Guillermo Samperio

Una mañana, al levantarme en extremo temprano, me observé ante el espejo del baño y me di cuenta de que mi nariz se había arrugado en extremo y entonces ya no me gustó y me pareció una nariz floja que no deseaba despertarse o que tenía ganas de morirse antes que yo, lo cual no le permitiría desde luego; entonces, decidí cortarla con mi vieja navaja de peluquero, de cuando iba a que me rasuraran a la barbería. Sólo de imaginar que se llamaban barberías y que en su entrada había un poste chaparro y gordo con franjas rojas, azules y blancas, a veces con luz interna, me dan ganas de llorar, pero cada modernidad cambia a la anterior y es inevitable; alguna vez llevé la cantidad de modernidades que habían existido desde los Hititas, pasando por los Romanos, pero ya perdí la cuenta porque han avanzado cada vez más rápido.

Así que corté esa nariz negligente y me dirigí a la tienda de narices, como las que hay en cada zona de esta modernidad y comprarme una no tan nueva porque en rigor me vería ridículo con una nariz de 20 años: con toda mi cara de 70 años y una nariz veinteañera tendría un promedio de 45 años, por lo que tal vez me podría conseguir una novia de esa edad y me contradije, comprándomela de tal edad, es decir de 25 años, pero no tan respingada.

Salí de la naricería caminando orondo y flemático como 60 años atrás me había recomendado mi abuelo materno que caminara; llegué a la esquina, me recargué en un poste cuadrado como los que se han puesto de moda. Saqué mi cajetilla de cigarros Faquir, extraje uno y lo encendí; ahhh, cómo me gusta este aroma a loción Hamellin. Llevaba, no sé, unas 7 fumadas cuando vi venir a una mujer de cabello muy rubio de unos cuarenta y cinco años y descubrí que veía, en exclusiva, mi nariz y, a mi vez, yo le vi la suya, y supe que era una modelo Nefertiti. Me sonrió, le sonreí, nos sonreímos, seguimos riéndonos hasta llegar a las carcajadas y nos detuvimos una en el otro y nos abrazamos para no caernos debido a tales carcajadas, las cuales se nos suspendieron de pronto, pero ya estábamos abrazados y su boca casi junto a la mía y no tuvimos otra opción que empezar a besarnos, abrazarnos, acariciarnos el cuerpo; yo le metí las manos bajo el brasiere y ella en la bragueta. Empezó a oscurecer y como estábamos a dos cuadras del Hotel Canapín, de inmediato caminamos lo más rápido que podíamos pues a los 70 años no se puede andar tan veloz.

Acabo de despertar y, sin esperarlo, Ruth entró a nuestra recámara con una charola, ya que hemos adoptado la costumbre de desayunar en nuestra cama y todavía no termino de comprender cómo a los 70 años seguimos dale que dale. Deben ser esas vitaminas que Ruth consigue porque hoy en día hay un promedio de tres mil quinientas cincuenta y diez mil vitaminas para esto y lo otro y lo de más allá y prefiero no preguntar. Me encanta la casa que compramos con un lago que tiene apariencia de cabaña. Mmm, estos huevos de ornitorrinco le salen deliciosos, aunque tengan apariencia de…