismo el sentido de algunas experiencias: “tal vez no tenga más valor que el de constituir una respuesta personal a una pregunta personal”. Toda crítica constituye un valioso ejercicio de autognosis donde el crítico revela sus preferencias, conocimiento, lecturas e intuiciones. Si se lee el libro de Paz como un ejercicio poético de una imaginación crítica privilegiada, entendemos mejor por qué este ensayo se ha erigido como un arma cultural invaluable de la segunda mitad del siglo XX en nuestro país.

Es indiscutible que esta obra participa del clamor nacionalista y cosmopolita. El laberinto… es hijo de su tiempo. Muchos autores de los cincuenta se preocuparon por lo nacional, y sin haber participado en la Revolución, heredaron de la generación anterior el interés por cuestionar esta contienda. La región más transparente (1958), de Carlos Fuentes, nos otorga una visión retrospectiva de la lucha armada, al mismo tiempo que la cuestiona y cuestiona la identidad y el ser mexicano. Es claro que los ecos de El laberinto de la soledad recorren esta obra, donde hay afirmaciones semejantes a las del Laberinto. ¿Hasta qué punto escuchamos esos ecos en otras obras, como Pedro Páramo? No es lugar para dicha reflexión, pero sí para elogiar al libro de Paz como mito, criadero de reflexiones y personajes que han enriquecido nuestras letras. Paz mismo advierte, en una entrevista con Claude Fell, que su libro, en tanto literatura, es un mito, lo que no significa que sea falso: ningún mito lo es y Paz establece una mitología que parte del pachuco. Ahora bien, los mitos nacen, se desarrollan, mueren. Unos resucitan porque son necesarios para explicarnos una parte de lo real. Lo cierto es que siempre hay un abismo entre los individuos de carne y hueso y los modelos propuestos por la cultura.