Votar o no votar es el dilema que toma por asalto a muchos que dubitativos valoran ambas opciones, hay quienes encabezan movimientos espontáneos para anular sufragios, otros están en la franja del abstencionismo y algunos simplemente tienen claro ejercer su derecho a emitir en la papeleta el sentir que dicta su voluntad, los cálculos saltan a la vista en torno a este accidentado proceso en el que la violencia ha estado presente.

Votar por qué o por quién es la interrogante que prevalece en quienes no son sinónimo del voto duro, el sistema político vigente reconocerá ganadores a quienes obtengan la mayoría así sea con 30 por ciento de los empadronados. Las elecciones están precedidas de un clima de polarización como no se tenía registro, para ello contribuyen las redes sociales que marcan los contrastes porque lo mismo se encuentran los análisis reposados que una pesada batería de insultos y mentiras.

En este ejercicio electoral la escenografía no ha variado significativamente, acaso que la propaganda es más dinámica, la mercadotecnia de la mano de la imagen está presente, para muchos es un gran negocio. Los spots, algunos graciosos y otros envenenados inundaron los medios hasta el hartazgo. Todo se escruta, las nuevas plataformas de la comunicación explotan los yerros de candidatos o dirigentes situados en la cúspide del ridículo, transas, moches, conversaciones incómodas, historias del absurdo hasta el infinito.

Nunca, que recuerde, se habían registrado campañas electorales tan dadas a un golpeteo incesante, la sevicia, calumnia y difamación han sido los componentes más evidentes. Violencia incluso mortal en algunos casos, relanzamiento de los cuadros de casi siempre confirman indiscutiblemente la cancelación de liderazgos emergentes, todo ello aglutinado desanima a mucho más de uno. Lo cierto es que las propuestas de los candidatos han quedado debajo de un alud de cuestionamientos, reproches y una evidente carencia de autocrítica, la culpa es de otros, si este país es un desastre todos se autoabsuelven, por ello es entendible el desdén contra la clase política. A diferencia de lo que sucedía en México en el terreno electoral en el pasado no lejano ahora se vive la competencia de verdad, ya el molde del partido hegemónico quedó abatido para dar paso a la alternancia, que por lo visto se habrá de registrar de nuevo el primero de julio.

En diversos puntos del país se vivirá un final de película porque los pronósticos son reservados, las encuestas reflejan lo cerrado de la competencia con todo y la mala impresión que dejaron algunas empresas dedicadas a estos menesteres de la comunicación política. Votar o no votar, se trata de ese singular ritual ante la urna sin testigos, ejercicio democrático que legitimará a las próximas autoridades en el esquema representativo ya disminuido pero vigente en nuestro país.

Las últimas mediciones sitúan a Andrés Manuel López Obrador a la cabeza, muy arriba de Ricardo Anaya y José Antonio Meade, falta un debate, probablemente sorpresas, en fin caben muchas especulaciones. Lo cierto es que ni uno ni otro han detallado ni desvelado a cabalidad un verdadero proyecto de nación.