Por Fernando Marcos*

 

[su_dropcap style=”flat” size=”5″]L[/su_dropcap]impia, clara y estimulante, ha sido la victoria de México frente a la Unión Soviética –porque ese empate es un triunfo para…. los dos- y la clara superioridad exhibida contra el equipo de El Salvador, por unos cuantos momentos, nuestro adversario y, siempre, nuestro amigo.

La constancia de nuestra beligerancia, a nivel igual con los mejores del mundo, ha hecho desbordarse el entusiasmo popular. La ciudad, por dos ocasiones, se ha vuelto una romería de fanáticos del futbol y de exaltación que algunos llamarán “patriotera” y que yo considero, simplemente, mexicana.

Se ha establecido un especial “morse” de comunicación a bocinazos, con tres toques que todos traducimos como “México… México… México”.

La multitud cometió algún exceso; pero, en el contexto general de la celebración, fue casi normal. No rebasó el límite que nos haría llegar a preocuparnos. Fue carnaval sin control –ante los ojos amables de la policía, en cautelosa observación-pero no llegó a motín de turbas desencadenadas.

Fue una manifestación democrática, por cuanto a ella se fundieron todas las clases sociales. Desde los “popys” en carros de lujo, hasta los simples ciudadanos con banderas y banderitas. Nunca tuvo tono agresivo para nadie. Es más, en esa celebración, se vieron banderas de Alemania –unidas a México en su júbilo por el triunfo y celebrando también las victorias germanas- así como banderas de Brasil, de Uruguay… ¡hasta de Inglaterra!

Para los no iniciados en este tipo de celebraciones, normales en todo campeonato del mundo, donde quiera que éste sea jugado, tal celebración parecerá exagerada. Y en cierto sentido lo es.

No puede, sin embargo, culparse a un pueblo que celebra una victoria tomando en cuenta que son muy pocas las que México logra realmente en el campo internacional, no importa en qué esfera de nuestra vida.

Esta vez se festejaba el segundo triunfo del equipo nacional, en Copa del Mundo, en 40 años de duro batallar. Y se celebrada, así mismo, el hecho de que, por primera vez en cuatro décadas, nuestro equipo había sido capaz de anotar cuatro veces en un solo encuentro.

También era celebrado un hecho significativo y desastroso para los eternos negadores de lo nuestro: el equipo mexicano, todavía, no acepta un solo gol en su cabaña, cuando que antes nos llenaban de cuero hasta los representantes de Tingüindín de las Manzanas.

Todo eso era, en fin, la celebración de un hecho inusitado hasta ahora y que esperamos sea común en el futuro: el triunfo de algo con esencia mexicana. Una victoria nacional, no importa que su ámbito tenga que reducirse al límite relativamente estrecho del futbol, deporte que, entre paréntesis, tiene de cabeza al mundo entero, hoy por hoy.

Sin embargo, cuando este número de SIEMPRE vea la luz, estaremos a punto de enfrentarnos a Bélgica buscando, por primera vez en la historia de nuestro deporte, la calificación a cuartos de final, hecho que significaría integrarnos en el grupo de los ocho equipos del mundo, entre un gran total de 135 países que lo practican.

Si vencemos a los belgas –vaya, sí empatamos solamente- entraremos a ese grupo y tendremos abiertas las posibilidades de colocarnos entre los cuatro mejores equipos del planeta. Tal cosa no sería imposible, ni mucho menos, por cuanto ya hemos vencido a Bélgica y también a Uruguay, nuestro probable segundo enemigo en cuartos de final. Con respecto al otro presunto rival –si calificamos- sería Italia. Y tampoco a este equipo debemos temerle –aunque sí respetar su capacidad, como lo hacemos con todos los demás- por cuanto con ellos también hemos luchado, a últimas fechas, de igual a igual.

Si se obtiene la calificación a cuartos de final, todo lo que el pueblo ha hecho en manifestación de alegría popular espontánea, quedaría borrado ante la nueva celebración.

Sería algo inenarrable y, hasta cierto punto, acaso desbordara hasta límites peligrosos y agresivos.

Nos situaríamos en el techo del entusiasmo, y con mucha razón. Pero, ¿qué ocurriría si nos elimina Bélgica?

Allí está el punto, porque todavía no creo que tengamos la madurez suficiente para encajar el golpe y seguir teniendo plena confianza en nuestra capacidad de lucha.

Y allí es a donde quiero llegar con un mensaje directo a esos aficionados que me llevaron en hombros , en plena glorieta del “Caballito”… con todo y coche… ¡Ah bárbaros, ¿cómo pudieron hacer eso? ¡Si todavía no lo creo, pero así fue!. Ese mensaje es simple: pase lo que pase frente a Bélgica, no se bajen del techo para refugiarse en el sótano. Ya México —y hablo especialmente de su futbol, pero no  solamente de su futbol— está sobre sus pies. Ni una victoria es algo excepcional que deba elevarnos a la nube de la arrogancia y la soberbia —a la inglesa, diría yo— ni una derrota debe enterrarnos en simas profundas de intolerable derrotismo. En el futbol se juega. Y en el juego, ¡no lo olvidemos, mexicanos!, unas veces se gana y otras veces se pierde.

Lo único seguro, por ahora, es que México gana más veces de las que pierde, lo cual significa progreso. Lo único cierto, por ahora, es que ya no tenemos enemigos  que nos hagan temblar ante el solo anuncio de su presencia frente a nuestro escuadrón nacional. Salimos a ganar y a veces perdemos. Pero ni la victoria nos convierte en un país que haya resuelto sus problemas esenciales, ni una derrota nos reduce a la ya rebasada etapa de la insignificancia competitiva en todos los órdenes de nuestra vida.

Una victoria será eso, nada más: un triunfo deportivo que habrá que festejar alegremente, como una verbena, pero sin agresivas exageraciones. Una derrota será eso, nada más: un resultado frente a otro equipo, en otra tarde y en otras circunstancias, que no debe hundirnos en la desesperación sino al contrario: afinar nuestra fuerza de combate para la siguiente ocasión, porque hay más ocasiones que vida.

Ni el techo —porque no somos los campeones del mundo— ni el sótano, porque nada han hecho nuestros muchachos que deba avergonzar a nuestro país. La posición adecuada es la vertical, con nuestros pies en la tierra y nuestra fe en el progreso.

Y esto lo digo ANTES del partido contra Bélgica: Creo que vamos a ganar porque a eso saldremos. Hago este compromiso, me expongo a quemarme. Pero pienso que un hombre tiene, ante todo, que definirse y aceptar compromisos. El mío es con México y su equipo y lo seguirá siendo , pase lo que pase.

*Texto publicado el 17 de junio de 1970, en la Revista Siempre! Número 886