La noche del primero de julio todo transcurrió, electoralmente, como si se tratase de un guion de la democracia perfecta; los resultados arrojaron una ventaja contundente a favor de Andrés Manuel López Obrador quien se mantuvo en la punta de las encuestas durante todo el proceso. José Antonio Meade, primero, Ricardo Anaya después reconocieron su derrota. Legal y legítima la victoria de López Obrador.

Se abre un compás de espera respecto a la toma de posesión del futuro presidente ya electo por una considerable mayoría. Al final la regla de oro de la democracia tiene que ver con la estadística, con las matemáticas. Si se pensó que podría enlodarse la elección, ese pesimismo quedó como un ente fantasmal, al final de la jornada se pudo constatar que esta fue incruenta.

Es de reconocer el papel de Meade, candidato del PRI, el talante de madurez fue una buena señal porque la campaña fue de confrontación, lo mismo se puede decir de Anaya, incluso de Jaime Rodríguez. La democracia florece entre demócratas.

López Obrador llega a la primera magistratura de la nación con una evidente legitimidad que se ha rubricado en una mayoría que no deja dudas. Ya terminó  la elección, ganadores y perdedores se han inscrito en los registros históricos por una razón u otra.

Es momento de dar vuelta a la página, clausurar la guarida del fanatismo para dar paso al debate de ideas, a los argumentos para confrontar ideas y visiones de país. El proceso electoral hizo aflorar en muchos casos la neurosis disfrazada de crítica, la descalificación como ejercicio cotidiano que en muchos casos careció de auténtica sustancia.

Seguramente habrá un periodo de reflexión e introspección en el interior del PRI, que ha recibido una verdadera tunda de una inmensa mayoría de electores, ello lo adelantó el propio dirigente nacional, René Juárez, de manera autocrítica.

Se trata de la peor catástrofe electoral en la historia del PRI, incluso más pronunciada que las derrotas de Francisco Labastida Ochoa o Roberto Madrazo Pintado; en las gubernaturas que disputó corrió con una seguidilla de reveses.

El PAN perdió bastiones importantes, la brega de eternidad que proclamaron sus notables de otros tiempos se extravió, los místicos de antaño solo son referencias del archivo histórico, ello nos hace recordar lo que expresara Daniel Cosío Villegas: “cuando el PAN gane el poder perderá al partido”.

El PRD se ha vaciado, su membresía aún no concluye el éxodo a Morena, de los principales fundadores de peso y trayectoria ya casi no queda nadie: Cuauhtémoc Cárdenas hace rato se fue, Porfirio Muñoz Ledo por igual y en la última semana hizo lo propio Ifigenia Martínez. López Obrador será presidente, ya ha sido electo, nadie cuestiona la legitimidad porque resulta inobjetable, es tiempo de la reconciliación porque la esperanza no muere. El próximo presidente no tiene varita mágica ni los cambios se promueven por decreto, vivimos la alternancia que por lo visto es una variable de la democracia que llegó para quedarse.