Por Jorge Alonso Espíritu

 

[su_dropcap style=”flat” size=”5″]C[/su_dropcap]uando Ingmar Bergman nació, su madre tenía “la gripe”. Ante un estado de salud poco esperanzador, el recién nacido tuvo que ser bautizado de emergencia. Su abuela materna lo trasladó a una casa de campo y en el camino lo mantuvo vivo, moribundo, a base de bizcochos remojados en agua. Cuando llegaron consiguieron una madre sustituta que lo alimentó y lo hizo sobrevivir, pero su infancia estuvo acompañada de enfermedades indefinibles y dolor.

Lo anterior cuenta el director sueco en su libro de memorias La linterna mágica, publicado hace poco más de tres décadas y que ahora resulta casi inconseguible en México, como el resto de su obra escrita. La cercanía con la muerte, la enfermedad y el dolor que lo acompañaron desde el alumbramiento ayudan a descifrar el cine de uno de los más importantes creadores de la historia de la cinematografía mundial, que en estos días cumple 100 años desde su nacimiento y 11 años de haber muerto.

Su filmografía reflexiona, a menudo sin hallar respuestas, sobre la espiritualidad, la moral y el triunfo y la derrota del ser humano, y lo hace a través de historias cotidianas, sobre todo de la vida en pareja, y una mítica que retoma leyendas antiguas y motivos religiosos.

Tiene sentido ubicar el inicio de su narrativa en su niñez. Su padre, Erik Bergman, fue un pastor luterano que lo educó en los principios morales de la fe:  “pecado, confesión, castigo, perdón y misericordia”, cuestión que los hizo, afirma, aceptar el nazismo sin mayor resistencia, pues la libertad era un concepto lejano en un sistema cerrado. La guerra dividió no sólo al mundo, sino a los creadores de arte de su país y de Europa. Incluido a Ingmar, entonces más cerca del teatro que de cualquier disciplina.

Pero la guerra y su manto de horror también brindaron al mundo destellos de belleza. En Los archivos personales de Ingmar Bergman, el director cuenta que una vez que Suecia quedó aislada por la guerra, sólo pudieron consumir el cine alemán, por lo que los suecos tuvieron que crear su propio cine.

¿En dónde queda Dios, cuando la guerra destruye iglesias y extermina a pueblos enteros? Esa interrogante se vuelve obsesiva e inunda buena parte de su trabajo. En un templo, durante la década de los 50, la obsesión germina en el guión de Pintura de madera, obra de teatro que se convertiría en El séptimo sello, opus magnum de Ingmar, y una de las cintas más importantes y famosas de la historia del cine: Bergman se encuentra sentado a un lado de la mujer del párroco durante la misa, contempla los retablos, las figuras sacras: Jesús bañado en sangre; María, su madre, acompañada de Juan, el discípulo amado; María Magdalena ha sido reformada, perdonada, y ahora sufre junto al resto y el director se pregunta quién ha sido el último en fornicar con ella. Más allá en las imágenes, la muerte juega ajedrez con un Caballero, después se dirige al País de las Tinieblas con la guadaña por bandera. La congregación de los fieles baila en una fila, donde se cuela el bufón.

Las imágenes vistas en la banca del templo ahora son imágenes fijas en la memoria de los espectadores de cine. La historia nos ayuda a comprender el nivel de los simbolismos de sus creaciones; un arte que deambula entre la narrativa más dinámica y la más estática poesía. El resultado son piezas y escenas que permanecen vigentes, que no caducan.

La obra del maestro sueco nos hace conscientes de nuestra humanidad: la fragilidad que nos compone, el desasosiego, la incertidumbre, pero también la oportunidad del gozo. Cien años después de su nacimiento, celebrar su nombre es celebrar el cine entero.

Permanencia voluntaria: La purga

En una cartelera de verano que adolece de falta de calidad, se estrena la cuarta parte de esta serie de películas, 12 horas para sobrevivir: el inicio. En esta ocasión se narra el inicio de la distopía: para mantener las tasas de criminalidad y reconstruir la paz en Estados Unidos, un partido radical en el poder “Los Nuevos Padres Fundadores”, ponen en marcha una política de exterminio en la que 12 horas al año todos los ciudadanos tienen permitido cometer cualquier delito, incluido el asesinato. Por supuesto, esto dará pie a una purga de los indeseables de la sociedad: los negros, pobres, mexicanos… todo aquel que no encaje en el estilo de vida WASP (blancos, anglosajones y protestantes). Esta serie de sangrientas sátiras se insertan en el cine de la era Trump, y su valor como documento será importante, sin embargo y lamentablemente, el nivel del argumento no se mantiene. La premisa se agota y DeMonaco, el creador de la serie, echa mano de lugares comunes y giros predecibles, aunque los argumentos políticos se intensifican con el desarrollo de la tetralogía. Parece que mientras Donald Trump permanezca vigente habrá pretextos para hacer secuelas.