Pasión, placer. Lúcida liturgia donde la Palabra constituye una acción sobre el mundo. Desde su origen mágico, ritualista, hasta la dimensión estética, incluso lingüística, que prevalece en el presente, pasando por el sentido catártico, los ritmos se fijan, perpetuándose, en el verso, en la función que éste realiza. Y la historia literaria es rica en estas expresiones; cada época acepta, y adopta, su raigambre emocional, su contenido sacro, su expresión lingüística. Y cada autor revela su propuesta lírica, su intencionalidad. Estrella del Valle (Córdoba, Ver., 1971) se inserta en la enorme tradición bárdica para reconocer y cantar su íntima morada existencial. El tema único de la Poesía es develado con acuciosa meticulosidad. El ámbito sacro de la existencia también es observado con inseparable lucidez, con terrible contundencia. La Poesía —Gorostiza dixit— es la voz humana que se preserva a través de la Palabra. Pero no es la Palabra.

Estrella del Valle, asume su circunstancia de Musa y Creadora. Reconoce, adopta, adapta y se posesiona de su naturaleza femenina con orgullo. Sus referentes son las heroínas que en el mundo occidental han sido. Personajes bíblicos, históricos, míticos, establecen un contrapunto insólito. Así, la autora que me ocupa se asemeja a la Lilith que añora el Jardín del Edén y pretende reconocerlo en sus ensoñaciones, o la sacerdotisa que ejerce su función fecunda en ritos de fertilidad, dedicados a la Diosa Madre. Asumir la numinosa y cruel naturaleza femenina, por supuesto, no es del todo novedoso. La misma Olga Orozco en Argentina por ejemplo, se identifica con la hechicera, y realiza conjuros, práctica mágica heredada de la abuela (Cf. La noche a la deriva, Méx., 1983), o Rosario Castellanos (Salomé y otras heroínas como Dido, por ejemplo, son relevantes). En La dama de la torre (1972), Elsa Cross también observa esta expresión. Y agregaría a Verónica Zamora, en Colima, con sus obras Hablar con la serpiente (Secretaría de Cultura de Jalisco, 1994) y La miel celeste. (1996). Ciertos guiños, cierta hermandad observo entre Zamora y Del Valle. Pero en Estrella la visión del mundo, la emotividad con que canta a la existencia se consigue fundiéndose en las célebres féminas. Y además asume y subsume su raíz primigenia.

En este sentido, el mito —no el mytho aristotélico— representa un eje central desde su primer libro: Bajo la luna de Aholiba (1998), por ejemplo, constituye una búsqueda inicial sobre esta manifestación poética; el ritmo va escrutando la forma para adecuarse a un verso más alargado, puesto que la respiración de la autora no es definitiva ni definitoria. Aunque ya hay núcleos sensitivos, temas recurrentes, que más tarde develarán su temperamento, la poeta pretende llenar vacíos a través del espacio privilegiado del verso. El poemario que la dio a conocer ciertamente contiene cinco estancias poéticas. En la primera, “Evocación del destino”, la Memoria, como madre de las musas, cobra relieve; de esta manera, Estrella canturrea: “El ritual es siempre sucesivo,/ la oquedad de granos se desborda/ mientras la vida hace surcos en el limbo” (p. 18).

A veces recurre al poema en prosa, aunque por su acentuación silábica se advierte el tono lírico, la respiración poética. María de Magdala, Salomé, Perséfone, Circe son algunas figuras que resaltan para dar pauta a la agitación encubierta de Estrella del Valle. Ella se acepta como estas personajes y se identifica con las mismas. En “Selenosis”, por ejemplo, la alusión a la Luna es evidente; y ya sabemos la connotación, la identidad entre la mujer y esta figura luminosa —numinosa, mejor dicho— tan estudiada por Robert Graves (Cf. La diosa blanca, Barcelona, 1993). Los referentes son constantes. Después de todo la poesía es Revelación y ante la hostilidad del mundo el duelo, finalmente, “es más largo que el olvido”. Y lo mejor: “el tiempo no acepta la desdicha” (p.96).

En “Ritual del éxodo” los cambios substanciales, que finalmente aterran, se hacen presentes; el miedo a la vejez, al vacío existencial prevalece. El ceremonial de la existencia se reitera en cada individuo y más en una mujer sensible como Estrella del Valle. Lo fugaz de la vida, la eternidad del instante como búsqueda perentoria de trascender.

“Cantos del caldero” cierra el poemario. Y aquí vale la pena resaltar que para los celtas el caldero era mágico: lo mismo curaba las heridas o bien revelaba la naturaleza de las cosas, como sucedió con Gwion, el antecedente del bardo Taliesin.

Por supuesto que la autora obtiene la contundente Revelación: “Esencia de la carne es mi palabra” (p. 90). En Fábula para los cuervos (XII Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta 2000, Guanajuato, 2001), su segundo poemario, Estrella del Valle se reconoce como una cronista que ofrece su testimonio sobre la amarga y crudelísima existencia, donde la familia es el centro de los amores reiterados, asumidos por una generación que prevalece en la pesadumbre de lo transitorio. La historia de todos los seres que deben aprender a través de la prueba del acierto y el error. Fábula para los cuervos canta una historia de nostalgia luminosa, entramados, fuegos secos. Aquí el deseo es una bestia que acecha. También retoma los mitos. La autora se identifica con la narradora para volcar sus sentimientos. La estancia familiar, el futuro amor, las relaciones existenciales marcan la tónica de este volumen.

Los cuatro capitulares (“Los pequeños párvulos”, “La más voraz”, “La domadora de imágenes” y “Parábola de lo perdido”) retoman su naturaleza de exilio, su condición de espejo. Y la culpa asoma y la desolación se revela con su carga trágica.

En La cortesana de Dannan (Instituto Veracruzano de Cultura, Veracruz, Ver., 2002), con prólogo de Juan Domingo Argüelles, la poeta veracruzana insiste en plantar su profunda mirada a través del ojo mítico. Cuatro partes integran este volumen. En “El jardín” la expresión en prosa es recurrente. El poema de la p. 22 se me hace definitorio puesto que revela la íntima condición de la luz y la naturaleza profunda de la mujer, considerada como un “embrión de serpiente” o “un trozo de cielo encerrado en un cascarón de almendra”.

En “El extraño” la búsqueda del amor, del hombre terrenal, del Adán que duerme aguardando el zarpazo de la vida es lo primordial; el hombre, así, se yergue para nombrar al mundo y vivificarlo: “La corte bendita” representa un tácito homenaje a la mujer: la madre, la hija, la otra que se metamorfosea en ella misma; la del rostro múltiple, terriblemente luminosa, devastadoramente dulce. Hadas, niñas con zapatillas de ballet y alas de mariposa se erigen en Musas y Diosas. Pero la madre es el centro y el origen. “La cortesana”, que en cierta forma le da título al poemario pretende desacralizar la figura de la mujer. El amor es cuestionado; costumbres y normas van a la zaga de la desmitificación. Lo establecido cae por el peso de la realidad. La mujer vuelve a asumir su condición original. El rito de la fertilidad, el ceremonial erótico es justo para consagrar la pasión, la fecundidad primordial, tan necesaria para que el mundo continúe. Musa y Creadora, la mujer es el centro del mundo, la pro stare que oficia y que renace.

Con tres libros, Estrella del Valle nos recuerda que las palabras son entidades sonoras que revelan a través de la emoción el aspecto visual de la representación significativa. También, a través del mito, nos insiste en que la escritura no es sólo una vía para el conocimiento del mundo, sino una concepción de vida puesto que la Palabra es una manera de ejercer una acción sobre el mundo, es mantener al mundo en movimiento. Por algo el Logos es primordial. Y sonoro. Estrella del Valle está al tanto de ello. Y ejerce su oficio de poeta con entereza y entrega. Reconoce, junto con Graves, que en este acto creativo el tiempo se suspende y se incorporan, como sucede en los sueños, detalles de la experiencia futura. De ahí el territorio que ejerce Menosine, la “Memoria”, a través del instinto o la intuición. El aspecto sensorial de las cosas, su infalibilidad son cantados por Estrella del Valle. El silencio es develado como el espacio sacro donde oficia a la existencia. La autora lo sabe. Y lo celebra.