Dulce es la reconciliación
al corazón de los hombres.

Thomas Carlyle

El primero de julio pasará a la historia de nuestro país como el día de la democracia, en contradicción con los agoreros del desastre, con los alquimistas electorales y con los pesimistas nacionales: ese domingo triunfó la democracia y ese triunfo se concretó en actos inéditos protagonizados por actores electorales de primer orden que, a diferencia de sus comparsas capitalinos, dieron paso al reconocimiento explícito de una realidad política que se impuso a fuerza de votos y de razones, de argumentos y constancia, expresados mayoritariamente en los comicios más participativos de los tiempos modernos.

La actitud asumida por el candidato ciudadano del PRI destapó la realidad al reconocer, ante sus correligionarios y los cientos de periodistas congregados justo en el mismo espacio que en el año 2000 se vació ante la tragedia partidaria que representó el triunfo de Vicente Fox, el triunfo de Andrés Manuel López Obrador.

La gallardía democrática de José Antonio Meade  —un candidato sui géneris, impensado para un PRI cautivo por rencillas internas y visiones antagónicas entre una concepción seudorevolucionaria y un pragmatismo neoliberal— impuso su estilo y su visión en su discurso de despedida, y con ello exhibió a un mexicano que privilegió la unidad nacional por sobre los intereses personales o sectarios; pero cuando se pensaba que Mikel Arriola, su homólogo capitalino, asumiría una actitud similar ante el inobjetable triunfo de la Dra. Claudia Sheinbaum, su decisión evidenció un sentimiento contrario al de su amigo y mentor.

Con excepción de la franqueza del Bronco, el resto de los candidatos no varió un ápice su actitud de soberbia infinita, disfrazada de una corrección política y un oportunismo mediático que no vale la pena ni recordar.

Mientras, en nuestro “cuartel capitalino” vivimos el extraordinario momento de ver por fin abierta la era de la recuperación de la ciudad y del país de la esperanza; todo ello conllevó el fundirnos en abrazos sinceros, en llorar, en alegrarnos por el triunfo de la democracia mexicana, en recordar a aquellos que nos antecedieron con sus luchas, en asumir la conciencia de hacerlas historia junto a la diversidad del pueblo mexicano, y en reconocernos plenamente en un gobierno popular que vea por pobres y por ricos, por iguales y diversos, tolerante y, sobre todo, solidario.

Esa noche, en la fraternidad y el respeto de quienes, como Claudia, sabemos del esfuerzo y la visión de López Obrador, todos esperamos a conocer su primer mensaje a los mexicanos: coincidimos en todas y cada una de sus palabras, de sus conceptos y de sus principios, y en la escucha atenta de su proyecto de país renovamos nuestra confianza de que México está en manos de un hombre que lo ama y lo conoce, que se entrega y lo defiende, que cree en la justicia y en la igualdad.

El primer día de la era de la esperanza comenzó para nosotros rescatando ese principio fundamental del historiador escocés Thomas Carlyle, que pasa por endulzar el corazón de los hombres a través de la reconciliación, como acción sustantiva para la reconstrucción nacional.