“Muchas formas de gobierno han sido probadas y se probarán en este mundo de pecado e infortunio. Nadie pretende que la democracia sea perfecta u omnisciente. En verdad, se ha dicho que es la peor forma de gobierno excepto todas las demás que han sido probadas en su oportunidad”, expuso el legendario personaje británico Winston Churchill. Frase hecha que, con razón o sin ella, cita todo mundo.

Lo cierto es que no hay una sola Democracia. Podría decirse que hay tantas democracias como países quieren presumirla. De tal suerte, la democracia de Turquía no puede compararse con la de México –que hoy está a punto de sufrir su prueba más importante de la historia, amén de que ya se considera una de las más caras de la Tierra y no por ello la mejor del planeta–, ni con la de Estados Unidos de América. Ninguna puede afirmar que aventaja a las otras. Estados Unidos en los días que corren está bajo la lupa de propios y extraños. La elección del presidente Donald John Trump, mantiene angustiados no sólo a los estadounidenses, sino prácticamente a toda la humanidad.

 En este contexto, el domingo 24 de junio, el presidente de Turquía, logró su reelección (en la primera vuelta), con el 53.2% de los votos según el recuento difundido por la agencia estatal de noticias Anadolu. La coalición nacional opositora en segundo lugar con el 33.8% y el Partido Democrático de los Pueblos, poco más del 10%. Así, los votantes turcos decidieron que Recep Tayyip Erdogan, de 64 años de edad, sea el 12o. presidente con el que la República de Turquía célebre su primer siglo de vida en 2023. Asimismo, la coalición popular, liderada por el islamonacionalista Partido Justicia y Desarrollo (AKP) –fundado por el propio Erodgan en 2001–, obtuvo el control de la Gran Asamblea Nacional con casi 293 diputados (de un total de 600), a los que agregaría los 49 escaños de su socio el Partido Nacionalista (MHP), organización ultraderechista que logró el 11.19% de la votación general.

Así las cosas, en los comicios presidenciales que acaparaban la atención por el desafío del socialdemócrata Muharrem Ince, personaje novedoso que de ahora en adelante deberán tomar en cuenta para el futuro de Turquía, Erdogan demostró, una vez más que no hay aún ningún líder en su país que pueda ganarle en las urnas.

No obstante la compleja situación económica turca –agudizada por la devaluación de la lira frente a la divisa estadounidense y el euro, además de una inflación de dos dígitos–, Recep Tayyip pudo reelegirse al frente de la República hasta el año 2023, exactamente en el primer centenario de haber sido fundada por el histórico Mustafá Kemal Attatürk (1881-1938).

Erdogan logró dar el domingo 24 de junio otro paso en su programa para transformar a Turquía en un rígido sistema presidencialista. Este amplio triunfo democrático –a la turca–, lo convierte en el nuevo “superpresidente” de su patria. Su éxito se vio reforzado en la Asamblea Nacional con la mayoría de su partido, el AKP.

Con todo esto el “superpresidente” cuenta ya con los poderes plenos que buscaba para poder hacerle frente a situaciones tan delicadas como la crisis económica o la guerra en curso contra los kurdos en Siria y en Irak. Conflictos que no podía resolver, lo que dio pie para que la oposición pretendiera una posible victoria, o por lo menos para que los comicios llegaran al balotaje en el que Erdogan quedara contra las cuerdas. El 53.2% que obtuvo en la primera vuelta echó por tierra las pretensiones del candidato del Partido Republicano del Pueblo (CHP), Morrahem Ince (Yalova, 1964), el elocuente diputado, hijo de un camionero, de tendencia populista que había subido notablemente en las encuestas  (esas encuestas que encumbran a algunos líderes y luego resultan que solo había sido un mal sueño), lo que lo convirtió en la esperanza de los adversarios del veterano islamista.

La jornada comicial del  24 de junio fue importante para Turquía pues ese día el país tuvo una participación histórica del 87.5%, otra señal más del fervor ciudadano que despertó la doble cita electoral, ya que se votó tanto para elegir presidente como a los diputados del nuevo parlamento.

Recep Tayyip Erdogan ganó en ambos casos, y la coalición del AKP y el MHP supera los 300 escaños (de 600 que componen la Asamblea) necesarios, por lo que ni la entrada en el parlamento de los kurdos –que rebasaron el umbral del 10%–, suponga amenaza alguna para los planes del reelegido mandatario.

A su vez, la alianza opositora no pudo arrebatar votos en el conservador interior de Anatolia y se quedó limitada a un 34% de los sufragios. La izquierda pro kurda del Partido de la Democracia de los Pueblos (HDP) logró el 11.29%, pese a los obstáculos a la participación en el sudeste kurdo, donde centenares de urnas fueron cambiadas de lugar “por razones de seguridad” y más de 150,000 electores tuvieron que caminar kilómetros para depositar sus votos. No obstante, el HDP contará con grupo propio en la Asamblea Nacional con 66 diputados.

Para muchos analistas es claro que el país vive un estado de emergencia y está cada vez más polarizado, por lo mismo, la oposición se negó a reconocer en la noche del domingo 24 de junio los resultados ofrecidos por la agencia estatal de noticias, calificándolos de “manipulación” gubernamental. Por ello, Morrahem Ince pidió a sus simpatizantes que “no abandonen” la lucha para impedir eventuales fraudes. Igualmente, la candidata nacionalista Aksener, que recibió menos votos de los esperados, reaccionó vivamente: “¡Amigos, apodérense de las urnas, no las abandonemos! Debemos protegerlas de los manipuladores de la agencia Anatolia”.

A su vez, el analista Mustafá Akyol, columnista del periódico estadounidense The New York Times, definió en las redes sociales la actual situación en el país como la de “una democracia extremadamente intolerante y polarizada en la que el autoritarismo reina gracias al apoyo popular, pero que se enfrenta al mismo tiempo a la resistencia popular”. Un juego de palabras que traza la fuerte división interna que Erdogan ha alentado para lograr el objetivo de concentrar todos los poderes en sus manos a base de elecciones.

Después de depositar su voto en Uskudar, el barrio asiático de Estambul, Erdogan declaró : “Junto a estas elecciones, Turquía lleva a cabo una revolución democrática. Por primera vez vivimos una transición hacia el presidencialismo”, un sistema que permitirá colocar al país “muy alto el listón entre las civilizaciones contemporáneas”.

Más tarde, ya en su residencia estambulita, Recep Tayyip Erdogan, dijo: “Hemos dado una lección de democracia”, tras resaltar los datos de participación “superiores a muchos países que se consideran democráticos…En los últimos dieciséis años hemos luchado contra un golpe, terrorismo y calumnias. No daremos un paso atrás”. Al mismo tiempo, el reelecto presidente dejó a un lado sus acostumbrados mensajes polarizadores: “No discriminaremos a nadie por razones de religión, vestimenta o cualquier otra particularidad. No permitiremos ninguna discriminación. Apoyaremos el bienestar de todos, la riqueza se repartirá de forma justa entre todos los ciudadanos”.

El mandatario quiso aclarar las cosas y expuso que el paso inmediato sería trabajar para la conversión orgánica de Turquía de acuerdo con la reforma constitucional aprobada por la mayoría de turcos el año pasado, cuyo núcleo contiene la presidencia ejecutiva fuerte  que desempeñará él mismo. La oposición, que había abogado por no desarrollarla a fin de reforzar el parlamentarismo, la define como “autoritaria” por elementos polémicos como la posibilidad de gobernar mediante decreto  –muy a la manera de un Hugo Chávez en Venezuela o de otros presidentes bolivarianos de Hispanoamérica–, o la socavación de los mecanismos de rendición de cuentas.

En un esbozo biográfico de Erodgan, el periodista español Juan Carlos Sanz, escribe: “Los diplomáticos estadounidenses destacados en Ankara le calificaron en…2010 como un “patriarca que domina su país”. “Tayyip solo cree en Alá, pero no se fía ni de Dios”, ironizaba un miembro de su partido. “Es carismático, aunque tiene instinto de matón de barrio”, puntualizaba otro confidente de los diplomáticos. Erdogan, el líder que intentó amarrar el destino de Turquía al de la UE en sus primeros mandatos, es visto ahora en Europa como un autócrata. La democracia a la manera de Turquía. VALE.