Luzhnikí, en Moscú, se engalanó para acoger a la final del Mundial 2018. Desde el palco verían la pelea entre Francia y Croacia Vladimir Putin -presidente de Rusia-, Gianni Infantino -presidente de la FIFA-, Emmanuel Macron -primer ministro del país galo-, Kolinda Grabar-Kitarovic -homóloga balcánica-, Mahamoud Abbas -presidente de la Autoridad Nacional Palestina- o el emir catarí Sheikh Tamim Bin Hamad Al Thani. Con ellos, todos los focos del planeta se posaron sobre el verde del pomposo estadio emblema de la cita mundialista de este verano.

Sobre el verde se desataría un duelo de estilos y de equipos versátiles. Didier Deschamps no tocó nada y desplegó el habitual 4-2-3-1, con Pavard como carrilero ofensivo, Pogba, Kante y Matuidi en el rol de trivote musculoso que imponga el compás y con Griezmann y Mbappe en el papel de creativos. Presión, rigor táctico y verticalidad era su receta para acomplejar al seleccionado de Zlatko Dalic. Los balcánicos plagiaron en dibujo rival, con Modric adelantado con respecto a Rakitic y Brozovic. Rebic y Perisic volverían a uniformarse de extremos ortodoxos, con Mandzukic como punta. Su idea era portar la iniciativa con posesión.

No tardó el partido por la gloria en desnudar su esencia de filosofías contrapuestas: los ajedrezados salieron con voluntad autoritaria de aglutinar la pelota y el mando, con circulaciones horizontales, y a los gallos les bastó con mantenerse concentrados, a la expectativa, aguardando el momento para lanzarse al espacio de la espalda ajena. Eso sí, se demoraría el despegue del ritmo, pues los dos escuadrones quemarían el prólogo tanteando el cálculo de riesgos. Sólo las incursiones de Strinic y Vrsaljko se saltaron la página, generando cierta inquietud antes del décimo minuto. Cuando se cruzó esa frontera, les bleus‘ achicaban en su campo.

Modric y Rakitic se desperezarían pronto y con envíos profundos que, si bien no localizaban remate certero, desestabilizaban a los franceses. Los novatos en este distinguido evento no titubearon y se asociaban con convicción, salpicando con presiones su labor sin pelota. Los favoritos quedaron consteñidos a emitir pelotazos en su faceta atacante, dando trabajo en el cuerpeo a Giroud. Y Umtiti sacó un centro venenoso de Perisic en el 16, confirmando el escenario. Los herederos de la generación capitaneada por Davor Suker competían con mayor soltura. Y se notaba. Lo único de lo que adolecerían los aspirantes en su ejercicio controlador era de lucidez en tres cuartos de cancha. Lloris no estrenaría sus guantes.

Y en el 18, justo después de la primera acción de desborde de Mbappè, la pegada impondría su ley. Griezmann, que provocó una falta muy polémica-por inexistente- en el pico del área, puso un centro tenso que Mandzukic enviaría a sus propias redes. La diana en propia meta remarcó la viabilidad del libreto de Dechamps: crecer desde el granítico repliegue y amortizar las escasas opciones por el cauce de la calidad de su delantera. Subasic no alcanzó a conjugar el enésimo tanto azul en el torneo por medio del balón parado y de la presión de sus centrales en el juego aéreo.

Un testarazo a las nubes de Vida, en falta lateral botada por Modric, supuso la reacción automática de su sistema, que veía cómo se le alzaba una montaña a pesar de sus merecimientos. Replicaría el orgullo croata con un robo adelantado, centro de Mandzukic hacia el segundo poste y zurdazo al cielo de Rakitic. La competitividad evidenciada en el campeonato (tres prórrogas y dos tandas de penaltis) no devendría en un cambio de rictus a la personalidad de la obra de Dalic. Adelantarían líneas, como en tantas otras veces. Caminando sobre el abismo si las coberturas tras pérdida no amarraban a los velocistas contrincantes. Y en el 28 sobrevino otra maniobra espinosa de pizarra: falta lanzada por Modric, cabezazos de Vraslkjo, Mandzukic y Vida, y recorte y cañonazo cruzado y a las mallas de Perisic. El 1-1 empataba con justicia la media hora inicial.

Respondieron los galos activando presiones más continuadas, como si el descubrirse vulnerables en la retaguardia les puso en alerta y brotara la ambición que no habían planeado. Y de un balón en largo, desde su zaga, sacaron un córner cedido por Vida. En el lanzamiento de Griezmann golpeó en la mano de Perisic. El colegiado Pitana consultó con el VAR e indicó lo obvio: penalti. El jugador del Atlético tomó la redonda y la responsabilidad y transformó la pena máxima, engañando a Subasic -minuto 39-. Y ante el nuevo reto, en otra oda al máximo rendimiento, Croacia trató de golpear con celeridad. Casi lo consigue: un nuevo envío parabólico de Vrsajko cayó suelto y Rebic chutó, desde el punto de penalti, sin conectar bien. Lloris atajó la tratativa.

Mas, los balcánicos saldrían a flote, inaccesibles al desánimo. Modric puso en órbita otra falta lateral en la que Mandzukic y Lovren rondaron al arco francés. La valiente concatenación de centros se transformó en tormenta sobre el área gala y Umtiti, Pogba, Varane, Pavard y compañía sufrieron para cerrar la multiplicidad de cueros flácidos. Las segundas jugadas pertenecían a la intensidad ajedrezada. La aproximación al entretiempo reivindicó el ardor guerrero de los entrenados por Dalic y Vida perdonó el 2-2 en un testarazo promocionado por otro córner cerrado -minuto 46-. Y los gallos, con su catenaccio de manual, ganaron el descanso con la siguiente tarjeta: 39% de posesión, una ocasión y un tiro a portería (por el 61% de cuota de balón y las siete llegadas contrincantes. Se había vivido una síntesis del cambio estilístico que ha certificado este torneo.

La reanudación echó a andar con una traca: Vrsaljko centró raso y con peligro en la primera jugada, Griezmann respondió con un zurdazo desviado -después de que Giroud bajara un pelotazo- y en el 48 Mandzukic engatilló un zurdazo que forzó a Lloris a volarCroacia disparató el tempo, jugando el todo por el todo antes de que el cansancio acumulado le hiciera mella. El lateral diestro del Atlético chutaría sin éxito a continuación y Rebic y Perisic rebosaron a la espalda de Lucas y Pavard. La circulación balcánica, nutrida por Modric y Rakitic, lucía tan intensa como la actividad en pos de la recuperación precoz tras pérdida. Se quemó el diapasón y una escapada de Mbappè, contenida por Subasic, redondeó un intervalo volcánico y maravilloso del duelo. Casi impropio de una final de la Copa del mundo.

Deschamps leyó la situación, en la que su candado descubría grietas, y sentó a Kantè -amonestado- para incluir a N`Zonzi. Tempranero movimiento del seleccionador con la idea de añadir centímetros y virar el pelaje del juego hacia lo anatómico. Aunque sacrificara al elemento fundamental de su equilibrio táctico. Pero no se congelaría el furor croata, con Perisic hiriendo a Pavard en cada incursión. Le tocaba a los azules aguantar y, cuando más acuciada yacía su retaguardia, Mbappè desahogó con un cambio de ritmo explosivo que estiró el campo. Contemporizó, cedió para Griezmann, quien asistió para que Pogba, tras rechace, batiera a Subasic con un zurdazo desde la frontal -minuto 61-.

La valerosa disposición de Dalic abría hectáreas por recorrer para la flecha del PSG y lo pagaría. Tampoco disponía de otra opción. El caso es que en el dibujo sufriendo desajustes por la filosofía atacante, Lucas desbordó a varios peones en vuelo y conectó con Mbappè, quien controló en la frontal y encañonó un derechazo raso que instauró el 4-1. Restaban 25 minutos y al pundonor balcánico se le impuso el dilema de seguir presionando o guardarse. Ya que ante la merma de fuelle propia -llegaban más desgastados a las dos áreas- podría sobrevenir un sonrojo. En el 69 Lloris regalaría algo de premio al sudor colorido rival, conectando un despeje que rebotaría en Mandzukic para recortar distancia. Un error grosero de un meta sobrio que entreabría una ventana para la esperanza del país de cuatro millones de habitantes.

Dalic lo tenía claro: sentó al agotado Rebic y dio entrada al mediapunta llegador Kramaric. Esto es, escogieron seguir derrochando competitividad. Sin atender a su espalda. Tolisso dio respiro a Matuidi en un ajuste que confirmaba la concentración del cuerpo técnico galo. Pretendió batallar por la posesión y romper el timón balcánico. No le saldría, ya que volverían a atrincherarse en el cuarto de hora postrero.Únicamente la inteligencia de Griezmann, viniendo a recibir y soltando, trompicaba el devenir.

Fekir -por Giroud- y Pjaca -por Strinic- ahondarían en los presupuestos de cada técnico. Croacia moriría sobre sus ideas, creando combinaciones y jugando en campo francés de manera prolongada. La energía no les daría para filtras pases verticales, quedando relegados al centro lateral. Aún así, Vrsaljko, Rakitic y Perisic tirarían a palos en el respingo que defendió la dignidad de los balcánicos. Y un zurdazo de Fekir clausuraría la exhibición de tino de una selección francesa que alcanzó su segundo cetro Mundial repitiendo la fórmula que le entregó la primera (la de 1998). París celebrará, Zagrev también -por la gesta histórica de haber competido por el oro- y el balompié instaurado por Pep Guardiola habrá de repensarse.