Las ediciones facsimilares, sobre todo cuando se trata de manuscritos o mecanografiados inéditos, resultan doblemente atractivas: no sólo accedemos a un texto virgen, a pesar de su edad, sino también nos transportamos, sin intermediarios, al contexto en que fue generado. Sobre él no ha pasado la mano de ningún editor. En la época del historiador y dramaturgo Jesús Sotelo Inclán, solía utilizarse el mimeógrafo, con el que reprodujo su obra Los primeros versos desconocidos del colegial Ignacio Altamirano, que este año saca a la luz pública, con un esclarecedor estudio introductorio, el periodista e investigador Mario Casasús.

Muchos críticos literarios y también grandes creadores como Juan Rulfo, coinciden en que Ignacio M. Altamirano contribuyó a otorgarle una identidad literaria al México independiente. Es verdad, pero también lo es el que dicho autor, por la calidad estética de sus obras, por su conciencia de estilo y concisión formal, contribuyó a despojar a la novela mexicana de elementos irrelevantes a fin de convertirla en obra de arte literaria. La plasticidad de sus imágenes y atmósferas, la estructura y verosimilitud de sus personajes, así como su fluidez narrativa debida, en parte, a ingredientes que proporcionan intriga y tensión, lo convierten en el primer gran artista de la novela mexicana.

Altamirano inició su larga carrera intelectual en el Instituto Literario de Toluca, donde conoció, entre otros, al Nigromante (Ignacio Ramírez). Su expulsión por la publicación del panfleto liberal Los Papachos fue un duro golpe que lo ayudó a enfrentar adversidades. Asimismo, Altamirano fue a mi juicio el primer gran indigenista mexicano, por su postura reivindicativa de los pueblos originarios. Su producción literaria abarca más de una veintena de volúmenes, entre los que hay uno dedicado a su poesía. No se caracterizó por ser tan buen poeta como narrador en prosa, pero a través de sus poemas se perciben a menudo las mismas preocupaciones que plasmó en textos reflexivos o narrativos.

Tras un estudio biográfico donde Casasús revela una buena cantidad de datos poco conocidos, o en los que poco se ha reparado, el estudio introductorio concluye con una importante entrevista a Concepción Jiménez en torno al proyecto de las Obras completas de Ignacio Manuel Altamirano. La maestra Jiménez nos revela el papel de algunos involucrados en dicho proyecto y los escollos a los que se enfrentaron, pero también arroja luces sobre el archivo del altamiranista Jesús Sotelo Inclán, autor del libro Raíz y razón de Zapata, y poseedor de las escrituras de Anenecuilco antes de que su hermano Guillermo, tras la muerte de Jesús, los vendiera nada menos que al presidente Carlos Salinas. Mario Casasús no deja de subrayar la ironía.

Por último, esta hermosa edición contiene los Discursos y poesías pronunciados en la apertura de los talleres de Litografía y Tipografía del Instituto Literario del Estado de México (1851). Allí aparecen textos del director del plantel y del gobernador del estado, junto a poemas de los alumnos Juan Mateos y Altamirano, entre otros. La obra concluye con el facsímil de la conferencia “Raíz y razón de Altamirano”, de Sotelo Inclán. Sin duda, esta obra es, para usar una expresión de Martín Luis Guzmán, pábulo para la historia, pero también, por supuesto, para los futuros estudios en torno a la vida y obra de Altamirano, y a Jesús Sotelo Inclán.

Mario Casasús, El archivo inédito de Jesús Sotelo Inclán. Archipiélago / Libertad bajo Palabra. México, 2018; 122 pp.