Todo el país y su destino a cambio de permanecer impune. Ese parece haber sido el mensaje que dejó el arrollador triunfo de Andrés Manuel López Obrador y su partido Morena.

Los mismos morenos están sorprendidos de haber ganado de manera tan contundente. Lo cierto es que no se lo esperaban y ahora no saben qué hacer con tanto poder.

Las campañas no permitían dejar ver lo que ocultaban los reflectores: las negociaciones, los chantajes, las amenazas de López Obrador y las traiciones dentro del PRI.

La lealtad absoluta del candidato José Antonio Meade al presidente de la república hoy resulta contrastante e incomprensible frente a  los resultados.

Muchos le pedimos de manera pública y privada que se deslindara, pero él, como hombre de principios, prefirió pagar los costos de una marca desprestigiada, antes que parecer un traidor. Meade no fue correspondido y eso, hoy, todos lo saben.

Morena barrió con todo no solo porque así lo decidió el pueblo de México. La ola se convirtió en tsunami porque hubo una campaña paralela, desde el poder,  a su favor.

Una vez que se retiró el mar y dejó los escombros se supo de dónde venía la fuerza que propulsó las aguas. La uniformidad de las encuestas que ubicaron siempre a López Obrador en el primer sitio para crear la percepción de que era inalcanzable. La propaganda desplegada en cada noticiero para insistir en que Meade estaba sepultado en el tercer lugar y las acusaciones en contra de Ricardo Anaya que nunca prosperaron, formaron parte de un montaje democrático jamás imaginado.

¡Bravo!, ¡bravo! por los productores y el director de escena. Lograron engañar a todos, a los electores, a la militancia priista, al país, al mismo candidato Meade, pero, y ahora… ¿qué sigue? Lo que sigue es cumplir con el pacto de impunidad.

Después de que López Obrador recibió todo a cambio: presidencia  de la república, congreso federal, congresos locales, alcaldías, la mayoría de las gubernaturas en juego, tendría que cumplir con la promesa de no llevar a la cárcel a quien Anaya prometió procesar.

Pero la obra de teatro seguramente va a tener tres actos. En el epílogo podríamos ver imágenes muy diferentes a las captadas por los medios en Palacio Nacional, donde el tabasqueño y el mexiquense se trataron como si fueran viejos amigos y no mediara entre ellos una compleja historia de acusaciones.

Cinco, cuatro, tres, dos, uno… cero. ¿Cuánto tiempo va a durar la luna de miel, la civilidad política? Aunque lo correcto sería preguntar: ¿qué tanto va a poder aguantar López Obrador la presión de sus seguidores para “hacer justicia”?

En su libro de campaña 2018. La salida. Decadencia y renacimiento de México se compromete a “cortar de tajo” con esa “minoría rapaz”, con esa “pandilla de saqueadores”, encabezados por personajes como Carlos Salinas de Gortari, Enrique Peña Nieto y “todos esos potentados que han venido apostando a mantener la misma política de pillaje…”

Nada es más importante para un líder populista como López Obrador que tener de su lado a los electores. Ahí radica el principal sostén de su legitimidad. Por eso repite, todos los días, a manera de rezo, que hará lo que el pueblo le ordene.

Y ese pueblo, constituido por más de 30 millones de mexicanos que votaron por él, no lo eligió para que firmara pactos de impunidad, para ser un continuador de lo mismo o como él siempre ha dicho un practicante del gatopardismo. Lo llevaron al poder para que encabece el cambio de régimen. Un cambio que inevitablemente va a implicar afectar intereses.

Con el Congreso federal en sus manos y mayoría en 16 legislaturas, López Obrador va a poder hacer todo. Para empezar, una nueva Constitución que puede convertirse en la tumba de muchos privilegios  e incluso de  libertades. Lo más importante para el futuro presidente es consolidar, cueste lo que cueste, un proyecto político personal.

Para eso ganó la presidencia, ¿o no?