Por J.M. Servín

 

[su_dropcap style=”flat” size=”5″]D[/su_dropcap]on Winslow nació en Nueva York en 1953 y reconoce la influencia del angelino James Ellroy como obsesivo escritor de novelas negras monumentales, concentradas en escarbar en el Mal como una presencia ontológica en la historia de su país. El común denominador de ambos es denunciar la corrupción política a través de un abigarrado entrecruzamiento entre su fascinación machista por los agentes de la policía y algo parecido al sentimiento de culpa que los empuja a ambos escritores a retratar como corruptos despiadados a sus héroes. Winslow vive el aquí y el ahora del tema que ocupa lo mejor de su obra y de buena parte de la narrativa criminal de ficción y periodística de hoy en día: el crimen organizado. Ellroy ancló su apuesta en la obsesión por desentrañar las trampas del poder poder político que antecedió a la guerra global contra el narcotráfico iniciada por el presidente Richard Nixon allá a principios de la década de 1970. El antes y el después.

Winslow ha construido una épica de tres novelas monumentales. Su aclamada El poder del perro, publicada en 2009, lo instaló como un maestro indiscutible de la narrativa criminal contemporánea. Iniciaba un ciclo sobre narcotraficantes mexicanos y corrupción política rigurosamente documentado que le ha dado a sus tramas una buena dosis de verismo donde ya no importa si lo que leemos es ficción, la violenta realidad actual la ha vuelto prescindible cualquier asomo de duda.

Winslow pertenece a la tradición de escritores estadounidenses cuya biografía está salpimentada de exotismo. Madre bibliotecaria y padre marinero. Trabajó de guía turístico y detective privado en Times Square antes de poder dedicarse de lleno a la escritura, que dio vida a una exitosa zaga con el detective Neal Carey. Es decir, Winslow inició como un autor sustentado en las convenciones del género, influido sobre todo por su antiguo empleo y Elmore Leonard. Muerte, tragedias sangrientas de corte operístico y redención sólo son posibles en sus obras en la medida en que sus turbios personajes reconocen sus culpas y aceptan que el imperio de la Ley (como la entienden los estadounidenses) es invencible y no tanto cómplice de la corrupción. En un mundo donde nadie es inocente, el policiaco de Winslow pretende dividir el mundo entre buenos y malos y si para salvar a una niña de un padre golpeador y drogadicto, un agente de la policía tiene que molerlo a golpes, amenazarlo de muerte e inventarle cargos que lo mantengan a distancia de su víctima, hay que hacerlo. El fin justifica los medios. De eso trata su última novela, Corrupción policial, publicada en español por RBA en 2017.  La estructura y el trasfondo se ciñen al de El poder del perro (2009) y El cártel (2015), sus celebradas epopeyas por el inframundo del narcotráfico en México. Con esta trilogía Winslow se desmarca de la masa de escritores policiacos agarrados por el mismo cordón umbilical del detective “entrañable” que satisface la indulgencia de sus lectores. El universo criminal de la fallida guerra contra el Narco en México le ha dado a Winslow para tres best sellers mastodónticos. El poder del perro es la mejor novela que se haya escrito sobre el tema. Potente, monumental, con diálogos magistrales y una trama tejida con hilo fino, es una obra maestra que bien podría servir como compendio de historia nacional reciente.

Un especialista en ficciones maratónicas, Stephen King, se expresa así de Corrupción policial: “es un triunfo, piensa en El padrino pero con policías”. Siento mucho diferir con el genio de la literatura de terror adolescente, pero la novela de Winslow se queda corta respecto de la gran novela de Mario Puzzo publicada en 1969, y está muy por debajo de El poder del perro. Un somero resumen de la novela de 572 páginas sería como sigue: Denny Malone, sargento de la Unidad Especial de la policía de Nueva York, es un macho alfa violento, dañino, justiciero, corrupto. Opera con su Unidad Especial en Washington Hights y Harlem y le gusta que lo llamen el Rey del norte de Manhattan. Se las sabe todas. Malone hace todo lo posible por ser odioso, incluso, para provocar el enojo de blancos y negros, sostiene una relación amorosa con una negra adicta a la heroína. Tiene la convicción de que está del lado de los “buenos” porque defiende personas pertenecientes a las “minorías étnicas” del maltrato de los blancos como él. En una operación policiaca Malone y sus compañeros de la misma calaña, acaban con un traficante y su cargamento de 100 kilos de heroína pura. Se quedan con la mitad. Dinero mal habido a manos llenas. Hasta ahí todo bien, para nadie es una novedad que la policía regula el mercado de las drogas. Es el Manhattan que hemos visto cientos de veces en películas clásicas como Serpico, Mean Streets, Taxi Driver o Shaft. La extensión de esta novela hace imposible tratar a detalle el argumento central. Winslow se interna en el abismo de la corrupción policiaca pero apenas y se acerca a la complicidad de los jueces, senadores, magistrados y empresarios inmobiliarios que retrata magistralmente The Wire. Winslow lleva a galope al lector a la vera de un precipicio de diálogos interminables, muchos de ellos intrascendentes para alargar la trama. Un desfile de redadas, interrogatorios, delaciones, chivatazos, golpizas a dealers y soplones; prostitutas, niños maltratados, esposas de policías conscientes de que sus maridos son unos cabrones, hacen perder la brújula de su moral de macho alfa a Denny Malone. Racismo, corrupción institucional e hipocresía generalizada en la ciudad que dio origen a la “Tolerancia Cero” promovida por Rudolph Giuliani en Nueva York a mediados de la década de 1990. Malone ama su trabajo y ama su ciudad porque le permiten ser lo que es: un nacionalista violento en sintonía con la era Trump.

Winslow insiste en convencer de que un policía debe hacer lo “correcto”, es decir, actuar brutalmente ante cualquier circunstancia o “los malos” se apoderaran de las calles. Como si no lo hubieran hecho ya. El mundo es brutal y la gente buena e indefensa necesita de policías como Malone: un némesis de Serpico, el policía de la vida real que combatió la corrupción entre sus compañeros en el Nueva York de los setenta, trasplantado a la era del crimen global que ha vuelto a urbes legendarias como Manhattan, una de la tantas aldeas donde se desenvuelven los dueños del dinero turbio. Si el lector se pregunta cómo se convirtió Denny Malone en un policía corrupto, sería una perogrullada, pues no existe policía que no lo sea. ¿O sí? ¿De qué otro modo florecen las mafias, las mordidas, el narcomenudeo, la extorsión, los permisos ilegales y demás dinámicas de complicidad entre las autoridades y los grupos criminales?

De la trilogía de novelas policiacas ya mencionadas, El cártel y Corrupción policial parecen influidas por el cine hollywoodense y series de televisión del género. Me queda la sospecha de si Winslow escribe con la idea de facilitar la adaptación a la pantalla de sus historias. Hoy en día la ficción policiaca luce desgastada, repleta de autores intrascendentes pero “exitosos”; en muchos casos parece vocera de la corrección política. Lo de menos es el estilo, lo que importa es el tema para asegurarse un buen lugar entre las listas de los más vendidos. El policiaco pasó de la periferia a fagocitarse debido a su alta demanda y excesiva oferta. Las contraportadas de los libros ya parecen parodias. Premios por todas partes, publicidad desmedida.

En entrevistas Winslow ha insistido en que le interesan los personajes con conflictos que optan por cosas difíciles, moralmente complicadas. Según él, esto tiene mucho que ver con la mitología machista sobre la masculinidad que representa Trump, de quien se declara opositor.

Después de leer Corrupción policial, no me queda muy claro si de verdad Winslow cree en sus palabras.