El mundo está lleno de gente que cree que

un buen futuro es el regreso a un pasado idealizado.

Robertson Davies

Es cierto que al triunfo de Andrés Manuel López Obrador contribuyeron quienes fueron sus adversarios en la disputa por la Presidencia de la República, pero también lo es que allá abajo, en el llano, donde están los ciudadanos de a pie, no “el pueblo”, esa masa amorfa a la que el tabasqueño hacía alusión en sus discursos de campaña.

Mientras las élites económicas, políticas, académicas y sociales discutían a profundidad el futuro de la democracia mexicana, y debatían sobre los requisitos que esa democracia debía cumplir para ser plena.

Los especialistas en ciencias políticas aseguraban que la pureza democrática exigía satisfacer los requisitos librescos del equilibrio de poderes, de los pesos y contrapesos. Se decía que los gobiernos divididos, con Ejecutivos de un partido y Congresos de otro distinto, eran lo conveniente para que fuera realidad la rendición de cuentas que exigían a gritos tantas organizaciones de la sociedad civil.Es cierto que el partido en el poder, el PRI, estuvo sometido durante cuatro años a sistemáticas y machacantes descalificaciones, a lo cual “ayudaron” la estúpida corrupción de algunos mandataros estatales,
sumadas a las acusaciones de agravios, la mayoría imaginarios, que encauzaron el profundo sentimiento antipriista que durante tanto tiempo se ha cultivado en las cofradías académicas y lo utilizaron para crear la leyenda del antisistema.

El error fue que quienes debieron darse cuenta de lo falso de las premisas antisistémicas no lo detectaron. En su empirismo, millones de ciudadanos de a pie se hartaron de los debates sobre división de poderes, pesos y contrapesos. Concluyeron que solo diluían responsabilidades.

Aplicaron la máxima de que cuando la culpa es de todos, no es de nadie. Y fue así, que, aunque nunca lo dirá, el mismo ganador de la Presidencia se sorprendió, no por su triunfo, sino por la magnitud del éxito electoral.

Así, 30 millones de mexicanos, hartos de modernidades democráticas, votaron por la restauración del viejo presidencialismo del siglo pasado, ese presidencialismo tan satanizado por los adversarios del PRI y hasta por algunos priistas “modernamente democráticos”.

Con 30 millones de boletas depositadas en las urnas, los mexicanos decidieron que querían que uno solo fuera el responsable de todo: el presidente de la república. ¿Acaso las historias no afirmaron durante tantos y tantos años que el jefe del Estado mexicano era omnipotente? ¿Para qué busca a tantos a quienes responsabilizar por su  buena o mala fortuna? ¿Qué necesidad?

Optaron por la restauración del viejo presidencialismo, a ese que tantos dijeron odiar.

Y, como el pueblo habló, vemos cómo casi todos los sectores de la sociedad, con su comportamiento después de la elección, han acatado a un presidente que bien puede ser omnipotente.

Personalmente creo que el ánimo vindicativo en el primer círculo del ganador de la elección presidencial no augura lo mejor, pero mucho me temo que durante cuando menos tres años, nadie se atreverá a hacerle frente.

A quienes se quejen en los próximos días, semanas y meses por acciones y decisiones del nuevo gobierno, porque oootra vez se quiere reinventar  la república.

A quienes se quejen, repitámosles aquel viejo refrán español ya publicado en este espacio generoso de la revista Siempre!: “tú lo quisiste, fraile mostén, tú lo quisiste, tú te lo ten…”

jfonseca@cafepolitico.com