Cuando Damián Comas nació en 1984, los hechos narrados en su primera novela, Cenizas, eran historia. Historia reciente, cicatriz, pero narradas en pasado, pero para este joven escritor y cineasta, las dictaduras latinoamericanas son un fantasma doliente que no deja de recorrer nuestro continente… ¿Cuándo termina un conflicto? ¿Cuándo los asesinos dicen “basta”? ¿Cuándo termina el infinito dolor de las víctimas? ¿Cuando ya no queda quien reclame? Desafortunadamente, Latinoamérica no ha cambiado lo suficiente para pensar que eso ha terminado. La vida pasa, pero los dolores se quedan. En 2006 se dio la última, espero, desaparición relacionada con esa dictadura. Pero basta con preguntarse cuánta gente sigue desapareciendo en este territorio. ¿Realmente se terminó un conflicto?

Las circunstancias narradas en Cenizas le son mucho más próximas a Damián de lo imaginado: es hijo de un refugiado político de ese momento, por lo que la investigación, nos dice, empezó por su propia familia.

Arte, esencia de la vida

“Lo que más sirvió —dice Damián— fue la literatura de otras guerras y los viajes a Sudamérica. Cenizas, para mí, no es una historia sobre la dictadura argentina. Elegí ese momento histórico porque tenía que darle un espacio específico, pero por lo que a mí respecta es una historia recurrente en la humanidad. Somos consecuencia de ese momento fallido. Un mundo más perverso, más ignorante, más pobre y corrupto”.

Cenizas, ganadora del XIX Premio de Letras Hispánicas de la Universidad de Sevilla 2013, es una novela elaborada con base en infinitas preguntas. Sus tres personajes principales, los hermanos Julio y Jorge y el músico negro Melleola, no encuentran quién les explique cuál es el crimen por el que se les persigue sin tregua.

“Para mí —dice Damián— la literatura es señalar un sentido. Digamos, apunto en una dirección y me invento un listado de características; después, dejo que el personaje camine por cuenta propia. Cada uno me fue dando sorpresas y fue dibujándose con la complejidad, contradicción y redondez de los seres humanos”.

Hay tramos excepcionales de la narración, como en la página 57, donde se describe el incendio que arrasó, literal y metafóricamente, con la vida cotidiana de Julio, de la siguiente manera: “se van deformando las imágenes como si la abstracción consumiese las figuras hasta la ausencia (…)” Esto, y las ilustraciones, que no llevan crédito, pero supongo son realizadas por el propio autor, que me deja con la duda, me obligan a preguntarle a Damián si decidió hacer pintor a Julio para calzarse mejor en su dolor.

“Tiene que ver—responde Damián— con lo que el arte implica para mí. El arte es la esencia de la vida, contiene lo mejor de los seres humanos, es nuestro aspecto más espiritual y sublime, mucho más que las religiones para quienes hemos adquirido otro grado de conciencia, crítica y ciencia. Y, sin embargo, ese individuo, al igual que el resto de los personajes artistas (Melleola es músico), es condenado por ser un libre pensador, por ser un creador, por tener ideas propias y sueños. O como lo dice la misma novela: por amar tanto la vida que decidió intervenirla”.

Melleola es mi favorito —continúa Damián—. Llegó un día a mi cabeza y ya no se fue. Lo quiero mucho, me duele su historia, entiendo su vagancia (me recuerda mucho a la mía), y me encanta que aunque intenta desvincularse de todo, termina siendo el adalid de una serie de individuos y eventos. ¿Qué historia es más oscura en la humanidad que la de África y los esclavos africanos en América? Melleola es una consecuencia de ello, es su belleza, su sensualidad, musicalidad y por supuesto su ausencia”.

Militares perversos

Damián explica que las dictaduras militares se ensañan de manera particular con los artistas porque “el arte hace pensar, desobedecer, reflexionar, sentir. No hay mejores maestros que los libros. No hay nada que nos haga sentir más profundamente que la música. No hay pintura que no nos revele una nueva realidad: otros mundos posibles. No hay fotografía que no detenga una instante para ser evaluado. Miremos en el presente a un artista como Ai Weiwei. ¿Cuál es su crimen? ¿Decir la verdad? Ese siempre ha sido el mayor de los crímenes”.

Leonora, la niña desaparecida, hija de Julio, hace una aparición muy fugaz en la novela, lo que alude a los hijos que le fueron arrebatados a los desaparecidos, adoptados a su vez por gente fiel al régimen, asunto que cobró gran relevancia cuando el poeta Juan Gelman hizo público la búsqueda de una nieta desaparecida en circunstancias similares, a la que finalmente encontró”.

“Así de perversos —finaliza Damián— fueron los militares: mataron a los padres y tomaron a los hijos para asimilarlos a su modo de pensamiento. Me avergüenza mucho la monstruosidad de los seres humanos y es parte de esa misma redondez. Dentro de su error, según ellos, hacían algo bueno por esos niños. Y como en todas las guerras, nadie gana, todo lo contrario: todos pierden, basta que el tiempo reacomode las fichas para ver qué perdió cada quien con una guerra”.

Actualmente se prepara la versión cinematográfica de Cenizas y el propio Damián, también cineasta, escribe el guión.

Damián Comas nació en la Ciudad de México en 1984 y su opera prima Cenizas la publicó Debolsillo, México, en 2018.