Cuando el temor por el mundo crece en mí/ y despierto en la noche ante el menor sonido,/ preocupado por qué será de mi vida y de las vidas de mis hijos,/ voy y me acuesto allí donde el pato/ descansa en su belleza en el agua, y la garza real se alimenta./ Entro en la paz de las cosas salvajes/ que no ponen a prueba sus vidas con la anticipación del dolor./ Entro en la presencia del agua quieta./ Y siento sobre mi cabeza a las estrellas ciegas al día/ esperando con su luz. Por un momento,/ descanso en la gracia del mundo, y soy libre.

Wendell Berry

Somos aquellos que hemos decidido llevar una vida sencilla, simple, lenta. Una vida que no esté impulsada por alcanzar los cristalitos de colores que nos ofrece seductoramente, a través de estudios de mercadotecnia cada vez más acuciosos, un sistema económico que surgió en Occidente y que se ha globalizado: el capitalismo o neoliberalismo. ¿Qué cristalitos promete? La diversión, el brillo, el lujo, la vida cómoda, the american way of life; la exacerbación de los deseos de poseer y de tener, de estar a la moda, de ser único. ¿Qué nos pide como intercambio? Nuestra sumisión, cambiar la manera en que miramos y vivimos el mundo (hoy le dirían, en lenguaje economicista: cambio de valores), nuestro esfuerzo continuo, nuestro vasallaje a ciertas maneras de pensar, vivir y sentir.

No quiero decir que sólo el neoliberalismo es el “mal”. En realidad, el ser humano siente en sí una atracción doble y potente. Una parte suya tiende a la satisfacción egocéntrica de sus propias necesidades y deseos contra o sobre los de otros, de ahí que en la mayor parte de la historia y culturas hayan existido esclavos de muchos tipos. Otra parte tiende a la unión, a la participación en un común, a la generosidad, al agape y la convivencia. Ambos aspectos coexisten en mayor o menor medida en los individuos y grupos según las culturas. Quizás ambos aspectos son válidos si se someten a ciertos límites que la prudencia dicta. La prudencia, esa sabia virtud de sopesar lo que conviene en cada situación.

Sin embargo, desde el siglo XVII y XVIII algunos vicios fueron exaltados como valores morales para fomentar el ideal capitalista: la gula, la envidia, la lujuria, la avaricia, la soberbia, quizá la ira. Mientras que la pereza siguió siendo considerada un vicio de gente o pueblos sin iniciativa. Todo eso ha desembocado en una sociedad de consumo globalizada que llega al punto de hacer que productos que podrían durar mucho tiempo se vuelvan obsoletos por un diseño expreso en su producción, materia misma que ya se estudia en algunas universidades (cf. La obsolescencia programada). Esta cultura también se apoya en los estudios de mercado y en el cambio de modas: hay que convencer que tener lo último es lo mejor, lo que da más “valor” al poseedor y lo sitúa entre los triunfadores. Ideológicamente sus resortes esenciales son la idea de progreso, de trabajo, de avance técnico, todo ello en un tono prometeico como si eso trajera un bien no ambiguo a la humanidad.

Una gran pregunta es si empeñarse por estar solo en la cima es una perspectiva atractiva. Si no hay maneras más sencillas de gozar estar en este mundo que la de la competencia de todos contra todos. Por eso la opción de los que queremos la comunidad con otros seres basada en el contacto, la tolerancia, el trabajo y el apoyo en común, no es optar por la miseria, sino por el gozo de uno mismo y de los otros dentro de los límites propios a nuestra existencia para que juntos sigamos haciendo historia.

Además, opino que se respeten los Acuerdos de San Andrés, se atienda Ayotzinapa, trabajemos por un Constituyente, recuperemos la autonomía alimentaria, revisemos las ilusiones del TLC, defendamos la democracia y no olvidemos a las víctimas.

@PatGtzOtero