Por J.M. Servín

 

[su_dropcap style=”flat” size=”5″]E[/su_dropcap]n estas últimas semanas nos enteramos del fallecimiento de dos titanes de la literatura y el periodismo. Tom Wolfe y Philip Roth. En el caso del primero, me veo casi en la obligación de dar algunas impresiones sobre su vida y obra pues representa uno de mis mayores hallazgos como lector juvenil y una influencia notable en mi escritura (quizá hasta podría decir que en mi manera de vestir, pese a que estoy muy lejos de su elegancia, pero algo me queda claro: en la vida lo importante no es ganar o perder, sino vestir con estilo).  

Wolfe es uno de los padres fundadores del periodismo pop que revolucionó la crónica y el reportaje de largo aliento de la segunda mitad del siglo XX. Cuando digo “pop” me refiero a la diversidad de temas que inundaron revistas que marcaron una época con su perfil editorial: Rolling Stone, Playboy, Esquire y New Yorker, entre muchas otras, dieron salida al estilo impúdico y desparpajado de los nuevos bárbaros: Wolfe, Gay Talese, Truman Capote, Hunter Thompson, Joan Didion y Maeve Brennan por mencionar algunos escritores de a pie que reivindicaron la crónica y el reportaje como géneros mayores de la literatura.  

Wolfe fue un profundo enamorado de su época y le fascinaba el vertiginoso movimiento de los fenómenos sociales que sacudieron Estados Unidos desde 1960 hasta hoy. Las drogas psicodélicas, el primer viaje a la luna, el esnobismo de la izquierda adinerada neoyorkina, el arte y cultura pop, y la mentalidad voluble y caprichosa de la clase media estadounidense. Por cierto, me extraña que Wolfe entre sus estupendos retratos del radical chic neoyorkino, no se haya topado con Limónov, el estrafalario icono del underground ruso exiliado en Nueva York en la década de 1970, amigo de la crema y nata de la bohemia millonaria de esa ciudad. Emmanuel Carrère publicó en 2011 una espléndida biografía novelada siguiendo la ruta ya marcada por el Nuevo Periodismo.

El Nuevo Periodismo es heredero de una rica tradición realista estadounidense donde destacan Ring Lardner, John Dos Passos, Ernest Hemingway y Erskin Caldwell, quienes también escribieron crónica y reportaje. No estaría de más decir que Wolfe fue al periodismo lo que Marilyn Monroe, Elvis o la Coca Cola a la cultura de masas. Su estilo lleno de puntuaciones hiperbólicas y onomatopeyas recupera el estilo vernáculo de narrar de Mark Twain, sobre todo. Sus descripciones garigoleadas y emotivas son un homenaje continuo a la obra de Charles Dickens. El excéntrico autor de La hoguera de las vanidades, su exitosa novela publicada en 1987 luego de años sin poder terminarla, aplicó en su obra una demoledora ironía propia de su linaje conservador como hijo de burgueses del estado de Virginia, donde nació en 1931.

A mediados de los años ochenta descubrí un libro que a la fecha me parece una muestra depurada de la mejor literatura popular que se ha escrito de la posguerra para acá. El Nuevo Periodismo, publicado en 1977 en español por Anagrama, es hasta el día de hoy una biblia para adentrarse en una de las propuestas literarias más dinámicas e innovadoras del siglo XX. En un brillante y exhaustivo ensayo introductorio, Wolfe explica a detalle por qué la novela va en decadencia y pierde contacto con el lector en la misma proporción en que este nuevo estilo de contar historias reales valiéndose de estrategias propias de la ficción, tiene un impacto profundo en los lectores de la convulsa era pop. Para mí esto fue una cubetada de agua fría para quitarme de una vez por todas los fardos de solemnidad de la tradición literaria mexicana y de ese aire cansino y amargoso del periodismo, y apostar por una manera de escribir desparpajada, irreverente y de alto nivel que se ocupaba de temas que hasta entonces eran considerados como menores. Salvo los artículos periodísticos de Jorge Ibargüengoitia en Excélsior y las crónicas de juventud de Vicente Leñero publicadas en Revista de Revistas y Claudia en la década de los 70, y de algunos otros periodistas como Víctor Roura en los ochenta, el Nuevo Periodismo en México tardó mucho tiempo en ser reconocido y en ciertos casos fue menospreciado por los dinosaurios al frente de las redacciones de periódicos, revistas y suplementos culturales. Se entiende, aquella propuesta tan gringa no solo chocaba con la mentalidad izquierdosa de una buena parte del gremio, sino que exige erudición, disciplina y tiempo para escribir una buena crónica o reportaje, requisitos poco frecuentes en los medios mexicanos.

Al llamado “Balzac neoyorkino” poco o nada le importaba si lo que escribía podría ser confundido con ficción. Esto le permitió ser un cronista privilegiado de su época. El auge del Nuevo Periodismo en Estados Unidos Unidos se debió a los presupuestos millonarios de un sinfín de publicaciones de consumo masivo que podían pagar muy bien a sus colaboradores y darles largos plazos de tiempo para la entrega del material.

En su libro de ensayos Periodismo canalla, publicado en 2000, Wolfe marca distancia con sus anquilosados enemigos literarios John Updike y Norman Mailer y enumera cuatro mecanismos específicos utilizados por el cine que proporcionan a la novela naturalista (y por extensión a la crónica y el reportaje) su capacidad de enganchar al lector: la construcción escena por escena, es decir, contar una historia pasando de una escena a otra en lugar de recurrir a la narrativa puramente cronológica; el uso generoso del diálogo realista, que revela el carácter de manera inmediata y llega profundamente al lector más que cualquier forma de descripción; el punto de vista interior; o sea poner al lector en la cabeza del personaje y conseguir que experimente la escena a través de sus ojos; y el apunte de detalles de posición social, indicios que sugieren a la gente en qué peldaño se encuentra dentro de la escala jerárquica… “El complejo entero de señales que indican que la bestia humana está progresando o fracasando y ha conseguido liberarse de esa enemiga de la felicidad que es más poderosa que la muerte: la humillación”. 

Contundente, mordaz, genial. El legado de Wolfe y su no tan Nuevo Periodismo, es lectura obligada para nuestros días aciagos.