Tu imagen, el Palacio Nacional

con tu misma grandeza y con tu igual

estatura de niño y de dedal.

Ramón López Velarde

Recuperando la tradición impuesta durante el sexenio de don Adolfo López Mateos, el expirante gobierno de Enrique Peña Nieto ha querido legar al pueblo mexicano un espacio museográfico de excepcional concepción: el Museo Histórico de Palacio Nacional, habilitado en casi dos mil metros cuadrados de lo que fueran las accesorias de empleados de la época virreinal y las bodegas presidenciales en los siglos XIX y XX.

Este espacio, inaugurado a inicios de junio pasado, narra la historia de este emblemático edificio capitalino, a través de 400 piezas representativas de las cinco centurias de vida de esta sede del poder que hoy, por vez primera, se ve engalanada con su propia historia.

Ahí las Casas Nuevas de Moctezuma Xocoyotzin se expresan a través de piezas recuperadas en las labores de salvamento que a lo largo de los siglos han testimoniado la efímera gloria de su edificador, el creyente “Señor de la Palabra”, el cual debió lamentar su amistosa actitud ante Hernán Cortes, quien tras la conquista se enseñoreó del solar donde construyó la habitación que rentó al virrey de Mendoza,  y que luego, en 1562, fue vendido a la corona española por su heredero, Martin Cortés, en 34 mil castellanos, incluyendo los 9 mil adeudados en concepto de rentas impagadas.

A pesar de la importancia que debiese haber identificado el inmueble, éste no adquirió cierta solemnidad sino hasta bien entrado el siglo XVIII, cuando el virrey de Revillagigedo lo hermoseó dejando un edificio digno de la representación real debida a sus ocupantes. Y así fue como ese palacio, con sus dos pisos, fue ornado de almenas en su cornisa, signo heráldico de sede de señorío con vasallos y con una torre central, con su correspondiente reloj, signo del dominio del tiempo civil representado en los días feriados por el lábaro imperial, el cual, a partir de 1821, fue sustituido por la bandera nacional.

Para mayor honra del edificio, su entrada central o principal conduce a un enorme patio con la escalinata que conducía a la Sala del Trono, a la Sala de la Audiencia, al Tribunal de Cuentas y a la Tesorería Real; y al fondo del pasillo se encontraba exenta la capilla de Palacio.

La puerta lateral, cercana a Catedral, daba ingreso a la Casa de Moneda; en tanto su opuesta se destinó, desde su origen, a las habitaciones privadas de los virreyes, siendo estas bastante modestas hasta que el presidente Mariano Arista ordenó su acicalamiento a efecto de no desmerecer el boato del conjunto.

Durante el siglo XIX las reformas más relevantes corrieron a cargo del fallido imperio de Maximiliano; y a inicios del siglo XX a iniciativa del secretario de Hacienda, Mario Pani, se añadió un piso adicional que consumó su monumentalidad tal y como la disfrutamos hasta nuestros días.

Sin género de dudas, la metáfora lopezvelardiana resume magistralmente la engalanada impronta que el Palacio Nacional simboliza en la vida de tantas generaciones de mexicanos.