En política, lo importante no es tener razón,

sino que se la den a uno.

Konrad Adenauer

Aunque la soberbia de la ventaja en las encuestas llevó a la  dirigente nacional del Movimiento de Regeneración Nacional, (Morena) Yeidckol Polenvsky, a decir el pasado lunes, a seis días de los comicios de hoy, que “la elección está decidida”, los comicios se celebran hoy y será hoy cuando millones de mexicanos decidiremos quién nos gobernará los próximos seis años.
Ese ha sido el problema durante toda esta campaña que comenzó el pasado diciembre, el candidato de Morena, Andrés Manuel López Obrador, emprendió una tarea para la cual tiene la experiencia de casi dos décadas de hacer campañas por la presidencia, la tarea de crear la percepción de que su triunfo era inevitable, tan inevitable como impedir la salida del sol por las mañanas.

Ha contado con la “colaboración”, quizás involuntaria de los encuestadores, voluntaria de muchos pejistas de clóset y una larga cadena de errores cometidos por sus oponentes, lo cual ha llevado al absurdo comportamiento de muchos actores de la sociedad mexicana, algunos embozados simpatizantes del tabasqueño que han facilitado que oootra vez, como hace doce años, esté tan cerca de ganar la presidencia.

En este generoso espacio de la revista Siempre! hace muchos meses que presenté mi hipótesis de que las propuestas del candidato presidencial no eran de izquierda, sino un viaje al pasado, a la realidad política de hace casi sesenta años. Esta hipótesis, como es habitual, ha sido descartada por quienes consideran necesariamente que se deshace, ya que proviene de un periodista conservador.

Y ya sabe usted cómo son esos conservadores. Por eso me alegró leer a Roger Bartra en El País, donde afirma que un posible gobierno de López Obrador solo sería la restauración del viejo nacionalismo revolucionario.

Dice Bartra, comunista de toda la vida, militante de marginal corriente socialdemócrata del comunismo mexicano, que algunos dicen que ya le tocaba, que hay sectores que quieren patear el avispero, porque están aburridos. “La democracia es aburrida y un poco de agitación política, les gusta, aunque pongan en peligro al país. Hay esa actitud en sectores intelectuales, de la clase media, atraídos por el peligro para huir del tedio”, dice el filósofo.

Y uno recuerda cómo, en un documental en la televisión francesa, el  líder estudiantil Daniel Cohn-Bendit, conocido como “Danny el Rojo”, al comentar su participación en la tumultuosa rebelión estudiantil de mayo de 1968, ahora tan mitificada, reveló que la inicial protesta la iniciaron, “porque estábamos aburridos”.

Ojalá y que algunos de nuestras élites ilustradas no piensen que el aburrimiento de las rutinas democráticas merece hacer un cambio, olvidando que la reversa también es cambio en las transmisiones de los autos.

O quizás, en el fondo, siempre ha subyacido la incontenible nostalgia de un presidente todopoderoso que resolvía, o intentaba resolver todo, sin exigirnos nada a los ciudadanos, salvo inalterable adhesión.

jfonseca@cafepolitico.com