Vamos a creerle al excanciller Jorge Castañeda cuando dice que existe un pacto de impunidad entre Andrés Manuel López Obrador y Enrique Peña Nieto para que el presidente no vaya a la cárcel.

López Obrador, de ganar, va a tener que enjuiciar a Peña Nieto. Las bases sociales de Morena, conformadas lo mismo por guerrilleros que por maestros de la CNTE, de la CETEG y por organizaciones populares ultrarradicales van a exigir a toda costa la purga del régimen.

No solo Peña Nieto sería detenido y enjuiciado, también sus hombres más cercanos, desde secretarios de Estado hasta gobernadores, pasando por diputados y senadores.

Y si López Obrador duda en hacerlo, debido a un supuesto pacto de impunidad, quienes se encargarán de hacer los juicios sumarios, las purgas y persecuciones serán los mismos cuervos que el mesías se ha encargado de criar.

No olvidemos la advertencia que lanzó el ideólogo Paco Ignacio Taibo II cuando dio a entender que ellos, los antineoliberales, los antirreforma energética y antisistema, son los auténticos dueños de Morena. Dicho de otra forma: si el mesías se desvía ideológicamente o deja de cumplir las amenazas que alimentan y mantienen viva su maquinaria, las turbas saldrán a tomar el poder.

La misma lógica aplica para los acuerdos que, en apariencia, alcanzó López Obrador con los más ricos de los ricos. Con esos a los que ha culpado de robarle al pueblo y ha llamado minoría rapaz con el propósito de incendiar el ánimo de las masas y posicionarse como el vocero de los despojados.

¿Cómo explicará ahora López Obrador a su clientela política —los más pobres de los pobres— que ya pactó con los más ricos de los ricos, culpables, según él, del empobrecimiento nacional?

A tres semanas del 1 de julio cuesta trabajo saber dónde está ubicado el candidato de Morena. Después del encuentro con los “empresarios cúpula” del país, Alfonso Romo salió a decir a los medios que López Obrador se comprometió a no cancelar el nuevo aeropuerto, a no cancelar la reforma energética, a no ir, en resumen, en contra del gobierno de Peña Nieto.

Ahora sí, ya no entendimos nada. Romo habló como un típico representante del establishment, como uno de esos priistas que tanto ha criticado López Obrador por representar el gatopardismo.

En palabras de Romo, el cambio profundo y radical que tanto ha prometido su jefe político durante veinte años de campaña quedó, de pronto, sepultado en el “basurero de la historia”.

Creo que ahora sí debemos tomar en serio aquello de que López Obrador es más callista, más echeverrista y más nacionalista revolucionario que todos los priistas que han militado en el PRI durante los 89 años que lleva de existencia.

Sí, efectivamente, se trata de un caudillo a la vieja usanza, pero con una muy particular diferencia: cree encarnar al pueblo, y si el pueblo le ordena que debe traicionar cualquier pacto, incluyendo el de impunidad, lo hará.

Una mera reflexión final: los pactos entre dos adversarios valen, pero no para beneficiar a uno o dos hombres. Los pactos son moralmente aceptables solo cuando se trata de salvar el destino de una nación.

Y ese no sería, precisamente, el caso.