Pequeños pies duros

 

Por Javier Fernández

 

Luka Modrić

Timonero de engañosa frialdad, movimientos de paja y apariencia de caballo guango, hace ya un lustro que Luka Modrić comanda la devastadora mediacancha del Real Madrid en la que compensa brillos (Isco), muelles (Casemiro) y sintetizadores (Kroos), a los que añade su presencia total: navaja suiza con pulmones. Quiero decir, navaja suiza con amplísimos pulmones y un sistema de navegación que habría hecho mojar a Fernando de Magallanes. Su aportación al club español y a la estupenda selección croata es plena, rayando en lo estridente. Verlo trotar evoca el arresto de los subversivos, la melena de los sindicalizados y no sé qué tanta hipérbole sería afirmar que los recursos inagotables del Krautrock. Su futbol está lleno de mentiras. Motiva el corrimiento de más persianas, el quebrar de más cristales, greñas despavoridas, chanclas emporcadas, gritos de auxilio. La cinta elástica que sujeta su cabello encierra verdades campiranas que no vamos a descifrar desde los albañales de un puente urbano. Luego está ese quiebre súbito con el que Luka cimbra la cadera, hace como que va o no va, presto a lanzar un cohete que suele acariciar la red a sesenta centímetros de altura. Se ve más viejo de lo que es, habla más ronco de lo que uno supondría. Desde el fondo del corazón deseo que Luka nos siga engañando.  

Eden Hazard

Hazard deambula por la temeraria Liga Premier con la lucidez de Xabi Alonso, la paridad de Paul Scholes y las artes de Kaká. Siete temporadas transformaron al bravucón winger no solo en un ícono del juego progresista, sino en un guiño aventurero para la niñez que encuentra en su verticalidad un géiser de emanaciones benignas. A los 27, llegó a Rusia 2018 con las charnelas aceitadas, en glorioso apogeo. A su lado –detrás suyo, corretéandolo, tratando de lazarlo– los ingleses y brasileños parecían no más que púgiles de trapo, gañanes de balneario que a gritos del capataz corretean sapos. Hubo pasajes en que el capitán belga les hizo ver polvo de estrellas; los trasladó al atardecer de un muelle sobre el que cae polvo de estrellas. Si se negaban a ir, terminaban como los personajes de Tom Waits, desmoralizados, pedísimos, en la barra de un floor show filipino charlando de béisbol con enanos y tenientes. Un día se entenderá que Eden Hazard repercutió en la historia de la UEFA con el fastidio de un celular oculto en la mesita de noche de la habitación de hotel en la que acabas de tumbarte a descansar, en piyama, afeado por las babuchas: tratas de dormir y el artilugio cromado con pantalla táctil de pronto se hace sentir, la superficie iridiscente tintinea, se aborbotona, vibra. Levántate, atiéndelo. Alguien llama.

Antoine Greizmann

El futbol terrenal monitorea su pulso en Antoine Griezmann, cuyo cárdex es análogo al de miles de jugadores que se abren paso en el profesionalismo con un muestrario de habilidades que un día fueron bochorno y gradualmente se afinan hasta alcanzar el deleite. Según el pronunciamiento que uno quiera empuñar, moderando o enardeciendo el tono, se afirma que esta selección francesa ha legitimado una vez más la migración, y su rico abrevadero, el mestizaje. Con un dejo de honor lacerado, hay quien sustituye ambos términos por otro que engloba perspectiva histórica y dolo, la colonización. Habrá que añadir que esta Francia exonera a la juventud (solo Greizmann, Matuidi y Kanté llegan en plenitud, rodeados de músculo prematuro y talento precoz), y subraya la medianía: el campeón carece de un mago del calibre de Zidane o Platini, ya no digamos un Messi. Los Superpoderosos quedaron tan lejos del podio que a ratos olvidamos que existen.

https://youtu.be/vs15QZad6GE