Por J.M. Servín

 

Para Jesús Quintero, el “pachecólogo” por antonomasia

 

[su_dropcap style=”flat” size=”5″]¿[/su_dropcap]Dónde quedó la ciudad que recordamos? La ciudad que habitamos y que a cada día desaparece para dar lugar a otra, más despiadada donde todos somos extraños. A la par de su amigo de generación Carlos Monsiváis, pero a mi juicio con mayor profundidad poética y reflexiva, José Emilio Pacheco, el polígrafo nacido en la Ciudad de México el 30 de junio de 1939, es quien mejor ha escrito sobre nuestra ciudad y sus habitantes. Las batallas en el desierto es sin duda una de las novelas mexicanas más importantes y entrañables publicadas durante los últimos 30 años, por decir lo menos. Vio la luz por primera vez, de un tirón, el 7 de junio de 1980 en el suplemento Sábado del unomásuno coordinado por Fernando Benítez, quien así rindió homenaje al autor que había ganado ese año el Premio Nacional de Periodismo.

Las batallas es un tratado de época desde la mirada melancólica de un lúcido intelectual influido por la cultura popular. Pocos escritores mexicanos han logrado recrear las tribulaciones y conflictos de los capitalinos nacidos luego de la posguerra a través de un relato preclaro y ágil, que da voz al desencanto generacional mientras advierte de los riesgos de darle la espalda a la memoria. En tan solo unas cuantas páginas el gran Pacheco, habitante desde siempre de la colonia Roma, da una cátedra de lo que debe ser una ficción corta amena, erudita y reflexiva que apunta al presente mexicano sin perder de vista las polaridades y absurdos de su pasado reciente.

La crítica mordaz al modelo priista de desarrollo iniciado en en el sexenio de Miguel Alemán de 1946 a 1952, se basa en los prejuicios de una naciente clase media urbana trepadora, en el despertar sexual de Carlitos y la represión de la que es objeto. Carlitos (nombre inspirado en Monsi) es un estudiante de primaria enamorado de la bella Mariana. Su alter ego adulto narra esta historia de amor en primera persona con aire candoroso. Nunca mejor entendido lo que significa “precocidad” en el comportamiento audaz de ese niño enamorado de la mamá de su mejor amigo, mientras reflexiona sobre el país que le toca padecer a través de sus recuerdos decantados con la edad.

Novela de iniciación, crítica a la modernidad desigual producto de un modelo político convertido en idiosincrasia nacional, Las batallas en el desierto permite múltiples lecturas y reflexiones inagotables: “La cara del Señorpresidente en dondequiera: dibujos inmensos, retratos idealizados, fotos ubicuas, alegorías del progreso con Miguel Alemán como Dios Padre, caricaturas laudatorias, monumentos. Adulación pública, insaciable maledicencia privada”.

El país que enfrenta su futuro a partir de su implacable desigualdad pero que alimenta la fantasía fallida del “milagro mexicano”, desde una ciudad por donde asoman personajes cuyos terrores cotidianos son parte de nuestra memoria colectiva y sus referentes, siempre ligados a una sobrecogedora sensación de pérdida. El sexenio alemanista es también el inicio del fenómeno de la delincuencia urbana como motor de prácticas proscritas que consolidan la figura del “gran criminal” que toda urbe necesita para sentirse moderna y cosmopolita. La ciudad de la censura, de los castigos corporales en casa y en la escuela, de los cabarets arrabaleros frecuentados por honorables padres de familia para gozar con las sicalípticas y rendir culto al “tongolelismo” y al “pachuqueo” en lo que las autoridades reprimen el entretenimiento nocturno y condenan a la hoguera de la doble moral a parroquianos, artistas y faranduleros. Sin embargo, un nuevo entramado social comienza a crear canales de comunicación entre los diferentes estratos sociales y comienza a abrirse una moral sexual más abierta. Las batallas en el desierto explora estos conflictos.

A  la par de Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco desarrolló a lo largo de toda su obra, una manera de entender y vivir el perímetro más extenso de la antigua ciudad de México: el Centro, las colonias Roma, Condesa, Juárez, Cuauhtémoc, San Rafael y Santa María; Mixcoac, San Ángel. Ambos intelectuales, eruditos y prolíficos, como si sus plumas fueran arrastradas por la grandeza y complejidad de su tema principal, son producto de sus circunstancias en una capital caótica y destemplada que apenas permite a sus habitantes llegar ilesos a sus casas. Sin embargo, Pacheco evitó la chacota y la sorna para tomar distancia de la plebe y sus lastres.

He perdido la cuenta de la cantidad de veces que he releído esta novela desde mi juventud hasta hoy. Gracias a JEP mi relación con la Ciudad de México entraña un diálogo profundo entre mi fascinación y mi azoro al ver su deterioro brutal e implacable que nos lleva entre las patas. La insaciable maledicencia a la que se refiere JEP y que todos hemos experimentado en repetidas ocasiones. A mi manera de ver uno de los grandes logros de Las batallas en el desierto es profundizar en la sociedad capitalina con su idiosincrasia clasista y prejuiciosa que el cine de Alejandro Galindo retratara en Una familia de tantas (1948). El vértigo del caos contenido que en lo kitsch concilia sus pretensiones posmodernas. El melodrama de una ciudadanía orgullosa de sus tragicómicos contrastes. Ni dandista ni necrófila, Las batallas en el desierto narra las vicisitudes de una clase media a la deriva.

Carlitos es el niño que fuimos alguna vez y que hoy en día es un adulto descreído y amargoso a fuerza de ver como la ciudad en la que creció se ha convertido en gentrificado egoísmo y desmemoria. Demoler para olvidar parece consigna gubernamental para que el olvido y el desarraigo se asienten en el ánimo de los ciudadanos.  

El patio desolado y terroso del colegio donde estudia Carlitos, es una metáfora de la ciudad que la obra monumental de un escritor entrañable me enseñó a recorrer. Feliz cumpleaños José Emilio, tu hermosa elocuencia hace de Las batallas en el desierto la novela de toda una generación de capitalinos que crecimos con miedo a nuestro presente debido a los terribles fantasmas del pasado.