En los últimos días, la agenda política nacional la define Andrés Manuel López Obrador, también la ajena de algún modo, los medios de comunicación dan cuenta a diario de lo que hace o deja de hacer el próximo presidente de la república. No obstante, los partidos políticos vapuleados han abierto lo que llaman un periodo de reflexión. El tsunami que azotó sus estructuras motiva reacciones diversas aunque con los mismos discursos que están repletos de lugares comunes, como sucede en el PRI tras la renuncia a la dirigencia nacional de René Juárez Cisneros, quien ha planteado que la transformación del tricolor debe ser de la dimensión de la derrota sufrida el 1 de julio.

En 1994, concretamente el día 6 de marzo, ya Luis Donaldo Colosio daba a conocer un diagnóstico del PRI, hablaba del abuso de poder, la arrogancia de las oficinas gubernamentales en administraciones priistas. Ulteriormente muchos dirigentes hablan de combatir la simulación, aunque en el fondo siempre se rehuyó la autocrítica verdadera.

El PRI se acostumbró a estar subordinado ante los presidentes de turno que fueron producto en gran medida de la voluntad de un solo hombre, primero se acuñó el maximato para posteriormente mutar en presidencialismo, en esos cambios figurarían dos personajes de dicho partido que originalmente fue PNR: Plutarco Elías Calles y Lázaro Cárdenas.

La sumisión acendrada, la incondicionalidad al jefe de turno causó estragos en el seno del PRI que se negó sistemáticamente a la democratización, dicha aspiración no la logró ni Carlos Madrazo ni Colosio. La marca tricolor se fue desgastando, los años de las administraciones del llamado desarrollo estabilizador solo son recuerdos porque las últimas generaciones padecieron las crisis recurrentes.

El 1 de julio la derrota a manos de un exmilitante sacudió el PRI que fue casi borrado del mapa electoral, el voto lineal fue arrolladoramente contra el tricolor.

El revés recibido ha sido de mayores proporciones en comparación con los que se sufrieron en los años 2000 y 2006, el PRI en este momento casi es miembro del club de la chiquillada, no sabe qué hacer, se intuye desbandada aunque los vacíos se habrán de llenar.

Se especulan muchas cosas, que si la mano que mecerá la cuna será la de Carlos Salinas de Gortari, no se perciben liderazgos emergentes y los viejos padrinos ya están en el retiro. La simulación ha sido un problema endémico, aunque el tricolor tiene una oportunidad para refundarse, introducir métodos democráticos, incluir de verdad a la militancia en los procesos internos y acabar con el centralismo dañino al experimentar fórmulas simplistas como fue en su momento designar a Enrique Ochoa Reza, aprendiz de político, para conducir un partido al que no conocía ni en el que figuró antes. En fin, es la hora cero del tricolor.