De 44 textos teatrales enviados al Premio Nacional de Dramaturgia Víctor Hugo Rascón 2018, no hubo uno solo que valiera ser distinguido con el importante estímulo, según acta del Jurado compuesto por Elvira Dimitrova Popova, Jesús Gabriel Contreras Martínez y Otto Roberto Minera Ábrego, publicada en la página del CONARTE el pasado 27 de junio. Las reacciones no se han hecho esperar sobre todo por la concluyente estimación de los sinodales que esgrimieron que las obras sometidas a concurso “presentan una notable falta de rigor en la estructura, en el dominio del lenguaje teatral, en la creación de los personajes, en la distribución del material dramático; es decir, estamos ante la ausencia de un mínimo dominio del lenguaje de un escritor dramático”. Señalan, por el contrario, exceso “de inmediatez, de facilismo en la construcción, y ausencia de una cultura escénica que nos plantea una situación en la que el deseo de ganar es mayor que el desarrollo del propio talento”. Fernando de Ita se refirió a “la dura sentencia del jurado” y aseguró “diferir” de su criterio al conocer él al menos tres de los textos participantes, dos de ellos de autores “ya reconocidos, como Martín López Brie, quien ha ganado diversos premios nacionales de dramaturgia, y José Alberto Gallardo, uno de los autores y directores más destacados de la generación intermedia del siglo XXI”. El crítico difiere del juicio del Jurado porque, argumenta que los tres textos “pero particularmente uno de ellos, es notable precisamente por su estructura dramática, la creación de personajes y la utilización del lenguaje literario y dramático, además de tratar un tema insólito en nuestro teatro”. Aquí el asunto es que no explica ni cuál es la “notable estructura dramática” o por qué lo es, ni por qué “destaca por la creación de personajes y la utilización del lenguaje literario y dramático”, es decir, ¿a qué atributos se refiere en concreto y cuál es ese sugestivo y sugerente “tema insólito en nuestro teatro”?, de explicarlo el crítico, su desacuerdo abriría una veta de debate lógico e importante para desfundar su disentimiento del Jurado, así como un debate de orden estético.

Por ello, el Jurado de este premio, creemos, ha hecho lo correcto desde la perspectiva de sus propios y respetables prolegómenos. A ellos les ha parecido que 44 textos no valen la pena y es probable que, aún con lo severo del juicio, tengan algo de razón, sobre todo cuando señalan la falta de rigor y “la ausencia de un mínimo dominio del lenguaje de un escritor dramático”. ¿A qué me refiero? A algo que he criticado durante mucho tiempo: mucho del ejercicio teatral que se libra en la actualidad está divorciado de una auténtica y genuina cultura teatral; en pos de alcanzar fama, éxito y dinero, muchos dramaturgos noveles han sido arropados con no pocas inconsistencias formativas, discursivas e, incluso, disfrazando —y lo digo claramente— sus imposibilidades dramatúrgicas como “novedad”, “vanguardia” o “nuevos lenguajes”. Nuevos lenguajes que en realidad casi siempre pertenecen a otros géneros como la narrativa, impulsando lo que se ha denonimado “narraturgia” y no es sino narración eslabonada y/o adaptada al teatro. Por lo general, los dramaturgos noveles (o de las más recientes promociones), no saben ilar una escena, no pueden dialogar correctamente, narran en eslabones de párrafos sin acción dramática, y el teatro es diálogo y acción. Es difícil ser Jurado. Pero yo lo he sido en incontables ocasiones y me he visto enfrentado a este tipo de circunstancias y a la opción de tener que declarar desierto algún premio. En alguna ocasión, a mediados de los 90, recuerdo, fui Jurado con el desaparecido Jesús González Dávila de alguna emisión del Premio Baja California y pese a que yo proponía que se declarase desierto, él insistió en premiar una obra, de un autor que fue premiado pero no tuvo continuidad —o al menos no se ha sabido más de él— en su obra dramatúrgica. No era una obra que a mí me pareciese bien escrita y, cuando fui a entregarle el premio, se lo dije: ganaste por insistencia de González Dávila, no por mí. Yo no te hubiera premiado. No obstante, le dije, te concedo el privilegio de la duda. Tienes ahora mucho qué hacer en lo futuro. Fui severo, pero honesto. Dávila adujo que así, premiando a alguien, no quitarían el apoyo del premio en lo futuro. ¿Para qué premiar al “menos peor”?, se ha dicho en el caso 2018.

En otra ocasión más reciente, con Miguel Sabido y Legom fui Jurado nuevamente del mismo Premio, no recuerdo exactamente cuantas obras leímos, bueno al menos yo sí las leí todas, pero eran muchísimas. Cada quien llevó sus propuestas, en ninguna coincidíamos. De las que yo llevaba me fueron descartando una a una, yo llevaba cinco. Yo también descarté las suyas. Legom proponía una que ambos sabíamos quien era el autor y yo le dije que al saber el nombre del autor, yo no podía aceptar su triunfo porque la convocatoria exigía que se concursara con pseudónimo. Después de quedarse ellos sin propuestas me quedaba una obra, a Sabido no le molestaba que ganara, Legom dijo que él no estaba muy seguro, que la obra no le gustaba. Yo la defendí, dije que era mi última opción y que la obra estaba bien escrita, bien estructurada y gozaba de un ritmo en el diálogo, excelente. Discutimos mucho si la obra ganaba o no, pero ya era la última opción, lo otro nos llevaba a tener que declarar DESIERTO el certamen. Yo no quería declararlo desierto. Me impuse y recuerdo que les dije: “Pues si quieren tómenlo así, pero por default gana la mía. Es una buena obra. ¿Qué pero le ponen?”. Sabido dijo que él no tenía inconveniente, que la obra no le parecía maravillosa, pero tampoco le desagradaba. Ganábamos dos a uno. Legom tuvo que aceptar. La obra era Cuerdas. Y cuando se abrió la plica decubrimos que la autora era Bárbara Colio, dramaturga que se convirtió —ya desde entonces tenía lo suyo— en un referente del nuevo teatro mexicano. Poco tiempo después, al encontrarme con Colio le dije: “Ni modo, ganaste”. Ella no me entendió. Pensó que lo decía yo por descartarla. Pero era todo lo contrario. Ella no sabía la verdadera historia. Ahora la cuento. Dije: Ni modo, sí, pero porque como Jurado yo era el único que la había elegido entre las posibles ganadoras y defendido de mis compañeros Jurado que ni siquiera la habían preseleccionado. No me arrepiento. Es una buena obra y ella es una dramaturga prolífica que ha demostrado un talento único en nuestro ambiente dramatúrgico; único, por original y eficiente.

El que hoy se declare “Desierto” el reconocido Premio Rascón Banda es una llamada de atención. No todo nuestro teatro está bien. Y la dramaturgia mexicana merece cosas mejores toda vez que los tiempos evolucionan y que, lo que ayer fue vanguardia, posiblemente mañana será requicio de conservadurismo. Lamento —por los concursantes— esta situación. Pero ojalá se pongan las pilas y analicen por qué —en la medida de los trasuntos estéticos y estilísticos que se les critican negativamente— sus obras no pasaron. En los premios literarios la decisión del Jurado siempre es inapelable. En este caso, la honorabilidad del Jurado que declaró desierto este premio es también muy proba y respetable. Si autores como Martín López Brie o José Alberto Gallardo no pasaron la prueba en este concurso deberán meditar muy en serio lo que el acta del Jurado asienta y revertirlo en lo futuro, haciendo que el desarrollo del propio talento sea mayor que el deseo de ganar. Y esto va también para todos aquellos que hacen teatro pensando sólo en el dinero y no en el arte. Ni tan tan, ni muy muy. Aquí lo impostergable es la justa balanza.