Un infarto cerebral es el motivo que provoca en Marco, el protagonista de Desastres naturales (Alfaguara, 2017), el nuevo libro de Pablo Simonetti, la necesidad de reflexionar en torno a la relación con su padre, un empresario poderoso, rígido, e inaccesible que con quien nunca pudo establecer un vínculo afectivo fuerte. A través de su recuerdo, Marco narra su crecimiento en un Chile conservador, machista y desigual, escenario de desastres naturales, como la erupción del volcán Villarrica en 1971, y crisis políticas como el golpe de Estado al gobierno de Salvador Allende.

Simonetti escribe una novela de relaciones familiares, pero también de crecimiento, del despertar sexual, del desarrollo de una identidad homosexual, de masculinidades, en las que las instituciones políticas, familiares, escolares y eclesiásticas cumplen un papel primordial.

Así, recorremos con Marco un camino desde la infancia hacia el sur de su país, por personajes y paisajes determinantes. Por la dictadura y la separación familiar, las crisis económicas y la represión, por los estragos de una Guerra Fría que hoy parece lejana, pero que delimitó el escenario mundial y latinoamericano; por la aridez de la enfermedad y la voluptuosidad de la pasión.

Siempre!, charló con el también autor de Madre que estás en los cielos y La barrera del pudor, acerca de esta novela.

-Narra su historia con un velo de ficción, y se convierte en Marco. ¿Se siente más cómodo así que contando esta historia como Pablo Simonetti?

Claro, uno tiene más libertades de ir componiendo la novela sin una cuestión de rigor documental que tendría que existir en el caso de haber sido “Pablo” y haber escrito de mi padre, mi madre, mis hermanos. Habría tenido que escribir de una manera totalmente diferente, incluso tendría que haber hecho entrevistas y revelado otros puntos de vista. A mi me interesaba el punto de vista del hijo, y al ir construyendo un hilo narrativo, por mucho que te bases en hechos reales para su construcción y la de su entorno social cultural, religioso y político, finalmente usas la ficción para la mayor grandeza de lo que estás contando, y para acentuar las ideas que te parecen más importantes. Podríamos decir que el núcleo de la novela responde a los problemas de mi familia y mis problemas personales con mi padre, la membrana también es autobiográfica. Pero en el plasma celular, las escenas están compuestas de manera completamente ficcionadas. Mis compañeros de colegio se deben estar preguntando quién es quién en la novela y doy por seguro que nunca lo van a averiguar porque muchas cosas no ocurrieron o lo hicieron de otra forma.

-La imagen del padre en la literatura suele ser la de una persona distante, lejana, a veces terrible desde la Carta al padre de Kafka a La invención de la soledad de Auster; tu novela no es la excepción, incluso lo describes como un antagonista…

La novela tenía esa función como plan de fondo. A lo largo de la vida yo había visto a mi padre así, y lo que quería esta vez era contarlo sin ese antagonismo como una condición a priori, sino todo lo contrario, mirándolo de la manera más horizontal posible, tratando de entender el mundo que le tocó vivir, tratando de entender los miedos y las presiones que le causaron tener un hijo disidente como Marco. Esa idea me pareció interesante porque uno se sale de cualquiera de las dos polaridades respecto a una novela de este tipo, que son: una novela que busca reconciliarse y perdonarlo, o una novela que busca condenarlo. Yo no quería que ocurriera ninguna de esas dos cosas.

-Hay un pasaje en el que la familia discute cómo será el mausoleo donde depositara a tu padre. ¿Es tu libro un mausoleo para él?

Tal como ocurre en la novela, que el mausoleo termina siendo una tumba bastante sencilla, podría decir que mi libro es eso, porque no busca la grandiosidad ni el ensalzamiento de la figura del padre; tampoco busca colocarlo en un nicho. Es levantarle una tumba, pero no un mausoleo, sino una sencilla donde su memoria pueda descansar dentro de mi memoria.

-Al hablar de la muerte de tu padre, quien vivió una larga enfermedad de 12 años, reflexionas sobre la decadencia del cuerpo. Virginia Woolf dice que no se ha escrito suficiente sobre la enfermedad, que debería ser uno de los temas principales de la literatura, ¿estas de acuerdo?

Sí, y sin duda es algo que a mí me costó mucho trabajar, porque no entendía, mirando en retrospectiva, mis reacciones hacia la enfermedad de mi padre. No es que haya terminado de entenderlo, pero contarlo no sólo le da verdad a lo que vive el enfermo, sino también a lo que viven las personas que están a su alrededor. Esas formas de apropiarse o huir de la enfermedad, son circunstancias que ocurren y que se cuentan poco, de las que tenemos poco conocimiento cuando todos en la vida vamos a estar en la muerte de nuestros seres queridos o en la nuestra. Y me interesaba cómo algo que podría ser fuente de piedad, en este caso se convierte en fuente de venganza, pero realmente este hijo termina muy arrepentido de la manera en que trata a su padre durante su padecimiento. Expresar esa crueldad del hijo era importante no sólo para darle verdad a la enfermedad, sino también para darle verdad al lugar donde el hijo estaba. Más bien, ese “no lugar” donde estaba. No había terminado de definirse a él mismo, de aceptar a su padre, yo creo que todo ese miedo lo proyecta con él.

-Utilizas la imagen de los desastres naturales como metáfora de las momentos que transforman el mundo personal, pero también hablas de política. ¿Cuánto se parece una crisis política a un desastre natural?

En Chile los meses antes al golpe de Estado se hablaba de él, era algo casi inevitable, la pregunta era cuándo iba a ocurrir, la gente hablaba con tanta naturalidad de que iba a venir el golpe… y hubo grandes esfuerzos para evitarlo, pero terminaron por ser bastante inútiles, pero también hipócritas, porque se reunía el Cardenal con el Presidente, como para hacer algún tipo de negociación, y claro, el Presidente Allende decía: yo no puedo negociar con un partido político de la Democracia Cristiana si es que la premisa que está detrás es un golpe de Estado. Yo tampoco lo negociaría. En Chile se produjo una especie de reacción como la que tiene uno frente a los terremotos o los desastres naturales: que uno no puede hacer nada para evitarlo y una vez que ocurre responder de acuerdo a ello. Cierto que hubo resistencia, atacada con una brutalidad enorme de parte de la dictadura, pero mínima en términos de cantidad de gente en comparación de la cantidad que aceptó el golpe.

-Algunos de los pasajes centrales del libro son los del despertar sexual, momentos que fueron vividos con angustia, pero también describes la caída lenta de la figura del machismo. ¿Cree que en el 2018 esa angustia sigue presente en los adolescentes que comienzan a vivir su homosexualidad?

Creo que las cosas han cambiado. En mi época la gente salía del armario a los 28 años, hoy en día los jóvenes se salen a los 18, a los 20, por más tarde a los 24. Claramente la presión social es menor, pero en ciertos  grupos sociales sigue habiendo muchísimo prejuicio. Grandes grupos sociales todavía están siendo educados por la iglesia católica y otro gran grupo es educado por la iglesia evangélica, entonces mientras haya ese tipo de educación vamos a seguir teniendo niños sufriendo estas situaciones en sus familias, porque las familias que los ponen esos colegios están de acuerdo con esos puntos de vista. Pueden decir que no, que son muy abiertos y todo, pero si fueran tan abiertos no mandarían a sus hijos a un colegio católico.

-¿Es posible hacer un símil entre la figura del padre en tu novela y la figura de Dios que tenemos en los países de América Latina?

Lo que pasa es que en América Latina han habido figuras de Dios muy distintas, está por ejemplo la figura de un Dios cercano, más hijo del sincretismo; no me parece que sea un Dios tan castigador como muchas veces lo plantea la iglesia católica. Pero yo diría que la relación con Dios es una de una distancia que no se termina nunca de salvar. La relación con el Dios castigador de los más conservadores es más intensa y no tiene este enfriamiento progresivo que tiene Marco con su padre.

-Hace unos meses la iglesia católica vivió un terremoto en Chile. ¿Es posible la transformación de la institución en una más abierta, cercana a la gente y a los derechos humanos?

Ese terremoto de Chile comenzó en el 2010, cuando comenzaron a aparecer los primeros casos de abuso por parte de sacerdotes. Hubo algunos que fueron relevantes para la opinión pública y causaron que mucha gente que se atreviera a hablar. Se hizo claro que había una cultura del abuso del encubrimiento en todas las órdenes religiosas. Estoy hablando de los jesuitas, de los salesianos, de los maristas. Cuando un sacerdote era descubierto, el abuso era silenciado y a esta persona la ponían en otro lugar, otra vez a cargo de jóvenes; hubo gente que se movió por todo Chile abusando de niños y niñas en los colegios. Esto se ha destapado y a esta altura el grado de crisis es enorme, porque no fueron casos aislados, sino generalizados y eso hace que la renovación sea muy difícil, prácticamente toda la Conferencia Episcopal está en una posición de encubrimiento. El golpe es grande para la iglesia, pero no sé cuánto tiempo les pueda tomar para que haya un cambio y sean más abiertos, por ejemplo, con la diversidad sexual. El Papa ha hecho muchos gestos, pero siempre en privado, por ejemplo a Juan Carlos Cruz, uno de los abusados, le ha dicho “mira, Dios te quiere así, el Papa te quiere así”, pero se lo dijo a él, no en público, y tampoco lo ha dicho como una política del Estado Vaticano. Allí hay algo de doble discurso. Públicamente dicen que ese es un desorden de la sexualidad, y la mejor manera en que un gay puede estar en el mundo es siendo célibe, entonces uno dice “esta gente no entendió nada”.