El sistema presidencial mexicano establece constitucionalmente el derecho del titular del Ejecutivo federal de nombrar y remover libremente a sus colaboradores, salvo aquellos que requieran constitucionalmente la aprobación del Congreso, como es el caso del fiscal general de la república y, con motivo de la última reforma, el secretario de Relaciones Exteriores, que necesita ser ratificado por el Senado, y el secretario de Hacienda por la Cámara de Diputados.

López Obrador, aun cuando no ha tomado posesión, ya presentó a su probable gabinete, este es el caso de la importantísima Secretaría de Relaciones Exteriores, que jugará un papel estelar —sin duda alguna— en los próximos años, especialmente en nuestra relación con Estados Unidos.

El virtual presidente electo ya quitó de su propuesta al distinguido diplomático Héctor Vasconcelos, sustituyéndolo por Marcelo Ebrard, quien estudió relaciones internacionales y, por 40 días, fue subsecretario de Relaciones Exteriores con Manuel Camacho Solís —su mentor y jefe—, y como secretario de Seguridad Pública del Distrito Federal otorgó un jugoso contrato al exalcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, quien hoy por hoy es un personaje cercano a Donald Trump; Ebrard también utilizó los servicios de cabildeo de Juan Enríquez Cabot (sobrino nieto de Henry Cabot Lodge, personaje fundamental en el Partido Republicano de Estados Unidos).

Cuidado con la admonición de que “el que da y quita con el diablo se desquita”. No cometamos el mismo error de que el nombramiento esté vinculado a la amistad de un personaje influyente, como es el caso de la relación afectuosa del canciller Luis Videgaray y del yerno presidencial norteamericano, Jared Kushner.

López Obrador está siguiendo el camino equivocado, pues no es a través de las relaciones personales como puede y debe manejarse la política exterior, sino con el respeto a los paradigmas constitucionalmente establecidos en la fracción X del artículo 89 de nuestra carta magna, que tiene que ver, entre otros preceptos, con la no intervención, la autodeterminación de los pueblos y la solución pacifica de las controversias.

El jueves 12 de julio se entregó un documento por parte del equipo de López Obrador dirigido al presidente Trump, donde supuestamente se fija la posición de México, en materia de libre comercio, migración y seguridad nacional y fronteriza; dicho pronunciamiento ofreció el presidente electo darlo a conocer una vez que se encuentre en manos del presidente norteamericano, siguiendo el protocolo que señalan los cánones de las relaciones diplomáticas.

Indudablemente será de gran interés la lectura de dicho posicionamiento y, desde luego, la reacción que cause en el titular del Poder Ejecutivo norteamericano, pues de ahí podremos desprender el sendero que seguirán nuestras relaciones bilaterales en los próximos años.

Es fundamental no equivocarse, pues de ello dependerá en gran medida el horizonte hacia el futuro. No podemos perder de vista estos primeros escarceos de nuestras relaciones internacionales que, sin duda, serán fundamentales.

Más allá de nuestras diferencias internas de carácter ideológico y político, se requiere una gran unidad nacional en torno al nuevo presidente, para que pueda actuar con energía y patriotismo en estos temas de gran trascendencia.