Beatriz Rivas

Desde que tengo memoria, ya sea por genética o por contagio, le voy a los Pumas. Mi padre trabajó gran parte de su vida en la UNAM, así que en casa había relojes de pared de los Pumas, relojes de pulsera, ceniceros, camisetas, plumas, tazas, cobertores y hasta toallas de los Pumas. También era frecuente escuchar un “¡Goya!” a cualquier hora: era la porra de la familia. Por si fuera poco, teníamos la fortuna de asistir a algunos partidos y, ahí, en un exclusivo palco, estreché las manos de Hugo Sánchez y de Evanivaldo Castro “Cabinho”. Me sentía muy importante.

Fuera de eso, que quedó en el pasado, mi relación con el futbol se reduce a ver los juegos más atractivos del Mundial, es decir, cada cuatro años me siento frente a un televisor para observar a 22 hombres sobre una cancha. El resto del tiempo me olvido que este deporte existe.

No sé si como buena mujer o como pésima deportista, debo confesar que prefiero ser testigo de partidos entre equipos con jugadores guapos (Por cierto, ¿ya vieron al portero de Suiza?). Y también debo confesar que he aprendido mucho al observar un buen juego. El futbol, hay que admitirlo, nos da lecciones de vida aun a quienes no somos aficionados. Por ejemplo, nos muestra que un error puede costarte muy caro; pregúntenle a Loris Karius, el portero del Liverpool, culpable de haber perdido la Copa Champions League ante el Real Madrid; “de haber llevado a su equipo al abismo”, según dijo algún comentarista deportivo, con contundente crueldad. Hay equivocaciones que no se perdonan, sin importar nuestro pasado o de qué manera actuemos el resto de nuestra vida. Descuidos que pueden cambiar no sólo nuestro rumbo, sino el de quienes nos rodean.

Del otro lado está Gareth Bale, el héroe de ese juego. El segundo gol del equipo español fue una genial y preciosa chilena. Hasta yo que, como se habrán dado cuenta no sé nada de futbol, me quedé maravillada. Y aquí entra Marcelo, artífice del pase… y de otra lección de vida. El golazo de Bale no fue resultado del esfuerzo de un solo hombre. En la vida cotidiana, de una u otra manera —a veces más evidentes, otras casi tácitas—, nos llegan pases. Pero no todos sabemos verlos y, de darnos cuenta, no todos sabemos aprovecharlos. Nos avientan el balón con precisión en el momento adecuado, a una apropiada distancia de la portería y, sin embargo, no logramos distinguir la pelota o no acertamos a darle la patada conveniente. Dejamos escapar las oportunidades. Y sé que es lugar común, pero debo repetirlo: las oportunidades no regresan.

Otra ventaja (y lección) del futbol, el rey del deporte por antonomasia, es que nos salva de momentos difíciles y comprometedores. ¿El mejor ejemplo? Esta etapa electoral en la que todos los mexicanos, querámoslo o no, estamos inmersos: un lamentable ir y venir de ataques, juegos sucios, noticias falsas, descalificaciones y agresiones en los medios y las redes sociales. Y no sólo entre los candidatos; los ciudadanos nos hemos dejado contagiar. Amistades han terminado. Reuniones han acabado en golpes. Familias se han dividido. Van y vienen insultos de un lado al otro de las mesas de los restaurantes. Lo peor es que la mayoría de las discusiones no están ancladas en el análisis de las propuestas de éste o aquél candidato. En una rigurosa reflexión sobre lo que es posible que Anaya, López Obrador o Meade realmente puedan cumplir de su lista de promesas. Ante estas elecciones que se acercan, todos nos volvemos irracionales, irascibles, impulsivos y emocionales. Como cuando vemos un partido de futbol en el que nuestro equipo favorito está involucrado.

La próxima Copa Mundial, que durará un mes y que contendrá, exactamente en medio, al primero de julio, atenuará la división entre los mexicanos. Al menos, esa es mi esperanza. Sin importar por cuál partido político votemos, le echaremos porras al equipo mexicano. Olvidaremos nuestras diferencias, aunque sea por un momento. Por eso, sin ser fanática y más que nunca antes, me urge que comiencen los juegos.

Debo confesar que prefiero ser testigo de partidos entre equipos con jugadores guapos (Por cierto, ¿ya vieron al portero de Suiza?).